Se cumplen seis meses de protestas en Hong Kong y las movilizaciones no dan señales de perder fuelle. Estimulados por la aplastante victoria de la oposición hace dos semanas, cientos de miles de personas —unos 800.000 según los organizadores, 183.000 según la policía— han salido de nuevo a la calle este domingo por el centro de la isla para demostrar que el tiempo no mella su voluntad de ser escuchados y exigir que, de una vez, el Gobierno autónomo y Pekín les hagan caso en sus exigencias de mayor democracia y rendición de cuentas.
La de este domingo ha representado, en cierto modo, una vuelta a los orígenes, un recuerdo de que todo sigue casi tan pendiente como estaba en aquellos días de junio en que dos millones de personas se echaron a la calle. El proyecto de ley de extradición que desencadenó las marchas ha quedado archivado, pero el resto de demandas de los manifestantes desde entonces —puesta en libertad sin cargos de los detenidos en las protestas, apertura de una investigación independiente sobre el comportamiento de la policía, sufragio universal— siguen sin encontrar respuesta. Cerca de 6.000 personas han resultado detenidas en estos seis meses, que han visto celebrar cerca de 900 sentadas, marchas, vigilias y otros tipos de actividades de protesta.
La marcha había recibido, contra pronóstico, la autorización de la policía, que desde hace cuatro meses no daba el visto bueno a manifestaciones de gran tamaño. Estaba convocada por la misma organización que se había encargado de las movilizaciones masivas de junio, el Frente de Derechos Humanos y Civiles de Hong Kong. Seguía la ruta de las protestas tradicionales, del parque Victoria, el mayor de la isla, al distrito financiero. Y se desarrolló, por lo general, de manera pacífica.
“Es la última oportunidad que le da el pueblo a Carrie Lam”, aseguraba el viernes pasado el antiguo presidente del Frente, Jimmy Sham, elegido concejal en las municipales de hace dos semanas. Hoy, aún sujeto a una muleta tras el ataque de unos desconocidos que sufrió durante la campaña, llamaba desde el parque Victoria a que participara todo el que pudiese. “Solo hace falta un dictador para destruir los derechos humanos, pero para defender los derechos humanos de una sola persona hace falta una comunidad entera”, instaba este activista de 32 años, veterano en la defensa de los derechos LGTBI.
Pese al día soleado y la temperatura templada, el comienzo fue menos entusiasta que en las marchas originales. La gente tardó en llegar. Quizá por temor después del anuncio de la policía, pocas horas antes, de que había detenido a 11 personas y se había incautado de una pistola y un centenar de balas que —sostenía— sus propietarios pensaban utilizar durante la manifestación. Quizá por los rumores que se repetían en las redes sociales sobre controles policiales en los accesos por carretera a la zona.
Poco después, ya quedaba claro que se trataba de la mayor marcha desde al menos cuatro meses. Tres horas después de su comienzo, la manifestación continuaba y la multitud seguía saliendo del parque. Al caer la noche, los participantes encendieron las luces de sus móviles mientras avanzaban y cantaban el himno de las protestas, “Gloria a Hong Kong”.
“Cuando una persona viola la ley, es un problema de la policía. Cuando dos millones violan la ley, es un problema de la política”, se leía en una pintada.
“No podíamos dejar de venir”, explicaba Jane, una manifestante de 26 años que había acudido junto a su novio y que se cubría el rostro con una mascarilla, como la mayor parte de los participantes. En un intento de impedir las marchas violentas, el Gobierno autónomo hongkonés prohibió a principios de octubre cubrirse el rostro en las protestas, una medida a la que la mayoría de los ciudadanos ha hecho caso omiso y que los tribunales han declarado anticonstitucional, aunque esa sentencia está pendiente de una apelación. “Tenemos que dejar claro que el resultado de las elecciones municipales no fue una casualidad, que seguimos movilizándonos para presionar al Gobierno y que seguimos demandando que nos hagan caso. Después de las elecciones [la jefa del Gobierno autónomo] Carrie Lam sigue sin escucharnos. Nosotros vamos a seguir reclamando en la calle que nos responda. Es necesario que defendamos nuestras libertades”, apunta la joven.
Al contrario que en las manifestaciones que se han ido sucediendo desde agosto, la presencia de la policía fue relativamente discreta a lo largo de la ruta. El nuevo jefe del cuerpo, Chris Tang, recién regresado de una visita a Pekín para reunirse con el ministro de Seguridad Pública chino, había apuntado un cambio de táctica: aunque los antidisturbios intervendrían al mínimo incidente serio, si los jóvenes se limitaban a infracciones menores, como ocupar las calles, sus agentes no intervendrían.
Pese a amagos de agarradas entre los manifestantes más radicales y una línea policial más allá del final de la marcha, la sangre no llegó al río. Los frontliners, los jóvenes que participan en los enfrentamientos violentos con la policía, montaron un par de barricadas, para acabar siguiendo el lema que han tomado prestado de Bruce Lee —“Sé agua”— y desapareciendo. Sobre una de las barricadas dejaban garabateado su saludo a los agentes, con una referencia a la descripción de moda de la policía que se encuentra en los foros de los manifestantes: “China los usa y los tira después. ¡Hola, condones!”.
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