Donald Tusk: “El problema de flirtear con la ultraderecha es que empiezas a pensar igual que ellos”

  06 Diciembre 2019    Leído: 1204
  Donald Tusk:   “El problema de flirtear con la ultraderecha es que empiezas a pensar igual que ellos”

El nuevo presidente del Partido Popular Europeo se marca como una de las prioridades de su recién estrenado cargo la lucha contra los populismos de derecha.

Donald Tusk (Gdansk, 62 años) lleva solo dos días en su despacho de la presidencia del Partido Popular Europeo, situado a escasa distancia de la sede del Consejo Europeo en Bruselas, cuya presidencia ocupó el político polaco hasta el pasado sábado. Ha dejado atrás cinco años como líder de unas cumbres europeas que lidiaron, con suerte desigual, con la crisis del euro, el Grexit interruptus, el drama de los refugiados o la hecatombe del Brexit. Este último ha sido su gran pesadilla política y personal —"uno los errores más espectaculares en la historia de la UE"— una ruptura que se ha negado y se niega a aceptar como irreversible. “Me duele no haber entendido el enorme riesgo que suponía el referéndum la primera vez que Cameron me lo planteó”, se lamenta. En su primera entrevista en el nuevo cargo, con EL PAÍS y otros seis diarios europeos, se marca el objetivo de combatir a la extrema derecha, una corriente que tienta a algunos populares, con el PP de Pablo Casado en la vanguardia de los pactos con partidos como Vox. La primera prueba de fuego de esa batalla será la posible expulsión del PPE del Fidesz, el partido del presidente húngaro, Viktor Orbán.

Pregunta.  ¿Hay espacio para el diálogo entre los populares (PPE) y los movimientos ultranacionalistas o de ultraderecha?

Respuesta.  Esa no es mi intención, en absoluto. De hecho, lo que quiero es enfrentarme a esa tendencia porque creo que el PPE debe ser una fuerza política capaz de proteger a Europa del riesgo que supone el aumento del nacionalismo y del extremismo, sea de derechas o de izquierdas. Para que haya diálogo necesitas, al menos, un terreno común basado en principios comunes. Para mí, la línea roja no es política sino de valores humanos.

P.  Su posición choca con la de algunos de los principales partidos de su familia política, como el PP español, donde no se ve problema en colaborar con grupos de ultraderecha como Vox.

R.  No soy mago, no tengo instrumentos para cambiar la realidad en los países.

P.  ¿Pedirá a esos partidos que dejen de negociar con la ultraderecha?

R.  [Largo silencio] El problema de empezar a flirtear con los extremistas no es que encuentres intereses comunes, sino que empieces a pensar lo mismo que ellos. Es muy fácil transformarte si estás en contacto estrecho con ese tipo de poderes. Hay que protegerse de ese tipo de tentación.

P.  A veces los ultranacionalistas ya están dentro del PPE, como es el caso del húngaro Viktor Orbán. ¿Cree que el partido de Orbán, Fidesz, puede seguir con ustedes?

R.  Antes de Navidad espero recibir el informe que están elaborando [tres destacados miembros del PPE]  Van Rompuy, Pottering y Schüssel y en febrero haré mi recomendación. Orbán ha declarado, de manera bastante explicita, que su mayor objetivo es acabar con la democracia liberal e instaurar un nuevo modelo de democracia. Para mí eso es una línea roja.

P.  Entonces, ¿puede seguir Orbán en el PPE o no?

R.  Yo haré mi recomendación en febrero pero es una decisión de toda la familia política. Tengo mi punto de vista muy claro pero sería injusto adelantarlo antes de conocer el informe. Después de mi elección, la primera reacción de Orbán fue decir que tienen miedo de que el PPE gire a la izquierda con mi presidencia. Francamente, si la decencia, la libertad de expresión y la democracia liberal son de izquierdas, entonces soy un izquierdista convencido.

