Cristina Rabadán, madrileña nacida en Hamburgo en 1962, llegó a Estados Unidos hace 33 años, con un título en Farmacia de la Complutense y sin hablar ni una palabra de inglés. Pero fue el español lo que la convirtió en una pieza fundamental en su nuevo país. Empezó limpiando pipetas y tubos de ensayo en un laboratorio y acabó trabajando para cuatro presidentes: Clinton, Bush, Obama y Trump (hasta 2016). "Nadie es imprescindible, pero yo fui útil", sentencia con una sonrisa.
Primero como directora del Instituto de Corazón, Pulmón y Sangre y después como responsable de la relación de Estados Unidos con las Américas, Rabadán tuvo un papel muy relevante en momentos históricos como el deshielo de las relaciones con Cuba. "Fueron dos años muy interesantes, éramos conscientes de que estábamos haciendo historia. Estuve cinco veces en el país y pudimos avanzar en muchos acuerdos sobre cáncer, zika...", explica. "Mi objetivo era bajar los acuerdos políticos al nivel técnico para asegurarnos de que la colaboración seguía aunque hubiese un cambio de Gobierno. Aunque ahora lo cierto es que la cosa se ha congelado, hay que esperar a que vengan tiempos mejores", resume.
En Estados Unidos pudo realizar un doctorado en Bioquímica y después ganó una plaza en el Instituto Nacional de Salud, ahí fue donde comenzó su etapa en el sector público. "A principios de los 2000 no había muchas bioquímicas que pudiesen hablar español", resume. Estaba en el momento adecuado y en el lugar preciso. Por eso se convirtió también en la voz del Gobierno con la comunidad hispana en algunas de las campañas de prevención de enfermedades más importantes.
Rabadán visitó España a finales de octubre para participar en el congreso de la Sociedad Española de Medicina Tropical y Salud Internacional. Justo unas semanas antes de que se detectara en Madrid uno de los primeros casos de dengue por transmisión sexual en el mundo. "La epidemia del ébola cambió un poco la mentalidad pero todavía hay gente que se piensa que esto de las enfermedades tropicales es algo que quedó en el siglo XIX", señala. Durante aquel brote de 2014 que mató a más de 11.300 personas, Rabadán también participó en las conversaciones del Gobierno estadounidense con el español en la coordinación de la respuesta ante la emergencia, después de que una enfermera se contagiara en territorio nacional. "Recuerdo con bastante orgullo la reacción que tuvo España ante la situación, en Estados Unidos aprendimos mucho de aquella respuesta", recuerda.
Actualmente en excedencia de su labor pública, ocupa un puesto de profesora adjunta en la Universidad de George Washington y es directora asociada en Westat, una corporación que realiza ensayos clínicos en todo el mundo. "Hace años solo se hablaba de salud global cuando había una pandemia, ahora se ha incluido en el tablero de las negociaciones entre países y los científicos tenemos que estar en los ministerios para asegurarnos de que los políticos tienen la información correcta y no se usa la salud como moneda de cambio", recalca.
Durante su época como directora del Instituto de Corazón, Pulmón y Sangre puso en marcha un programa para dotar de recursos a países en vías de desarrollo para prepararse para enfermedades crónicas como la diabetes o la hipertensión. Un proyecto valorado en 34 millones de dólares que finalizó en 2015 y que por ahora no va a continuar. "Es una de las iniciativas que me dio más satisfacción porque es necesario dotar a estos países de las herramientas necesarias. La obesidad, por ejemplo, es un problema que ya está aquí", sentencia.
También trabajó en otro punto hoy más candente que nunca: la frontera entre México y Estados Unidos. "No hay muchas diferencias a uno y otro lado, en los dos sitios hay obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y también tuberculosis y sida", indica. Rabadán destaca la intensa relación que hay entre autoridades municipales y sanitarias de uno y otro lado, más allá de las relaciones a nivel estatal. "La frontera es una región aparte. Es un gran ejemplo de cooperación sanitaria donde los municipios trabajan con sus ciudades hermanas para prevenir epidemias", afirma.
Tras los dos primeros años de la Administración Trump, la científica decidió aceptar un cargo en una multinacional sanitaria. "No me fui tanto por motivos políticos como por experimentar el sector privado, y el Gobierno allí te da la posibilidad de tener una excedencia para hacerlo", apunta. Esta ex alumna de la Complutense cierra por ahora su etapa pública con cuatro presidentes a sus espaldas.
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