La operación evidenció que estos aparatos letales tripulados de forma remota son una opción preferente entre los países con ejércitos más modernos y fondos disponibles. A pesar del interés que estos ataques despiertan entre la opinión pública mundial, los drones con armamento son los menos numerosos y están reservados a muy pocas fuerzas aéreas. Su uso para labores de inteligencia, vigilancia y reconocimiento es, en cambio, cada vez mayor en todo el mundo, tanto como menor es el tamaño de estos aparatos cada día que pasa. La industria aeronáutica está en plena ebullición en este subsector.
Los principales fabricantes de drones en el mundo son Estados Unidos, China, Israel y Rusia, lo que no quiere decir que otros países como Francia, Gran Bretaña o Italia no dispongan de aparatos configurados para abatir objetivos a distancia. España, por ejemplo, ha empezado ya a recibir dos sistemas de drones procedentes de Estados Unidos idénticos a los usados para la eliminación del citado general iraní, pero sin configuración letal.
La industria aeronáutica china está decidida a romper lo que de facto es casi un monopolio mundial de drones letales en manos de Estados Unidos. Los aparatos tripulados remotamente procedentes de China son muchos más baratos que los estadounidenses, pero parece que bastante menos fiables. Los exportadores chinos miran principalmente hacia África y países de Oriente Medio para hacer negocio, entre ellos, por ejemplo, a Arabia Saudí o algunos emiratos árabes.
Como en otros sectores, la ventaja del material chino es su precio, que sitúa una tecnología tan anhelada al alcance de países que muy difícilmente podrían hacerse con un MQ-9 Reaper norteamericano. Cabe añadir también que ciertos clientes de la industria china, a pesar de contar con capacidad económica para ello, tampoco podrían acceder jamás a aparatos fabricados en Estados Unidos porque el país que gobierna Donald Trump no los considera fiables y no quieren compartir con ellos determinados componentes de ultima generación.
“Los drones son materia sensible y los países no comparten mucha información”, apostilla el coronel Carlos María Bernardo Anaya, director del Grupo de Escuelas del Ejército del Aire de Matacán, Salamanca. Es ahí donde los pilotos españoles de drones reciben su adiestramiento específico. España está accediendo a la tecnología aliada. Contará con cuatro MQ-9 Reaper, también conocidos como Predator B, cuando concluya su definitivo despliegue. “Los sistemas en uso en nuestro país están orientados a la vigilancia”, dice el coronel.
Aunque España tenga aparatos que puedan alcanzar capacidades letales, como algunos en poder de los países aliados, la decisión gubernamental por el momento es que no se desplieguen y que los Predator B se usen en colaboración con el Ministerio del Interior para el control de fronteras, además de las labores de inteligencia.
Algunas de las ventajas de los drones son su gran autonomía de vuelo y algo en lo que los gobiernos hacen un hincapié: no se expone la vida de la tripulación, y no solo a ser alcanzada por algún proyectil. “No se les expone a riesgos como contaminación química o de otro tipo –puntualiza Bernardo–. Los aparatos tienen una autonomía superior a las 30 horas y pueden hacerse relevos de tripulación sin problemas. Nuestros pilotos son miembros del Ejército del Aire”.
Este especialista en drones advierte que no tiene una bola de cristal pero que si debe hacer una predicción sobre los drones del futuro, Bernardo afirma que todo apunta a que éstos serán cada vez más y más pequeños como los son todos los sensores que pueden incorporar. Solo el combustible puede ser el principal obstáculo. “Se van a utilizar cada vez drones más pequeños, fáciles de desplazar y de menor carga logística”, concluye el militar.
Un sistema con detractores y entusiastas
La distancia de los pilotos del escenario donde opera el dron es para los defensores del sistema una gran ventaja. Esa misma circunstancia, en cambio, es para sus detractores un elemento esencial para su rechazo. Josep Cañabate, profesor de Derecho de la Univsersitat Autònoma de Barcelona (UAB), experto en derecho y tecnología, considera que los pilotos “pierden los valores éticos que da el campo de batalla, se pierde esa simetría que se da sobre el terreno”. Según ese razonamiento, los pilotos aislados en sus cabinas de operaciones a miles de kilómetros del objetivo, con música sonando de fondo, son sometidos a un programa de deshumanización que les permite cumplir con las misiones letales sin objeciones.
Para Cañabate, casos como el del general iraní Qasem Soleimani evidencian “un uso excesivo de la fuerza, que vulnera los derechos fundamentales”. “Para mí, este tipo de operaciones son ejecuciones sumarias con alta tecnología. ¿Es que estas personas no tienen derechos? Me inquieta saber que hay una democracia que comete estas operaciones letales”, reflexiona el profesor. “Sería distinto en el campo de batalla. ¿Por ello me pregunto si pueden llamarse operaciones militares o son otra cosa?”, sentencia.
Daños colatorales y errores; la sombra oscura
Uno de los argumentos más utilizados por los detractores de los drones son los daños colaterales cuando no errores habidos en ataques letales y casi nunca reconocidos por las potencias ordenantes de la misión. Los países cuentan en este ámbito con protocolos muy estrictos que se espera que funcionen y se aplican criterios de proporcionalidad, necesidad e idoneidad.
“En algunos casos, si en el escenario aparece un niño, se paraliza la operación”, reconoce el profesor Josep Cañabate de la UAB. Las reacciones son muy negativas y de muy largo alcance cada vez que se comete un error.
El coronel del Ejército del Aire, Carlos María Bernardo, recuerda que los aparatos pilotados de forma remota “con capacidad cinética (letal)” son los menos extendidos y que aunque los drones sean propiedad de los ejércitos y operados por personal uniformado ello no quiere decir, como ya está ocurriendo, asegura, que “puedan usarse con otras finalidades no militares como el control de fronteras o el tráfico ilegal de todo tipo”.
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