Así asesinó el comunismo de Stalin al héroe que desveló las matanzas nazis de Auschwitz

  31 Enero 2020    Leído: 888
Así asesinó el comunismo de Stalin al héroe que desveló las matanzas nazis de Auschwitz

Witold Pilecki, miembro de la resistencia local, se ofreció voluntario en 1940 para internarse en el campo de exterminio y desvelar sus secretos. Casi una década después fue ajusticiado por espiar contra los soviéticos.

Tras la Segunda Guerra Mundial, los aliados descubrieron que el campo de concentración y exterminio de Auschwitz se había llevado consigo algo más de 1.100.000 almas antes de ser liberado el 27 de enero de 1945. Sin embargo, y a pesar de que hoy resulta imposible no asociar este nombre con la espeluznante industria de la muerte del Tercer Reich, la realidad es que Europa desconocía en principio las tropelías que se llevaban a cabo en su seno. Las sospechas afloraban, pero, sobre el papel, el lugar no era más que un centro de internamiento más.

¿Cómo averiguar qué misterios escondía? La respuesta vino de la mano de Witold Pilecki, un miembro de la olvidada resistencia polaca (menos popular que la mitificada «Résistance», sí, pero igual de determinante). Este antiguo militar se ofreció voluntario para adentrarse en aquel infierno como un reo más y, desde las tripas de la bestia, desvelar sus secretos. Lo logró, pero lo que vio le traumatizó tanto que envió un mensaje claro a británicos y norteamericanos: «Bombardead Auschwitz».

El inicio de todo
La de Pilecki, el protagonista de «The Volunteer: One Man, an Underground Army, and the Secret Mission to Destroy Auschwitz» (un ensayo recién publicado que narra sus peripecias), es una de las muchas historias de heroísmo que se han traspapelado en las páginas del pasado. Hijo de una pareja de agricultores polacos, dedicó su existencia a trabajar el campo y a cuidar de su familia. Por desgracia, el destino tenía pensado otro camino para él. Cuando, en 1939, Adolf Hitler atravesó la frontera en dirección a Varsovia fue llamado a filas. A partir de ese momento jamás dejó de combatir a los enemigos del país, ya tuvieran esvásticas u hoces y martillos en las guerreras.

Tras la aplastante derrota a manos de Hitler se unió a la resistencia local y organizó una gigantesca red clandestina encargada de entregar datos de vital importancia a los aliados. Poco después, sus 5.000 agentes (8.000 según otras fuentes) se internaron en la «Armia Krajowa» (AK), sucesora de las disueltas fuerzas armadas.

Loca misión
Su misión más dura arribó en el verano de 1940. Por entonces los aliados ya sabían de la existencia de Auschwitz, pero desconocían su finalidad. Pilecki, sabedor de que necesitaban información de primera mano, se ofreció voluntario para llamar a las puertas del infierno y, desde dentro, enviar mensajes al AK. El 18 de septiembre de ese mismo año se dejó capturar por la Gestapo y fue enviado al campo. Llegó en tren junto a otros 2.000 internos con el número de reo 4859.

No tardó mucho en presenciar la brutalidad germana. Después de bajar del vagón a golpe de porra, un guardia dejó claro que aquello no era una mera prisión: «No esperéis salir de este lugar con vida. Como mucho, sobreviviréis seis semanas». Por entonces no se habían instalado las cámaras de gas, pero las palizas, barbaridades y muertes eran ya una triste realidad en el Bloque 11.

El capitán, con su uniforme polaco
Pilecki pasó dos años y medio en el campo. Desde allí organizó una red que llegó a contar con hasta un millar de integrantes en sus mejores momentos (1942) y que se encargaba de robar alimentos y ropa para los internos; esconder a los heridos para evitar que fuesen asesinados; distribuir medicamentos; levantar la moral de sus compañeros y enviar mensajes al exterior arriesgando sus vidas. El primero de ellos fue tajante y, según se narra en la obra, exigía a los aliados que bombardeasen Auschwitz.

Aunque desde su encierro no supo si había llegado a las altas esferas, sí lo hizo. No solo eso, sino que la idea se discutió durante meses, aunque al final se desechó. La llegada de la Solución Final y el Holocausto obligó a nuestro espía (conocido con el alias de Tomasz Serafinski) a escapar, en la primavera de 1943, para narrar de viva voz las matanzas sistemáticas. Lo hizo el 27 de abril.

