Un Trump pletórico comienza ya a pelear para asegurarse la segunda legislatura

  11 Febrero 2020    Leído: 833
Un Trump pletórico comienza ya a pelear para asegurarse la segunda legislatura

Las puertas de la sala Este de la Casa Blanca se abrieron el jueves a las 12.20, y, mientras sonaba el himno del presidente, Donald Trump entró desde el vestíbulo de su residencia convertido en otra persona, alguien distinto, visiblemente aliviado, con ganas de revancha y por fin dispuesto a hablar. Los diputados y senadores republicanos, los ministros en pleno, sus abogados y sus familiares le recibieron de pie con un aplauso que duró casi dos minutos. Para Trump, en aquel momento bien podía comenzar su presidencia.

Así lo dijo, en un momento de sinceridad, el presidente, tras una alocución improvisada de dos horas, en la que no usó teleprompter ni más notas que una lista de los 200 asistentes. «Yo lo que quería era presentarme a presidente y, si ganaba, iba a hacer un gran trabajo. No me imaginaba que iba a ganar y, ya aquí, iba a tener que seguir compitiendo, peleándome para ganar, una y otra vez. Cada semana, otra vez», dijo Trump.

No más. Trump ha decidido que ya no va a seguir compitiendo. Va a ir a por todas, sin dejar rehenes. El viernes, tres despidos: el de su embajador ante la Unión Europea; el del teniente coronel que supervisaba la política hacia Ucrania en el Consejo de Seguridad Nacional, y el del hermano gemelo de este último, por si acaso. Los dos primeros fueron testigos de los demócratas en el juicio del impeachment. Probablemente habrá más bajas en esta purga que el presidente justifica en la necesidad de tener a su lado gente de confianza.


El presidente número 45 de los Estados Unidos es atípico hasta en sus problemas. Es el primero en más de un siglo en ser sometido al juicio político antes de que acabe su primer mandato. Ha logrado salir indemne de los dos cargos en su contra sin que el Senado haya tenido que llamar a un solo testigo. Y todo este proceso, que él ha calificado ya varias veces de «calvario», le ha servido, contra todo pronóstico, por un lado para asegurarse un control de su partido con el que no hubiera soñado ni Ronald Reagan y por otro para doblegar a la oposición hasta reducirla a sus momentos más bajos de la legislatura.

Desde luego, tal y como apuntan sus fieles en la Casa Blanca, a Donald Trump ya le ha pasado lo peor que le podría haber pasado, y ha salido de ello sin un rasguño. La mayor maldición de un presidente es la sección cuarta del artículo segundo de la Constitución, que contempla su destitución tras «ser acusado y declarado culpable de traición, cohecho u otros delitos y faltas graves». Una vez exonerado, Trump considera que tiene carta libre para hacer lo que crea necesario, de ahí la primera ronda de despidos y de ahí una serie de movimientos estratégicos que sólo pueden entenderse como una calculada venganza.

El primero, y más urgente, es derribar a Mitt Romney. El senador de Utah y candidato fallido a la presidencia en 2016 fue el único republicano que el miércoles votó a favor de destituir a Trump.

Está pagando un alto precio por ello. El presidente le llama «perdedor», «traidor» y hasta «hipócrita» a cada oportunidad. El hijo de este ha puesto en marcha una petición para que sea expulsado del partido. Y el Grupo de Conservadores Americanos le ha desinvitado de su conferencia anual, en la que hablará Trump y que tendrá lugar en Washington en dos semanas. Según dice el director de ese grupo, Matt Schlapp, Romney está «en el ostracismo, porque ha perdido toda credibilidad. Debería contratar a muchos guardas de seguridad. No es que le deseemos ningún mal, pero las bases están furiosas». El propio Romney ganó en 2012 la encuesta de popularidad de esa misma conferencia, algo que le permitió asegurarse la nominación a la presidencia.


La segunda tarea en la lista de cosas pendientes de Trump es asegurarse la derrota en las elecciones de noviembre de algunos demócratas en posición débil por representar a estados socialmente conservadores. Este año no sólo se elige presidente, sino que se renueva la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado.

El presidente contaba con poder sumar a algunos demócratas centristas al bloque que votó a favor de absolverle en el Senado. Al final, de 100 votos posibles, una minoría de 48 le condenaron en el caso de abuso de poder. Se trata de todos los demócratas, dos independientes y un sólo republicano. Entre todos ellos, esos 48 senadores representan a estados con 68,6 millones de habitantes. El resto, 52 senadores republicanos, representan a 56,7 millones de habitantes. Esa diferencia se ha convertido en uno de los lemas principales de los demócratas para seguir censurando a Trump.

Falto de un solo apoyo, mínimo, de la oposición, el presidente ya está haciendo cálculos. Uno de sus objetivos es el senador demócrata Joe Manchin, que representa a Virginia Occidental, un estado que el presidente ganó en 2016 por casi un 70% de los votos. «Nadie ha hecho más que yo por ese estado», dijo Trump en Twitter, una red social en la que descalificó al senador demócrata por ser «una marioneta» de los líderes de su partido.


Los republicanos en el Senado celebran este fin de semana un retiro en Florida, en el que se reúnen con donantes de sus campañas con quienes trazan una estrategia para mantener el control al menos de la Cámara Alta del Capitolio. En 2018 ya perdieron la Baja, o de Representantes, lo que permitió a los demócratas iniciar el proceso de impeachment.

Los demócratas, por su parte, se hallan sumidos en sus propias primarias, que de momento son un caos, dados los errores técnicos de los caucus de Iowa. Entre las bases, y en algunos medios de la órbita demócrata, ya circula la pregunta de si Trump podría ser juzgado de nuevo, y la respuesta de los juristas ha sido afirmativa. Se puede abrir el proceso de impeachment tantas veces como se quiera, la única duda es si a quien más perjudica es el presidente o a los demócratas. Las elecciones lo dirán.

abc.es


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