Taiwán intenta sacudirse la dependencia económica de China

  12 Enero 2020    Leído: 649
Taiwán intenta sacudirse la dependencia económica de China

A pesar de las tensiones políticas con Pekín, que reclama su soberanía, el 40% de sus exportaciones va al gigantesco mercado chino.

Taiwán, la «otra China» que permanece separada del autoritario régimen comunista de Pekín desde el final de la guerra civil hace siete décadas, celebró ayer sus séptimas elecciones libres desde 1996 bajo la sombra alargada de las protestas de Hong Kong. Con una superficie algo menor que Extremadura, esta isla de 23 millones de habitantes vuelve a demostrar que la democracia puede funcionar también en el mundo cultural chino pese a lo que diga Pekín, que se ha propuesto unificarla por las buenas o por las malas.

Pero el mayor riesgo para Taiwán no es una invasión desde el continente, sino su dependencia económica del gigantesco mercado chino, que es su principal socio comercial. Desde 1998, cuando se empezó a notar el «deshielo» a ambos lados del Estrecho de Formosa, su comercio bilateral ha pasado de 5.020 millones de dólares (4.520 millones de euros) a los 150.500 millones de dólares (135.000 millones de euros) de 2018. Con un 41,2% de las exportaciones taiwanesas dirigiéndose a China (incluido Hong Kong) y un 19,3% de sus importaciones procediendo del continente, esta pequeña pero industrializada isla es uno de los pocos países que tiene superávit comercial con la «fábrica global». Líder en alta tecnología, como semiconductores y microchips, lo mismo le ocurre a su balanza comercial con el resto del mundo, que ascendió en 2018 a 622.200 millones de dólares (560.000 millones de euros) y presentó un saldo positivo de 49.600 millones de dólares (44.700 millones de euros).

Con un millón de empresarios que han montado fábricas en el continente por su barata mano de obra, Taiwán es uno de los mayores inversores en China. Gracias a una lengua, cultura e historia comunes, el continente sigue siendo el destino favorito del capital taiwanés pese al aumento de sus costes laborales por la subida del nivel de vida, que ha abierto la baraja a otros países emergentes de la región como Vietnam, Indonesia y Filipinas. Desde 1991 hasta febrero del año pasado, la inversión taiwanesa en China sumó 183.400 millones de dólares (165.000 millones de euros) en 43.401 proyectos, pero otros estudios calculan que podría ascender al doble a través de paraísos fiscales. Entre dichas firmas inversoras destaca Foxconn, la multinacional taiwanesa que cuenta con un millón de trabajadores en 13 fábricas de China, de donde salen todos los aparatos electrónicos de Apple, Sony, Dell, Hewlett-Packard, IBM, Toshiba y Motorola. Además de este gigante, los pequeños y medianos empresarios taiwaneses han implantado en el continente el exitoso modelo manufacturero que convirtiera a su país en uno de los «Tigres Asiáticos» junto a Hong Kong, Corea del Sur y Singapur.

A pesar de estas cifras, la tensión ha crecido entre ambas partes desde que la presidenta Tsai Ing-wen, del Partido Democrático Progresista (PDP), tomó el poder en los comicios de 2016. Frente al acercamiento que trajo el partido nacionalista Kuomintang (KMT) durante sus ocho años anteriores de gobierno, en los que se firmaron una veintena de importantes acuerdos comerciales, el discurso soberanista de Tsai espanta a Pekín, que ha intentado torpedearla económica y diplomáticamente.

Aislamiento
Por una parte, el régimen ha prohibido los viajes individuales de turistas chinos a Taiwán, que han caído de los 3,3 millones de 2015 a los 2,6 millones de 2018. En su lugar llegan turistas del Sudeste Asiático, pero gastan bastante menos que los chinos y se alojan en hoteles más baratos. Por la otra, le ha arrebatado desde entonces siete Estados que antes tenían relaciones diplomáticas con el Gobierno de Taipéi. Solo 15 países, entre ellos Paraguay, Nicaragua, Belice, el Vaticano y pequeñas islas del Pacífico y el Caribe reconocen a la República de China, nombre oficial de Taiwán.

Intentando evitar este aislamiento diplomático, que no impide a los taiwaneses viajar sin visado a 160 países, el Gobierno del PDP ha puesto en marcha durante estos últimos cuatro años su «Nueva Política Hacia el Sur» para estrechar vínculos con el Sudeste Asiático. A los 10 miembros de Asean, segundo destino de las exportaciones taiwanesas, se suman los países del sur de Asia, Australia y Nueva Zelanda, con cuyo Gobierno se firmó en 2013 un acuerdo de cooperación económica. Pero tanto dicho acuerdo como el de asociación económica con Singapur de ese mismo año los rubricó el anterior Ejecutivo del KMT.

«La Política Hacia el Sur ha funcionado en relaciones de personas a personas, captando turistas y estudiantes con becas. Pero dudo de que haya sido un éxito político», explica a ABC Ross Feingold, analista y abogado con base en Taipéi que asesora desde hace más de 20 años a multinacionales sobre los riesgos de inversión en Taiwán. A su juicio, «aunque las empresas taiwanesas han invertido mucho en otros países, se ha debido a los problemas de la guerra comercial entre Estados Unidos y China y no ha habido acuerdos de libre comercio porque los países del Sudeste Asiático se han mostrado reacios a firmarlos por la presión de China».

Además de la «Política Hacia el Sur», el Gobierno puso en marcha en 2016 el denominado «Nuevo Modelo de Desarrollo Económico», que persigue impulsar la innovación y las nuevas tecnologías para crear empleo. Con un Producto Interior Bruto (PIB) de 590.000 millones de dólares (530.000 millones de euros) en 2018 y per cápita de 25.004 dólares (22.530 euros), Taiwán es una sociedad avanzada y se encuentra en torno al puesto número 20 en las listas del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la ONU. Pero sufre los mismos problemas que el resto del mundo occidental. En un planeta cada vez más globalizado y competitivo, su desarrollo ha tocado techo y los jóvenes se enfrentan a salarios estancados, dificultades para comprar una vivienda y un oscuro futuro para sus pensiones. Bien educados y hablando mandarín, al menos pueden emigrar a China continental por las oportunidades laborales que ofrece su crecimiento. Aunque allí pueden ganar hasta el doble de lo que cobrarían en la isla, su emigración vuelve a demostrar la creciente dependencia taiwanesa del continente.

Entre 1950 y 2000, la economía de la isla creció a un ritmo medio del 8,2%, que luego se ralentizó al 3,8% entre los años 2000 y 2014. Tras un pírrico 0,8% en 2015, repuntó hasta el 2,6% de 2018 pese a las disputas políticas con China. «A juzgar por las estadísticas, el Gobierno del PDP lo está haciendo muy bien en la economía, pero ha provocado un lío con una serie de reformas como la transición energética y las leyes laborales», valora Ho Ming-sho, profesor de Sociología de la Universidad Nacional de Taiwán.

A su juicio, el mayor problema de la isla es China, ya que «las protestas de Hong Kong han demostrado la realidad del principio de ‘‘un país, dos sistemas’’, que el presidente Xi Jinping equipara al Consenso de 1992 sobre Taiwán». Por ese motivo, cree que «lo más razonable es esperar que aumente la presión de Pekín», ya que «nada podrá impedir que China socave la democracia de Taiwán». Para garantizar su independencia política, la isla quiere desprenderse, o al menos reducir, la tremenda influencia económica del continente. Y, de paso, demostrar que la democracia también es posible en la cultura china.

abc


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