Brexit: los protagonistas de un seísmo político

  29 Enero 2020    Leído: 1216
  Brexit:   los protagonistas de un seísmo político

Líderes en apuros, primeros espadas de la diplomacia, eurócratas, personajes pragmáticos o idealistas. Estos son los principales artífices de la separación.

David Cameron

El Brexit solo sería un mal sueño si David William Donald Cameron (Londres, 53 años) no se hubiera decidido a convocar un referéndum que nadie reclamaba. Pero el ex primer ministro británico nunca será recordado como el artífice sino más bien como el chivo expiatorio de este capítulo de la historia del Reino Unido. “Hasta el día en que muera seguiré preguntándome si hicimos todo lo posible para asegurar el resultado del referéndum que yo consideraba el mejor, permanecer dentro de la UE”, se lamentaba Cameron el año pasado, en su campaña de promoción del libro de memorias For The Record (Para que conste). Quiso deshacerse de un plumazo de la amenaza que suponía para el Partido Conservador el populismo nacionalista de Nigel Farage y su formación, UKIP. Los asesores y los sondeos le aseguraban que podía vencer en aquella consulta pública y dejar atrás los años de sangrienta guerra interna entre los tories por la “cuestión europea”.

Lo que provocó, en cambio, fue que la división se extendiera por todo el Reino Unido. Sus ministros más populares, Boris Johnson o el de Justicia Michael Gove, le traicionaron y tomaron partido por el Brexit. Incapaz de manejar un futuro incierto que él mismo provocó con su decisión, Cameron dimitió al conocer la derrota. En el imaginario de todos aquellos británicos que no querían abandonar la UE, el ex primer ministro es el culpable de la tragedia. Para los conservadores euroescépticos, un líder pusilánime que abandonó el barco cuando más zozobraba.

Boris Johnson

Da igual las veces que se repita. Es necesario tener siempre presente la anécdota para entender al primer ministro del Reino Unido. En la noche previa al lanzamiento de la campaña del referéndum de 2016, el exalcalde de Londres, Alexander Boris de Pfeffel Johnson (Nueva York, 55 años), preparó dos borradores antagónicos. En uno defendía la permanencia en la UE, en el otro apostaba por el Brexit. El instinto, una vez más, le llevó al acierto. Excéntrico, cultivado, mujeriego y simpático cuando conviene serlo, Johnson ha sido la cara amable y popular a la que se aferraron los malhumorados euroescépticos para vencer una batalla que parecía irremediablemente estancada.

Sobrevivirá mientras retenga su capacidad de sorprender. Sorprendió al resucitar de su exilio autoimpuesto, desde donde castigó sin piedad a la entonces primera ministra Theresa May, para hacerse con el liderazgo conservador. Sorprendió al forjar un nuevo acuerdo del Brexit con Bruselas. Aceptó todo aquello a lo que May se resistió, pero nadie se lo tuvo en cuenta. El gran secreto de Johnson está en mantener siembre bajas las expectativas sobre su propia capacidad, para presentar cualquier logro como un gran avance. Y sorprendió con una arrolladora victoria electoral el pasado 12 de diciembre que permitió a los conservadores recuperar una cómoda mayoría en la Cámara de los Comunes, gracias al apoyo de bastiones tradicionalmente laboristas en el norte del país. El Reino Unido saldrá de la UE el 31 de enero y Johnson estará en el centro de la historia, como siempre ha sido su deseo. La gran incógnita es lo que venga después. Ha prometido inundar de inversión pública el país, renovar sus infraestructuras y revitalizar su economía. Sin aclarar de dónde saldrá todo ese dinero y cuál será su política fiscal. Y quedan meses de arduas negociaciones con la UE en los que Johnson ya no podrá vivir solo de mensajes optimistas, deberá sumergirse en detalles técnicos y tediosos, mientras vuelve a aumentar la inquietud en el empresariado británico. Johnson ha acumulado un enorme caudal político, pero está obligado a no dejar de pedalear para que la bicicleta no se desplome. Tendrá que demostrar si es capaz de reinventarse y seguir sorprendiendo o si caerá en el vaticinio de otro famoso conservador maestro en el uso del populismo, Enoch Powell, cuando dijo aquello de que "toda carrera política conduce inevitablemente al fracaso".