P.  En temas como migración, Orbán y usted parecen coincidir en favor de un blindaje de las fronteras.

R.  Hay que distinguir entre eficiencia y cinismo. Para mí, la migración se puede abordar de manera metódica, pero sin cambiar nuestra identidad. Para Orbán, la migración es un pretexto para cambiar el modelo político europeo, nuestra democracia, tolerancia y coexistencia entre grupos étnicos y religiosos diversos. Eso es peor que la crisis migratoria en sí misma.

P.  ¿Cuál fue su tema más difícil como presidente del Consejo Europeo?

R.  Por supuesto, la migración. Y todavía lo es. En primer lugar porque es un problema que por definición es ahora irresoluble. Estamos ante una nueva versión del fenómeno migratorio, tanto por el número como por la determinación de las personas que quieren venir a Europa. Es algo nuevo y permanente. Y, además, tenemos culturas muy diferentes en Europa en relación con los emigrantes y los refugiados. Y también, por supuesto, se cometieron errores al principio del proceso [en 2015].

P.  ¿Cuál fue el mayor error?

R.  Algunos líderes dieron la idea de que la oleada era demasiado grande para frenarla. Mi opinión era la contraria. Que la oleada era demasiado grande como para no pararla.

P. ¿Se refiere a Merkel?

R.  Era y es muy fácil culpar a Merkel por la política de puertas abiertas. Su reacción fue muy humana y pretendía ayudar a países de primera línea como Hungría. Al mismo tiempo, su planteamiento tuvo consecuencias concretas. Para algunos refugiados, el mensaje sonó como una invitación más que como una bienvenida. Pero el primer y mayor error fue que los líderes europeos se dividieron en dos bandos: uno con una retórica inapropiada e inaceptable —con Orbán y Kaczynski como mejores ejemplos, o quizá peores— pero que tenía razón en cuanto a nuestras obligaciones en las fronteras exteriores; y otro abierto y apegado a nuestra tradición [de acogida] pero centrado en la relocalización. En el momento álgido de la crisis, con 200.000 refugiados en dos meses, el debate se centró en quién tenía razón y no en buscar soluciones.

P.  También le tocó lidiar con el Brexit. ¿Ve riesgo de nuevas salidas?

R.  Esa fue la primera pregunta que me hizo Donald Trump cuando hablamos por teléfono después de su elección como presidente de EE UU. ¿Quién es el próximo?, me preguntó, y su voz denotaba la esperanza de que hubiera cola para salir. Mi sensación es que el Brexit ha sido una lección. Por eso nadie en Europa piensa ya seriamente en una salida. Ahora, la mayor amenaza es la de aquellos que quieren seguir en la UE, por presión de la opinión pública o porque reciben fondos, pero al mismo tiempo no se toman en serio nuestros valores.

P.  ¿A quién se refiere?

R.  A los Gobiernos de Hungría o Polonia, por ejemplo.

P.  Su último quebradero de cabeza como presidente del Consejo fue con Francia, por su veto a la ampliación de los Balcanes. ¿Qué piensa de Emmanuel Macron?

R.  Es una esperanza para el futuro de Europa y uno de los mejores defensores de la democracia liberal, pero soy crítico con algunas de sus nuevas ideas y opiniones, en especial, las últimas sobre la OTAN. Estamos en un momento muy delicado de la relación transatlántica, con un presidente de EE UU que, por primera vez en la historia de la UE, está claramente en contra de la Unión como socio. Si Macron quiere ser uno de los líderes más importantes de la UE, su obligación es proteger nuestros lazos con EE UU. Hace falta que Macron se sienta responsable de la UE como conjunto y no solo de Francia para que podamos tratarle como un futuro líder de toda Europa. Esa fue la principal ventaja de Angela Merkel. Siempre estuvo dispuesta a pensar en Europa y a sacrificar intereses nacionales para proteger a todos.

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