El presidente ruso, Vladímir Putin, ha exhibido este lunes la ascendencia que ejerce Rusia sobre el conflicto libio reuniendo a las dos partes enfrentadas en Moscú para que refrenden el frágil alto el fuego que firmaron el sábado. Putin consiguió juntar al jefe del Gobierno de Unidad, Fayed el Serraj, respaldado por el Gobierno turco, y al mariscal Jalifa Hafter, quien recibe su apoyo de Egipto, Emiratos Árabes Unidos y de la propia Rusia. Aunque no consta que se hayan sentado a conversar, la cita de Moscú es la primera en la que coinciden Hafter y Serraj desde que el mariscal intentó invadir Trípoli el pasado abril.
Nueve meses y 1.500 muertos después, ambas partes se disponen a ampliar la tregua aceptada el sábado bajo los auspicios de Putin y del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Pero como suele suceder en Libia, el peso de las potencias extranjeras es siempre relativo, incluso cuando se trata del propio Putin. El objetivo era que las partes enfrentadas fijaran un alto el fuego con sistemas de verificación permanente. Incluso llegó a filtrarse en los medios libios supuestos borradores del acuerdo. Todo el mundo iba a salir favorecido en la foto, desde el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, y el de Defensa, Serguéi Shoigu, hasta sus homólogos turcos, Mevlut Cavusoglu y Hulusi Akar. Pero Hafter, de 76 años, pidió más tiempo para reflexionar. Algunos observadores apuntaron que probablemente lo que el mariscal está haciendo ahora es consultar con los otros dos países que le apoyan: Egipto y Emiratos Árabes Unidos.
El encuentro pareció aguarse, aunque Lavrov se mostraba optimista. "[Hafter] ve el documento de manera positiva y así espero que sea su decisión", señaló el titular ruso de Exteriores. "Hemos tenido en cuenta las sugerencias, especialmente las del lado de Hafter, para llegar a un entendimiento mutuo", aseguró el turco Cavusoglu. El documento recoge una tregua sin plazo de finalización, según el borrador aún sin firmar que se filtró en varios medios rusos.
La buena noticia, a pesar de todos los contratiempos y de las múltiples violaciones que denuncian ambas partes, es que el frágil alto el fuego aún perdura. Y prueba de ello es que el aeropuerto internacional de Mitiga, en Trípoli, volvió a estar operativo tras varias semanas en las que los bombardeos de Hafter impidieron el tráfico de vuelos civiles.
La reunión en sí ya ha supuesto un logro diplomático para el líder ruso. La Unión Europea, Naciones Unidas y Estados Unidos habían reclamado durante meses el fin de los combates. No se había logrado ningún avance hasta que Rusia y Turquía, con intereses energéticos en el país con mayor reservas probadas de petróleo en África, se han empleado a fondo. Hafter se ha beneficiado de la llegada de cientos de mercenarios rusos que han logrado inclinar la guerra a su favor, hasta conquistar el bastión de Sirte. Y Erdogan ha dado un paso al frente y ha conseguido que su Parlamento apruebe el envío de soldados regulares a Libia.
Putin, que quiere presentarse como mediador, insiste en que si hay contratistas militares rusos en Libia no tienen vinculación con el Estado. Mientras, Turquía ha enviado tres docenas de soldados al país norteafricano para ayudar a entrenar y coordinar a las fuerzas leales a El Serraj. Cuando todo parecía abocado a un enfrentamiento bélico entre rusos y turcos, Erdogan y Putin se reunieron y forzaron el alto el fuego entre las partes.
El líder ruso tiene especial interés en Libia, un país sumido en el caos desde la caída en 2011 del régimen de Muamar el Gadafi después de una revuelta popular y la intervención militar liderada por Francia, el Reino Unido y EE UU. No solo por tener un puesto de primera fila en el futuro de los jugosos contratos energéticos y en la reconstrucción del país; tampoco únicamente por el lugar geoestratégico del Estado norteafricano, punto fundamental en las rutas migratorias y un enclave cuya inestabilidad influye directamente en la UE y los países del Mediterráneo. Putin, señala el analista Mijaíl Rostovsky, cree que Occidente "rompió" Libia y luego se apartó tímidamente, incapaz de hacer frente a las consecuencias directas de sus propias acciones. "Por un lado, esto es malo para Rusia: Occidente debería haber eliminado su propia basura. Pero, por otro es bueno: Putin tuvo la oportunidad, a un nivel extremadamente práctico, de demostrar la superioridad de su filosofía de política exterior sobre la occidental. Para hacerlo hay que arreglar lo que los estadounidenses y los europeos arruinaron; volver a pegar Libia".
Mientras tanto, la canciller Angela Merkel prosigue con su intento de convocar una conferencia internacional en Berlín. La fecha fijada para este encuentro que viene preparando desde hace meses junto a la ONU será el 19 de enero. Uno de los diplomáticos que asistirán a esa cita indicó a este periódico: “El objetivo que se había marcado en el enviado de la ONU para Libia (el libanés Ghassan Salamé), es poner un poco de orden entre los países que tienen intereses en Libia y después poner orden entre los libios. Pero ese objetivo se ha visto de pronto alterado con la intervención de Rusia y de Turquía”.
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