Theresa May

El pecado original de Theresa May (Eastbourne, 63 años) fue intentar convertirse en la abanderada de un Brexit en el que no creía. Hizo campaña a favor de la permanencia, más por lealtad al primer ministro, David Cameron, que por convicción personal. Desde su posición, entonces, de ministra del Interior, apeló más a los argumentos del miedo y de la seguridad para mantener el vínculo con la UE que a las bondades del proyecto europeo.

Se hizo con el liderazgo conservador de rebote, cuando Boris Johnson y Michael Gove se aniquilaron mutuamente impulsados por sus egos desmedidos y dejaron la vía libre a una política anodina y desconocida por el público. Quiso reinventarse y descubrió un ardor oculto por la nueva causa: Brexit means Brexit (Brexit significa Brexit), repitió públicamente para demostrar que no habría medias tintas a la hora de impulsar lo que habían decidido una mayoría de británicos.

May cometió el error de mostrar prudencia cuando sus correligionarios pedían sangre. Se tomó en serio la negociación con Bruselas, y quiso escuchar los temores que le transmitían los empresarios o evitar la tragedia de imponer una nueva frontera entre las dos Irlandas. Su mandato fue un continuo forcejeo con Bruselas y con el ala dura de su partido, que desmontó con crueldad cada nuevo intento de llegar a una solución. Hasta tres veces fue humillada por un Parlamento que rechazó su plan del Brexit. Su Consejo de Ministros era un coladero de informaciones y un nido de deslealtades imposible de controlar. Y May nunca tuvo ni la popularidad ni los golpes de brillantez del político que le acabó sucediendo, Boris Johnson, quien fue capaz finalmente de presentar como un triunfo una solución mucho más chapucera que la delicada pero inútil componenda fraguada por su antecesora.

Nigel Farage

Los Basi-Bozuk (cabezas estropeadas, en turco) eran la división atolondrada, salvaje y mercenaria del Ejército otomano que protagonizaba la primera incursión en las filas enemigas, para comenzar a debilitarlas. Nigel Farage (Kent, 55 años) no es un político atolondrado, pero ha mostrado con creces su lado salvaje y mercenario en la batalla del Brexit. El agente de cambio y bolsa con querencia a la buena vida y apego a los millonarios tomó las riendas de un partido anacrónico como el UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido) para convertirlo en una máquina electoral nacionalista, xenófoba y populista. Nunca llegó a obtener un solo diputado en la Cámara de los Comunes, pero supo aprovechar con ventaja las elecciones al Parlamento Europeo, en las que el sistema proporcional le facilitaba victorias más fáciles, para aterrorizar al Partido Conservador. Por miedo al UKIP Cameron impulsó el referéndum del Brexit. Por miedo a Farage, los tories y sus votantes lo apostaron todo a la carta de Boris Johnson.

No pinta bien el futuro para Farage y su nueva formación, el Partido del Brexit. Los conservadores se han apropiado íntegramente de su discurso y le han convertido en una alternativa inútil. La historia de los últimos años en el Reino Unido, sin embargo, no se puede entender sin incorporar la figura divisoria y agitadora de este político.

Jeremy Corbyn

El líder de la oposición laborista cayó víctima de su propio pasado y de la incapacidad de transmitir un claro mensaje a sus votantes. Jeremy Corbyn (Chippenham, 70 años) procedía de la escuela laborista de Tony Benn, bautizada en la jerga política británica como los "bennistas". Una izquierda recelosa de la construcción capitalista que veía en la Comunidad Económica Europea (CEE), que alimentó el euroescepticismo antes de que los conservadores le arrebataran la bandera. Defendió con desgana la permanencia en la UE en el referéndum de 2016, y respiró tranquilo al conocer el resultado. Dio por zanjado el asunto mientras la mayoría de sus votantes, y de los miembros de su partido, seguían dispuestos a dar la batalla. Solo en el último año intentó Corbyn una componenda que le permitiera nadar y guardar la ropa. Impuso una línea oficial de partido confusa y voluntarista en tres fases: ganar las elecciones, intentar desde el Gobierno negociar un nuevo acuerdo con la UE y someterlo finalmente a un nuevo referéndum, que incluyera la opción de la permanencia. Para rematar el enredo, Corbyn se comprometió a mantener una posición neutral si finalmente se celebraba la consulta. En su afán por contentar a todos no convenció a nadie. Los europeístas se sintieron desamparados. Los votantes laboristas del norte de Inglaterra, donde el Brexit había sido votado mayoritariamente en 2016, se dejaron seducir por la aparente resolución y optimismo de Boris Johnson frente a la tibieza del veterano líder de izquierdas. La gran tragedia de Corbyn, como la de su rival Theresa May durante tres años, fue tener que defender un objetivo en el que no creía. Su aparente virtud, que sus rivales atribuyeron más a la cerrazón del personaje que a su nobleza, fue la de asumir el resultado democrático del referéndum del Brexit y no esforzarse en revertirlo.

