Bernie Sanders y Elizabeth Warren se encuentran en el Reino de Satán

  10 Febrero 2020    Leído: 911
Bernie Sanders y Elizabeth Warren se encuentran en el Reino de Satán

El salvaje lugar donde convergen New Hampshire y los feudos de los dos candidatos izquierdistas augura una batalla decisiva en la segunda cita de las primarias demócratas.

El juego de tronos de la izquierda en Estados Unidos se libra simbólicamente en el Reino de Satán. Que nadie busque en este paraje inhóspito, a orillas del río Connecticut, ni a Bernie Sanders ni a Elizabeth Warren, los dos candidatos del ala más progresista en las primarias del Partido Demócrata. Pocos votos hay para rascar en esta pista cubierta por dos palmos de nieve que se adentra en el bosque cerrado. Pero en este lugar del mapa es donde se tocan los Estados de Vermont, Massachusetts y New Hampshire. Los feudos políticos de Sanders y Warren, respectivamente, y el Estado donde librarán el martes una batalla, la segunda en el proceso de primarias del partido, llamada a ser decisiva para ellos.

Acudir a la geografía no es gratuito. Con carreras políticas que hunden sus raíces en esta región de Nueva Inglaterra, los dos candidatos juegan el martes en casa. Y aquí, la política es algo casi personal. La cámara legislativa de New Hampshire, por ejemplo, es el cuarto cuerpo parlamentario más grande del mundo, con 400 miembros, uno por cada 3.400 habitantes. El contacto directo con los políticos es la norma. A excepción de Ted Kennedy, que perdió en 1980 ante el entonces presidente Jimmy Carter, siempre que un candidato de Nueva Inglaterra se ha presentado en New Hampshire ha ganado. El problema es que este año hay dos. Y los dos luchan por la misma facción del partido.

El inquietante topónimo de este lugar donde se tocan los Estados que Sanders y Warren representan en el Senado dice mucho de la historia de esta región de Nueva Inglaterra, que se extiende por seis Estados del noreste del país. El origen exacto del nombre de Reino de Satán (Satan’s Kingdom), con el que se conoce a una extensión de 730 hectáreas de bosques, ciénagas y arroyos, se remonta a los tiempos de la colonización, pero es discutido. “Un bromista que salía de la iglesia, después de escuchar un sermón en el que se describían las llamas del infierno, vio un incendio al otro lado del río Connecticut y observó que el Reino de Satán estaba ardiendo”, escribe el autor Herbert C. Parsons en su libro de 1937 La avanzadilla puritana. Según Sam Lovejoy, guardia forestal local, el origen está en la abundancia de serpientes venenosas y otras peligrosas criaturas que habitan estos bosques. Otros hablan de unos nativos particularmente hostiles. Pero el nombre remite, en cualquier caso, a ese miedo a lo salvaje que caracterizó a los colonizadores de Nueva Inglaterra.

Los puritanos que llegaron la bahía de Massachusetts en la década de 1630 no quisieron recrear la Inglaterra de la que procedían, sino construir una utopía religiosa en medio de la naturaleza salvaje. Fundaron una nación, explica el periodista y autor Colin Woodard en su libro Las naciones americanas (2011), donde cada comunidad funcionaba como una república autogobernada. No estaban sujetos a nobles feudales o a corporaciones lejanas, como sus vecinos de Virginia, sino que pretendían regularse a sí mismos. Llegaron a Nueva Inglaterra para crear una sociedad revolucionaria. Algo así como Bernie Sanders, cuando llegó desde Brooklyn tres siglos más tarde, en busca de una utopía rural donde iniciar su revolución socialista.

La mayoría de los colonizadores de Nueva Inglaterra no escapaba de la pobreza. Cambiaron una existencia cómoda por la incertidumbre de lo salvaje. “Estos hombres poseían, en proporción a su número, una masa mayor de inteligencia que la que se puede encontrar en cualquier nación europea de nuestro tiempo”, escribió Alexis de Tocqueville en 1835.

Los yanquis temían especialmente lo salvaje, aquel lugar más allá de sus granjas donde acechaba Satán, listo para atacar a aquellos que se alejaban demasiado de la comunidad y se adentraban en su reino. Pero Dios les había encomendado propagar su voluntad por un mundo corrupto.

Ese compromiso político yanqui no ha desaparecido. En New Hampshire perviven costumbres de democracia directa en el ámbito rural. El Estado registró la mayor participación en las primarias de 2016. Su posición como segunda cita de las primarias le concede mucho más peso en el proceso que el que le correspondería demográficamente.

Este año, después del fiasco en el recuento de los caucus de Iowa, la importancia de New Hampshire es aún mayor. Y el hecho de que dos de los candidatos vengan de Estados colindantes, precisamente los dos aspirantes que compiten por el voto de la izquierda, no hace sino aumentar la expectación.

En New Hampshire se dice que no conoces a un candidato si no le has dado la mano tres veces. Por eso Sanders y Warren aprovechan los últimos días para recorrer las comunidades en busca de indecisos. Como Alison Campion, investigadora de la universidad de Dartmouth de 27 años, que sabe que votará por alguno de los dos pero aún no ha decidido por cuál. “Combatir las desigualdades es la prioridad de ambos, pero Bernie habla más de justicia social y Warren tiene un plan más detallado. Es el mismo mensaje con distinto lenguaje”, defiende, mientras espera a ver a Warren en un instituto de Lebanon, al que acaba de llegar después de ver un mitin de Sanders. Su amigo Akshay Mehra, de 31 años, también investigador, también duda entre los dos candidatos. “Creo que los dos pueden ganar a Trump. Votaré el martes por el que vea con más posibilidades de obtener un buen resultado”, explica.

Sanders y Warren, por su condición de locales, están obligados a hacerlo bien. Impulsado por su buen resultado en Iowa, Sanders parte como favorito. Hoy es el candidato más fuerte, y en New Hampshire es donde dio la sorpresa hace cuatro años, imponiéndose por 22 puntos a Hillary Clinton, que al final se haría con la nominación demócrata.

Con su tercer puesto en Iowa, adelantada inesperadamente por Pete Buttigieg, Elizabeth Warren parte de una situación más difícil. La candidata llegó a liderar los sondeos hace meses y cuenta con una envidiable operación por todo el país. Pero ha perdido energía a medida que el debate se ha trasladado de las políticas concretas, donde la senadora brillaba con un programa meticuloso, a la prioridad de derrotar a Donald Trump.

En este territorio suyo, con votantes blancos, universitarios y progresistas, es donde Warren debería construir empuje. Pero las tendencias detectadas en Iowa, entre ellas el auge de Pete Buttigieg, no son buenas para ella. La campaña de Warren estaba enfocada en presentarse como más elegible que Sanders y más ilusionante que Joe Biden, el ex vicepresidente centrista que acabó cuarto en Iowa. Pero ahora Warren debe preocuparse también por el joven exalcalde de South Bend (Indiana), que seduce a los votantes pragmáticos.

Buttigieg desafía una de las bazas estrella que tiene Warren contra Sanders: su fortaleza como segunda opción de los votantes de otros candidatos. Sanders es el aspirante más divisorio. Las adhesiones que genera son tan incondicionales como la aversión que produce en otra parte del electorado. Difícilmente podrá atraer a los votantes de candidatos que se empiecen a quedar por el camino, mientras que Warren sí. Pero dos derrotas contundentes seguidas contra Sanders, y un Buttigieg fuerte y listo para recoger votos de los centristas que abandonen, dibujarían a Warren un camino inquietante. Como esta inhóspita pista forestal nevada que se adentra en el Reino de Satán.

elpais


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