La esperanza de vida en los países occidentales ha ido creciendo a lo largo del siglo XX de forma casi ininterrumpida. De una manera, que parecía difícil encontrar un límite y animaba a pensar en los humanos como una especie casi inmortal. Sin embargo, esta tendencia al alza se frenó a finales del siglo pasado y ha seguido languideciendo en el nuevo milenio.
Los años 80, la década más longeva
Estudiando bases de datos de mortalidad humana de numerosos países, los investigadores comprobaron cómo dimos las principales zancadas para ganar años de vida en el siglo pasado. La década de los 80 fue la etapa dorada, el momento en el que más tiempo de vida ganó nuestra especie. Después, los autores buscaron a las personas más longevas. Ninguno superó a Jeanne Calment. Sí vieron cómo ha ido aumentando en los países occidentales el número de personas que superan las siete décadas de vida, pero al organismo humano parece que le cuesta seguir cumpliendo años cuando ya se convierte en centenario. Es más las posibilidades de seguir soplando las velas de cumpleaños caen en picado una vez que llegamos a los cien, muestra el análisis de Jan Vig, de la Escuela de Medicina Albert Einstein de Nueva York.
En ese estudio de probabilidades, las opciones de que una persona pueda alcanzar los 125 años son menos de 1 entre 10.000.
En el debate de la inmortalidad humana, algunos investigadores se habían atrevido a aventurar que la esperanza de vida podría extenderse como un chicle. Otros marcaron los 85 años como límite biológico natural. En su artículo, Vig pone como referencia los 122 años de vida de Calment, pero sobre todo zanja el debate asegurando que sus resultados dejan claro que «la duración de la vida está limitada».
Estos límites de la biología humana podrían explicarse como un efecto secundario indeseado de los programas genéticos fijados para actividades necesarias en el inicio de la vida, como son el desarrollo, el crecimiento y la reproducción, opina el autor principal del estudio.
La plasticidad de la longevidad
El trabajo es una foto de lo que está ocurriendo, un buen análisis estadístico con herramientas matemáticas que no puede predecir lo que sucederá en los próximos años. Carlos López-Otín, catedrático de la Universidad de Oviedo y estudioso de las bases moleculares del envejecimiento humano, cree que este estudio «esencialmente demográfico» «proporciona una nueva mirada» al debate de los límites de la longevidad humana. Pero, en su opinión, no excluye en absoluto la posibilidad de que se desarrollen intervenciones o métodos genéticos o farmacológicos que puedan romper ese límite natural.
Recuerda cómo en los últimos años se han acumulado una serie de avances científicos y biomédicos que demuestran que la longevidad es plástica y que se puede intervenir sobre el envejecimiento hasta llegar a prolongar la vida más allá de los límites naturales de diversos organismos animales. Entre esos avances señala la reprogramación celular, la edición genómica «o trabajos más actuales sobre el control metabólico de la longevidad que pueden ayudarnos a ensanchar esos límites».
El sueño de hallar una terapia de juventud sigue vivo en los laboratorios más potentes de investigación. «Pero de nada valdrá superar los 122 años, 5 meses y 14 días de Jeanne Calment, la campeona de la longevidad humana, si la calidad de vida no es buena. El énfasis debe ponerse en entender las causas y avanzar en la curación de las muchas enfermedades que son las que adelgazan nuestro futuro», advierte.
ABC
Etiquetas: