El milagro de Estado de la unidad, la concordia y el respeto se produjo, al menos durante una misa, en Argentina. La Iglesia logró sentar, hombro con hombro, a dos presidentes, Mauricio Macri y Alberto Fernández. El titular de la Conferencia Episcopal, Oscar Egea y el arzobispo de Mercedes Lujan, Jorge Eduardo Scheinig, oficiaron una ceremonia de reconciliación, histórica, con la presencia en primera fila de los ministros de dos Gobiernos (en ejercicio y designado) que, por primera vez en este siglo, se esfuerzan en dar una imagen de normalidad democrática.
Faltaba, como era previsible, la expresidenta y vicepresidenta electa, Cristina Fernández. La persona que más separa a los argentinos rechazó la mano tendida por la Iglesia de sumarse a un oficio sin precedente. Algunos de los mensajes pronunciados desde un estrado convertido en púlpito a las puertas de la catedral de Luján parecían dirigidos expresamente a ella. «Cuídense. No se hagan daño, que no haya odio ni pelea» y en tono de ruego, «no caer en la tentación de destruir al otro» insistió Monseñor Scheinig. El gobernador de la provincia de Buenos Aires y exministro «K», Axel Kicillof, tampoco aceptó la invitación al oficio religioso pero las palabras que resonaban le tenían, sin duda, a él también como destinatario.
Poco más de 48 horas antes del traspaso de poder, Argentina asistió asombrada a lo que puede considerarse el primer intento, en serio, de cerrar la denominada «grieta», término que resume el abismo entre dos países dentro del mismo país. Dicho de otro modo, la Iglesia intervino, como nunca antes, para cerrar la herida de la crispación y alejar la polarización extrema que enfrenta a la sociedad desde, prácticamente, el discurso de investidura de Néstor Kirchner del 25 de mayo del 2003.
La imagen resultaba insólita. Abrazos, sonrisas, guiños y hasta un vaso (parecía limonada) compartió Macri con Juliana Awada y Alberto Fernández. Bajo un sol de justicia la penitencia o el desafió superado por estos y por los ministros de ambos Ejecutivos fue resistir los 30 grados. Gestos importantes y escenas compartidas de dos hombres que se encuentran en los antípodas políticas, marcaron el principio de una historia cuyo desarrollo y final no se presupone demasiado feliz.
El pensamiento del Papa
Otro deseo del arzobispo de Mercedes Luján, provocó más de una sonrisa en ambos lados o bandos políticos. «… Conocer el pensamiento del Papa de manera directa y no por quienes la parcializan» y desvirtúan su mensaje. Al «lider social» y activista kirchnerista Juan Grabois, considerado uno de los protegidos del Papa, le pitaban los oídos. Lo mismo sucedía con Eduardo Valdés, ex embajador de Cristina Fernández en el Vaticano. Ambos ejercieron de presunta correa de transmisión de los mensajes, en ocasiones muy crudos, de Francisco contra el Gobierno de Mauricio Macri.
Ambos advertían también que el Pontífice jamás volvería a poner un pie en territorio argentino mientras en la Casa Rosada permaneciera el Presidente que mañana entregará el bastón de mando y la banda presidencial (gesto que no hizo con él Cristina Fernández) a Alberto Fernández.
La alineación de los equipos o cuadros presidenciales explicaba por sí misma la importancia de cada uno. Junto a Alberto Fernández se sentaba su pareja, Fabiola Yáñez, a continuación Santiago Cafiero (Jefe de Gabinete designado) y… a su lado un invitado especial, el exministro de Economía, Roberto Lavagna. El economista considerado «piloto de tormentas» financieras y excandidato presidencial, rechazó sumarse al Gabinete de Alberto Fernández para retomar las riendas de una economía en estado comatoso. Su hijo Marcos Lavagna, aceptó dirigir el Indec, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos que corrompió el Gobierno del matrimonio Kirchner y Macri reconstruyó de las cenizas (en sentido literal en el caso de computadores y documentos).
La misa, convocada «Por la unidad y la paz» en honor de la virgen de Luján, patrona de Argentina congregó al mundo de la política y del sindicalismo. Para todos había mensajes sagrados, pero también para un sociedad que no puede sentirse ajena ni sacudirse responsabilidades del país que colabora a construir. A la gente, el arzobispo le pidió «estatura moral, respeto por los otros, sentimiento de unión» sin tener que renunciar a un pensamiento propio porque, un recordatorio necesario, «todos somos la patria», insistió.
A 70 kilómetros de Buenos Aires sucedió lo impensable. La Iglesia hizo posible lo que en más de quince de años fue imposible. Si fue un milagro puntual o el principio de una nueva realidad será el tiempo el que lo diga.
abc