Apenas un día antes de que comience el debate crucial en el Capitolio, Donald Trump se ha revuelto con furia contra el proceso público abierto a causa del escándalo de Ucrania. Hasta ahora, el presidente de Estados Unidos había optado por desdeñar todo el procedimiento previo del impeachment, tachándolo de ilegítimo y negándose a colaborar en la investigación o defenderse, pero este martes ha enviado una demoledora carta de seis páginas a la presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, en la que acusa a ella y a los suyos de socavar la democracia estadounidense.
“Este impeachment representa un abuso inconstitucional sin precedentes de los legisladores demócratas, sin parangón en casi 250 años de historia legislativa de Estados Unidos”, afirma el republicano al principio de la misiva. Si el juicio político queda activado este miércoles en el pleno de la Cámara de Representantes, como se da por descontado gracias a la mayoría demócrata, “estarán declarando una guerra abierta a la democracia americana”. A partir de ahí, con palabras gruesas, ataca cada cargo o acusación, asegura que el procedimiento está siendo menos garantista que “los juicios de Salem”, es decir, los de las brujas, y remata advirtiendo: “No tengo duda de que el pueblo americano les hará rendir cuentas en las elecciones de 2020”.
Esas elecciones presidenciales se encuentran precisamente en el origen del impeachment contra Trump, un procedimiento extraordinario contemplado en la Constitución estadounidense que puede acabar con la destitución del presidente si se le considera culpable de crímenes o faltas graves. Los demócratas acusan al mandatario de abuso de poder por haber presionado al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, para que anunciase dos investigaciones que le beneficiarían electoralmente, congelando incluso ayudas militares que Ucrania necesita o usando una invitación a la Casa Blanca como moneda de cambio. Una de las pesquisas que interesaban a Trump tenía que ver, por una parte, con Joe Biden, precandidato demócrata, y al hijo de este, Hunter, por sus negocios en el país. La otra era una teoría desacreditada sobre una campaña de injerencia que se había urdido desde Ucrania en 2016 para favorecer a los demócratas.
El magnate neoyoquino defiende en todo momento su actuación, asegura que se interesó por la corrupción de buena fe y niega que jugase con contrapartidas para el Gobierno de Kiev. En la carta lanza ataques dirigidos personalmente contra Pelosi, la veterana y poderosa demócrata que suele sacarle de quicio y que ha sido clave para este impeachment. “La historia le juzgará con dureza”, le dice a la presidenta y le asegura que “su legado será el haber convertido la Cámara de Representantes, ante un cuerpo legislativo venerado, en una Cámara estrella de persecución partidista”.
El escándalo de Ucrania, que salió a la luz el pasado septiembre, ha desembocado en el cuarto proceso de estas características abierto en el Congreso en la historia. Sin embargo, Trump será el tercero juzgado de la historia, ya que Richard Nixon dimitió por el caso Watergate a esta altura del procedimiento, antes de que su destitución fuera aprobado en el pleno de la Cámara baja. El juicio propiamente dicho se celebrará en el Senado, trance por el que solo un presidente ha pasado en el siglo XX, Bill Clinton, en 1999, a raíz del caso Lewinsky. Tanto Clinton como Andrew Johnson, en 1868, quedaron absueltos. Ese parece también el destino de Trump, ya que su condena requiere dos tercios de apoyo en el Senado, es decir, 67 de los 100 senadores, y los republicanos ocupan 53 escaños fieles al mandatario. Los efectos políticos resultan más inciertos: los testimonios escuchados durante semanas en el Congreso han dañado la imagen del presidente, pero su contraataque, acusándolos de revanchistas, también intraquiliza a los demócratas.
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