Desde entonces vivió en Varsovia (donde participó en el levantamiento del 1 de agosto de 1944) hasta la caída del Reich y la ocupación de Polonia por el ejército soviético. Allí, Pilecki se mantuvo fiel a su idea de forjar una república en el país y, para lograrlo, espió para los ingleses durante tres años. Al final, la URSS le descubrió en 1947 y le condenó a muerte en 1948. «He vivido de tal forma que, ahora, siento alegría por mis acciones antes que miedo a la muerte», afirmó antes de ser ajusticiado.

El debate de las cámaras
El debate de bombardear las cámaras de gas (llamado «Protocolos de Auschwitz») se mantuvo vivo durante meses, pero la respuesta fue tajante. El Departamento de Guerra explicó que, a pesar de que entendía las penurias a las que estaban sometidos los reos, la realidad era que la misión podía fallar.

«Apreciamos plenamente la importancia humanitaria de la operación sugerida. Sin embargo, tras el obligado análisis del problema, se considera que lo más eficaz para aliviar a las víctimas […] es una rápida derrota del Eje», determinó el organismo. Su máxima era que la liberación debería ser realizada por las tropas que habían pisado Francia. En su favor arguyeron que la batalla por Normandía todavía no había terminado (cosa que no ocurrió hasta la caída de Caen, el 9 de julio).

Otro de los detractores contra los que se estrellaron los «Protocolos de Auschwitz» fue el subsecretario de Guerra estadounidense John McCloy, quien se mostró contrario al bombardeo debido a que «solo podía ejecutarse desviando considerable apoyo aéreo, esencial para el éxito de nuestras fuerzas en operaciones, decisivas en otros lugares». Este militar añadió que, aunque fuera factible, «su eficacia sería tan dudosa que no justificaría el uso de nuestros recursos». Sobre el papel los datos le avalaban ya que, en las incursiones realizadas sobre territorio enemigo a partir del 20 de agosto de 1944 desde el sur de Italia, la Fuerza Área había perdido la friolera de 127 Fortalezas Volantes B-17.

McCloy, como bien explica la BBC en su artículo «El protocolo de Auschwitz: el audaz escape que reveló al mundo los horrores del campo de exterminio (y el dilema moral que provocó)», también se escudó en la posibilidad de que la misión fallara y los nazis cargaran, en represalia, contra los presos. «Ha habido una opinión considerable en el sentido de que tal esfuerzo, incluso si fuera posible, podría provocar una acción aún más vengativa por parte de los alemanes», añadió. A todo esto se sumó las altas probabilidades de matar a cientos de reos por la poca precisión con la que los superbombarderos lanzaban sus explosivos.

Los británicos recibieron los informes de una forma diferente. El impulsivo Winston Churchill aceptó de buen grado que la RAF se desviara para hacer llover bombas sobre Auschwitz. Pero, al final, sus consejeros lograron que cambiara de opinión. Una vez más, y según el historiador Andrew Roberts, las cifras hacían difícil la misión. «El aprovisionamiento del alzamiento de Varsovia por aire había sido costoso para la RAF: en las 22 misiones realizadas en seis semanas, hasta mediados de agosto de 1944, 31 de los 181 aviones no habían podido regresar», explica.

Por su parte, el Ministerio de Asuntos Exteriores se negaba a llevar a cabo «misiones que costaran vidas y aviones británicos a cambio de nada». Duras palabras de un organismo que, durante la Segunda Guerra Mundial, tildó a los judíos de «quejumbrosos».

Al final, y como bien se narra en el artículo de la BBC, Auschwitz sí fue bombardeada, aunque por equivocación, el 13 de septiembre del año 1944. Ya entonces, cuando los explosivos cayeron sobre los barracones del campo, los reclusos dieron gracias porque consideraban que los Aliados venían a salvarles. Para ellos, las 2.000 bombas que destrozaron la zona eran sinónimo de libertad. Desconocían que su objetivo era, de nuevo, I. G. Farben. En todo caso, el debate sigue abierto hoy en día.

abc


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