Isabel II ha intentado este lunes combinar la comprensión de una abuela con la firmeza de una Jefa de Estado para encauzar la crisis desatada en la Casa de Windsor por su nieto, el príncipe Enrique, y su esposa Meghan Markle. La Reina ha avalado la decisión de los duques de Sussex de renunciar a sus obligaciones como miembros de la Familia Real, pero ha impuesto a la vez un “periodo de transición” al matrimonio y anunció una reducción gradual de sus ingresos públicos. “Hubiéramos preferido que siguieran a tiempo completo”, ha lamentado la Monarca.
La Reina (93 años) se mostraba convencida, en su discurso televisado navideño, de que 2020 podía ser un año de tranquilidad. Las fotos de su heredero, Carlos de Inglaterra, y del siguiente en la línea de sucesión, el príncipe Guillermo, eran un signo de continuidad y estabilidad aseguradas. La tormenta desatada por su otro nieto, Enrique, y por su esposa Meghan Markle, alteró esa calma aparente. La reacción de los medios británicos, que han tratado el asunto con la dimensión de una crisis constitucional superior incluso al Brexit, obligó a Isabel II a actuar con celeridad. En 72 horas convocó al núcleo duro de la Monarquía británica a su residencia privada del Palacio de Sandringham y encargó propuestas concretas de resolución de la crisis. “Mi familia y yo apoyamos completamente el deseo de Enrique y Meghan de tener una nueva vida como joven familia”. Era el primer mensaje del breve comunicado emitido por la Casa Real después de las dos horas de reunión mantenidas este lunes, y bautizadas como la “cumbre de Sandringham”. La Reina respaldaba la decisión de su nieto. “Hubiéramos preferido que permanecieran como miembros activos de la Familia Real a tiempo completo”, proseguía. La Reina mostraba su disgusto por la decisión de los duques de Sussex, anunciada por su cuenta y sin acordarla con ella, de volar por libre. “Enrique y Meghan han dejado claro que no quieren depender de fondos públicos en sus nuevas vidas. Se ha acordado, por consiguiente, que habrá un periodo de transición en el que los Sussex pasarán tiempo en Canadá y en el Reino Unido”, imponía. La Reina dejaba claro que los plazos y las reglas los establecería el Palacio de Buckingham y que, “en los próximos días”, deberá establecerse cómo será la inevitable reducción gradual de los ingresos públicos que recibían hasta ahora Enrique y Meghan.
Isabel II intenta así convertir una crisis en una negociación, aunque difícilmente logrará desinflar el interés y hambre de información despertado en los medios británicos y del resto del mundo. El Palacio de Buckingham, Carlos de Inglaterra y el príncipe Guillermo, junto al Gobierno británico y el Gobierno de Canadá (donde pretende residir el matrimonio) discutirán ahora las obligaciones de representación de la Familia Real de la pareja, los ingresos que deberán percibir, la disposición que podrán tener de los servicios diplomáticos del Reino Unido durante sus desplazamientos o el coste y dimensión del necesario servicio de escolta y seguridad que seguirán requiriendo.
El daño, sin embargo, ya está hecho. La prensa conservadora británica se ha lanzado sin piedad contra la pareja de “niñatos consentidos” que ha alterado la estabilidad procurada por Isabel II, y se han cebado especialmente contra Markle, a la que han llegado a atribuir el distanciamiento de dos hermanos, Guillermo y Enrique, inseparables hasta su llegada.
Hasta un diario de tradición institucional como The Times hurgaba este lunes en las desdichas fraternales y atribuía a fuentes anónimas la actitud de “abuso” de Guillermo hacia su hermano y Meghan, a los que desde el primer momento “quiso poner en su sitio”. Logró el diario lo que hasta ahora parecía imposible. Los dos hermanos respondieron con un duro comunicado conjunto: “A pesar de que fue claramente negado, un diario del Reino Unido ha publicado hoy una historia falsa en la que especulaba sobre la relación entre el duque de Sussex y el duque de Cambridge. Para unos hermanos que han mostrado tanta preocupación por todo que tiene que ver con la salud mental, el uso de un lenguaje tan inflamatorio es ofensivo y potencialmente dañino”, decía el texto.
Guillermo y Enrique abandonaron Sandringham por separado, cada uno en un coche. Lo que en dos hermanos adultos no hubiera tenido la menor importancia fue convenientemente resaltado por la prensa británica.