El Brexit ha demostrado su capacidad de contaminar hasta los símbolos más venerados del Reino Unido. En lo alto de la Torre Isabelina, en el lado noroeste del Palacio de Westminster (sede del Parlamento británico) hay un reloj de más de 160 años conocido popularmente como Big Ben. Es el nombre de la gran campana que marca las horas, pero por tradición popular se ha convertido también en el nombre del reloj, y casi de la propia torre. Cualquier turista que en los dos últimos años haya visitado Londres no puede disimular su decepción cuando contempla la jaula de andamios que rodea la torre, por las obras de reparación a las que se ha visto sometida. La esfera del reloj sigue visible, pero no es lo mismo.
Con esa pasmosa habilidad que tiene el primer ministro, Boris Johnson, para soltar la primera genialidad que le pasa por la cabeza y replegarse más tarde si las consecuencias resultan adversas, el pasado martes, llevado por su entusiasmo, invitó a los ciudadanos británicos a "bung a bob for a Big Ben bong" (un endiablado trabalenguas que vendría a significar algo así como "menear la cuerda para que el Big Ben dé un gran campanazo") para celebrar la culminación del Brexit el próximo 31 de enero. Johnson lanzó las campanas al vuelo, y los euroescépticos repicaron con entusiasmo. El primer ministro llegó a sugerir que sería fácil recaudar en pocos minutos miles de libras. Pero los servicios administrativos del Palacio de Westminster devolvieron al primer ministro al terreno de la realidad. En el estado actual de reparación, sería necesario construir un suelo provisional en el campanario y hacer pruebas de seguridad con la campana. Coste total del experimento: 140.000 euros y al menos dos semanas de trabajo extra. A eso habría que añadir el retraso en las obras de restauración, que vendría a suponer unos 120.000 euros más por semana. Como mínimo, 360.000 euros de coste total, aunque los cálculos más pesimistas lo elevan al medio millón.
Pero no hay nada más poderoso que una idea que adquiere tracción. Un grupo de diputados conservadores se encariñó con la propuesta y el más euroescéptico de ellos, Mark Francois, tan populista como inteligente, se puso manos a la obra. A través de la logística ya existente de la organización Standup4Brexit (Levántate en defensa del Brexit) comenzó una campaña de recaudación de fondos. Más de 10.000 personas acudieron a la llamada, y llevan recolectados más de 180.000 euros.
El Gobierno británico se lava ahora las manos y dice que deja el asunto en manos de la Cámara de los Comunes. Su nuevo speaker (presidente), Lindsay Hoyle, ha sugerido a Downing Street que presente el próximo lunes una moción en defensa de las campanadas triunfales del Big Ben. De momento, ha obtenido la callada por respuesta.
Los servicios administrativos del Parlamento han rechazado el uso de los fondos recaudados para que se habilite el reloj. Han dicho que la maniobra no tiene precedentes y que "la Cámara de los Comunes ya tiene medios propios para aprobar los fondos necesarios para su funcionamiento, y para preservar su papel constitucional en relación al Gobierno. Cualquier forma nueva de financiación debería respetar los principios de propiedad y de control adecuado del gasto público", han respondido.
Problemas que no existían
Nada como una respuesta legal y burocrática para que los ánimos de la prensa conservadora se enciendan. "Algo profundamente vergonzante ha ocurrido en nuestro país. No están claras las causas, pero en un acto de extrema mezquindad, la élite que nos gobierna ha decidido que, llueva o truene, el Big Ben no debe hacer sonar su campana", ha escrito Charles Day en el semanario The Spectator, el medio de referencia de los conservadores.
"El clásico gol en propia puerta de Johnson, y algo que dice muy poco sobre el estado actual del país. Si hay tantos desesperados por hacer sonar la campana, ¿por qué no utilizan una grabación? Apenas unos miles de personas llegarán a escucharlo, mientras sigue habiendo gente sin techo que muere dentro de la estación de metro que hay justo debajo", comenta John Grace en el progresista The Guardian.
Johnson tiene por delante una legislatura complicada, y le conviene ir despejando problemas, sobre todo aquellos que no existían y los ha provocado él solo. El Gobierno teme que, si se embarca en esta aventura, quizá las obras no lleguen a tiempo, y solo consiga cosechar un enfrentamiento estéril con el Parlamento. Y que lo que más conviene, con toda probabilidad, sea dejar en paz al venerado Big Ben.
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