John Bercow

La venganza es un plato que se come frío, y el Gobierno de Boris Johnson se dispone a paladearla con su enemigo sempiterno, John Bercow (Edgware, 57 años). En circunstancias normales, el que fuera speaker (presidente) de la Cámara de los Comunes, podría aspirar a un título nobiliario y pasar a ser conocido como Sir John Bercow.Sin embargo, la propuesta le llega a la reina a través del Gobierno, y nadie en Downing Street ha mostrado interés en agilizarla. Entusiasmado en su juventud por el discurso xenófobo y populista de Enoch Powell, seducido por la personalidad de Margaret Thatcher, el Brexit fue la epifanía de este conservador que se cayó del caballo por el lado socialdemócrata.

Enamorado de la solemnidad de su cargo (será difícil que alguien supere la variedad de tonos con los que llegó a exigir Order! a los diputados) y conocedor hasta la extenuación de los usos y costumbres de Westminster, Bercow echó mano de sus prerrogativas para ponerse del lado del Parlamento en su intento por frenar la salida del Reino Unido de la UE. Favoreció debates extraordinarios, concedió luz verde a todo tipo de votaciones, e incluso echó mano de normas arcaicas para impedir que Theresa May sometiera de nuevo a votación un mismo texto, su acuerdo del Brexit. Para muchos políticos fue el paladín de la soberanía del Parlamento. Para muchos otros, sin embargo, acabó con la neutralidad exigida al puesto de speaker. A medida que perdía la batalla, Bercow expresaba de modo más público sus filias y sus fobias. Tuvo el acierto, sin embargo, de abandonar la presidencia de la Cámara (después de toda una década) antes de que Johnson lograra, el 12 de diciembre, una arrolladora victoria electoral y una mayoría más que holgada en Westminster. Bercow se retiró a sí mismo la palabra antes de que se la retirara Downing Street.

Jacob Rees-Mogg

La labor de acoso y derribo que el ultranacionalista Nigel Farage hizo en la calle tuvo su réplica en la Cámara de los Comunes de la mano de Jacob Rees-Mogg (Londres, 50 años). Educado en el elitista colegio de Eton y en la Universidad de Oxford (como Johnson), amasó una inmensa fortuna con la puesta en marcha de un fondo de inversión, Somerset Capital Management LLP, y dio el salto a la política para crear el European Research Group (Grupo de Investigaciones Europeas), una corriente interna dentro del grupo parlamentario conservador que impuso en los últimos tres años el tono del debate político y llevó a su terreno al partido tory. Nunca estuvo claro cuántos diputados obedecían sus órdenes (la cifra se acercó más a las dos docenas que a los 80 con los que se llegó a fantasear) pero este peculiar personaje, ultracatólico, relamido en sus expresiones, con sus anacrónicos trajes cruzados de raya diplomática y una excentricidad tan exageradamente británica que chirriaba hasta entre sus colegas conservadores, mantuvo hasta el último minuto la llama del euroescepticismo más visceral y no dio tregua a la primera ministra, Theresa May. Con la ayuda del cerebral Steve Baker, el brazo ejecutor de sus deseos a la hora de movilizar a los escaños, propinó al Gobierno una derrota parlamentaria tras otra. Fue Rees-Mogg quien decidió finalmente situar todas sus fuerzas detrás de Johnson, quien le premió con el puesto de Leader of the House of Commons(ministro de Relaciones con el Parlamento). Pasará la historia la foto en la que mostró su displicencia en el Parlamento al tumbar sus 1,88 metros en el banco corrido del Gobierno y escuchar con una media sonrisa los esfuerzos inútiles de la oposición por detener el Brexit.

Leo Varadkar

Todo apunta a que en las próximas elecciones generales de Irlanda, el 8 de febrero, el primer ministro Leo Varadkar (Dublín, 41 años), no renovará su puesto. Su importancia en las negociaciones del Brexit ha sido, de un modo progresivo, inversamente proporcional a la relevancia que tenía en su propia casa. Fue clave para que la UE se mantuviera firme en la negativa a levantar una nueva frontera entre las dos Irlandas que hubiera puesto en peligro la frágil paz alcanzada en 1998 con los Acuerdos del Viernes Santo. Y ha sido el interlocutor necesario tanto para Londres como para Bruselas en los momentos más delicados de los últimos tres años. Mientras todo eso pasaba, la frágil coalición que mantenía en el Gobierno a un político abiertamente gay, cuya llegada fue todo un golpe de aire fresco, se iba deteriorando. Dos asuntos fueron los soportes que la mantuvieron. El Brexit, y el bloqueo de las instituciones en Irlanda del Norte. El Reino Unido saldrá definitivamente de la UE el 31 de enero (Varadkar apoyó en el último momento la propuesta final de Johnson) y el Parlamento y Gobierno de Belfast han vuelto a funcionar. El Gobierno irlandés se ha quedado sin excusas y sin fuerzas para seguir adelante, y los sondeos anuncian que Varadkar no repetirá en el cargo. La huella de este político no quedará en Dublín sino en la historia futura de la UE.

Dominic Cummings

Si ya tiene mérito pasar a la historia como autor de un eslogan político afortunado, ser el responsable de los dos gritos de guerra que han marcado el debate político del Reino Unido en los últimos cuatro años ha elevado a Dominic Cummings (Durham, 48 años) a la categoría de leyenda. Take back control (Recuperemos el control) aseguró, con un mensaje tan engañoso como eficaz, la victoria de los partidarios del Brexit en el referéndum de 2016. Get Brexit Done (Cumplamos con el Brexit) ayudó a que Boris Johnson convenciera a una mayoría de británicos de que era el único que podía sacarles de la pesadilla. El actual primer ministro ha decidido mantener a su lado, en calidad de asesor, a un estratega político con pinta de sabio despistado, cuyo aspecto de cama sin hacer (camisetas, sudaderas, pantalones medio caídos, botas de senderismo) chirría con la sobriedad y formalismo del Gobierno conservador. Cummings entendió que el Brexit era una batalla en la que no podían quedar supervivientes. Usó, en una estrategia de dudosa legalidad, todo el caudal de información sobre los votantes recopilados por las redes sociales, para llevar a cabo una campaña quirúrgica a favor de la salida de la UE. Se ha granjeado muchos enemigos por su naturaleza despótica e intolerante, pero nadie puede discutir sus resultados. Suya es ahora la visión, que Johnson ha comprado íntegramente, de convertir al Reino Unido en la plataforma tecnológica del siglo XXI e inundar el país de las mentes matemáticas más brillantes procedentes, cómo no, del resto de Europa.

Angela Merkel

La responsabilidad del referéndum del Brexit es exclusiva de David Cameron. Pero la equívoca actitud de Angela Merkel (Hamburgo, 65 años) con el primer ministro británico alentó el aventurismo de Downing Street que desembocó en el cataclismo del Brexit.

Merkel y Cameron chocaron casi desde el primer momento que el conservador británico se puso al frente del Gobierno en 2010. La canciller alemana, sin embargo, nunca se enfrentó a las recurrentes demandas de Cameron con el tajante rechazo que daba a otros líderes europeos. Esa tolerancia unida a los continuos errores de cálculo de Londres sobre la verdadera posición de Berlín alimentaron una relación llena de malentendidos y condenada a la frustración final.

Merkel contemporizó con Cameron cuando el primer ministro intentó, sin éxito, impedir el nombramiento de Jean-Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea. Mostró cierta comprensión hacia el británico cuando se empeñó en renegociar una parte de las normas del club, en concreto, las de migración. Y como otros líderes europeos confíó en que el inquilino más temerario de Downing Street en mucho tiempo ganara la apuesta del referéndum del Brexit igual que hizo con el de Escocia.

Pero la baraja se rompió el 23 de junio de 2016. Y Merkel se encontró con uno de los escenarios más temidos por Alemania: la salida de un aliado esencial para ejercer de contrapeso a una Francia siempre proclive a enseñorearse de la UE. La canciller trató de impulsar junto a la sucesora de Cameron, Theresa May, la búsqueda de un Brexit lo menos traumático posible, una suerte de retirada institucional manteniendo los lazos comerciales, diplomáticos y de seguridad. Pero la Cámara de los Comunes frustró ese intento, al rechazar el Acuerdo de salida. Y las elecciones generales de 2019 dieron una aplastante victoria a Boris Johnson, partidario de cortar por completo las amarras. “Tendremos un competidor económico en la puerta de casa”, lamentó Merkel ante la inevitable ruptura.

Michel Barnier

Con talle de estrella de Hollywood y refinadas formas francesas, Michel Barnier (Tronche, Francia, 69 años) se ha convertido en el inesperado héroe europeo del Brexit. El francés fue elegido por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, para liderar las negociaciones del Acuerdo de salida, iniciadas en 2017. Sus resultados han sido tan valorados en Bruselas que la nueva presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, le ha puesto también al frente de la negociación de la nueva relación Londres. Von der Leyen habla incluso de “un método Barnier”, basado en ganarse la confianza de los Gobiernos y del Parlamento Europeo, que debería aplicarse a todo el quehacer comunitario.

“No nos dejaremos impresionar”, ha sido la consigna repetida por Barnier a su pequeño equipo negociador ante las maniobras de Londres para dividir la posición de la UE o buscar el punto débil. El francés llegó hasta esa responsabilidad tras un largo viaje de ida y vuelta entre París y Bruselas, donde fue alternativamente ministro de varios Gobiernos y Comisario europeo de distintas áreas.

Su nombramiento como negociador jefe fue minusvalorado por Londres, que decidió puentearle para buscar una interlocución directa con Berlín y París. Craso error. Contra todo pronóstico, Barnier logró convertirse en la voz única de Europa en el regateo con Londres. Tenaz y pausado, nunca se dejó arrastrar por los aspavientos políticos del otro lado del canal de la Mancha. Con el mismo aplomo encajó las críticas de España por su desliz sobre Gibraltar (corregido antes de la firma del Acuerdo de Salida) o la rebaja de la salvaguarda irlandesa que con tanto ahínco había defendido. Aparte de la pérdida de un socio tan querido para él (votó a favor del ingreso del Reino Unido en contra del criterio de su partido), el principal impacto personal del Brexit es que su trabajo como negociador le ha impedido alcanzar su sueño de ser presidente de la Comisión Europea. Un tren que, como el Reino Unido, probablemente ha pasado para siempre.

Donald Tusk

Donald Tusk (Gdansk, 62 años) nunca logró superar la fase de negación en su particular duelo por el Brexit. El presidente del Consejo Europeo entre 2014 y 2019 se resistió con uñas y dientes a la consumación de la salida del Reino Unido. Sus famosos tuits jalonaron la negociación desde el primer día y pincharon donde más dolía al lado británico. Pero siempre cultivó la esperanza de un segundo referéndum o de la retirada de la petición de salida, activada en marzo de 2017. Todavía hoy, ya como presidente del Partido Popular Europeo, Tusk considera que cualquier solución sería mejor que el abandono del club.

Como antiguo primer ministro polaco, Tusk pertenece a una generación de políticos de Europa central y del Este que siempre vio en Londres a una de las capitales de la UE más favorables a la ampliación de la UE. Y una vez dentro, Polonia y el resto de nuevos socios se sintieron más identificados con el atlantismo y el liberalismo anglosajón que con el intervencionismo económico y la tolerancia con Rusia de la Vieja Europa. Los socios del Este temen que la salida de Reino Unido refuerce el eje franco-alemán y deje a los países más pequeños sin ningún aliado de gran talla. Tusk no ha ocultado su enfado por ese desenlace y ha cargado con furor contra los impulsores del Brexit. “Me pregunto cómo será ese lugar especial del infierno reservado para quienes promovieron el Brexit sin tener la más mínima idea sobre cómo llevarlo a cabo de manera segura”, señaló en uno de sus momentos de exasperación. En los momentos más delicados de la negociación llegó a proponer aplazar la salida durante más de un año, en un infructuoso intento por ganar tiempo para que Londres pudiera dar marcha atrás. Pero Francia se negó a parar el reloj. Y Tusk tuvo que aceptar con resignación que, esta vez, el good bye parece definitivo.

elpais


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