La guerra que inició en abril el mariscal Jalifa Hafter cuando intentó tomar Trípoli sigue en tablas. Sin embargo, en las últimas semanas, la presencia de mercenarios rusos estrechamente vinculados al entorno del Kremlin que combaten en apoyo de Hafter podría desnivelar la balanza. Este movimiento bélico, confirmado por diversas fuentes y que han negado tajantemente tanto el portavoz del mariscal libio como el Gobierno ruso, llega después de que Moscú haya asentado su presencia militar en Siria y esté tratando de ampliar su peso en África. El Ejecutivo libio respaldado por la ONU ha acusado a Rusia de emplear estos paramilitares para extender su influencia en el país, productor estratégico de petróleo.
Estos soldados secretos rusos, bien formados y equipados, forman parte del opaco grupo Wagner, según varias fuentes. Son unos 200, según reporta sobre el terreno The New York Times; entre ellos francotiradores. The Washington Post informa desde Libia que son “unos cientos”. Wagner, según distintas investigaciones, está vinculado a Yevgeni Prigozhin, un oligarca muy cercano al presidente ruso, Vladimir Putin, que emprendió su fortuna con servicios de cáterin. Wagner surgió por primera vez en los campos de batalla de Ucrania. Y su número y poder aumentó con operaciones en Siria. Se despliegan primero cuando Moscú no puede intervenir oficialmente —o no puede ser visible—, señalan distintas fuentes. Pero el Kremlin no ha reconocido jamás su actividad. Tampoco en esta ocasión. El jueves, el viceministro de Exteriores, Serguéi Riabkov, tachó de conjeturas esas informaciones.
"Los rusos han intervenido para echar combustible al fuego y agravar la crisis en lugar de encontrar una solución", ha declarado Fathi Bashagha, el ministro del interior del Gobierno con sede en Trípoli, en una entrevista concedida a la agencia Bloomberg antes de viajar a Washington. En ella asegura que Estados Unidos tiene una "obligación moral y legal" para solucionar el conflicto. Desde que Hafter desencadenó su ofensiva contra Trípoli se han registrado un millar de víctimas, de la cuales cien son civiles, según la ONU.
Rusia viene mostrando gran interés por Libia desde al menos 2018. A finales del año pasado, Jalifa Hafter visitó Moscú acompañado por una delegación militar. Se reunió entonces con el ministro de Defensa, Sergéi Shoigú, uno de los miembros del Gobierno más cercanos a Putin, y otros altos cargos militares. Pero en aquella cita, sentado a la mesa como uno más, estaba también Yevgeni Prigozhin. El Comando General de las Fuerzas Armadas de Libia difundió las imágenes en su canal de YouTube. El Kremlin guardó silencio entonces, pero fuentes cercanas al Gobierno citadas por las agencias rusas aseguraron que el oligarca estaba allí en calidad de proveedor del evento. “Algo se cocina en Libia”, remarcaron entonces algunos medios independientes rusos con ironía: a Prigozhin se le conoce popularmente como el “chef de Putin”.
En primavera, las autoridades libias detuvieron a dos personas acusadas de injerencia vinculadas a la Fundación para la Protección de los Valores Nacionales, ligada según varias investigaciones también a Prigozhin, en la lista de sanciones de Estados Unidos por su relación con la fábrica de trolls que buscó influir en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y por sus lazos con Wagner. El portavoz de la entidad, aseguró que se trataba de dos “sociólogos” que realizaban encuestas sociales, investigaciones humanitarias, culturales y políticas.
Ese ejército privado vinculado al aliado de Putin empezó a combatir en primera línea el pasado septiembre junto a las fuerzas leales a Hafter, como contó Bloomberg. Poco después, varios medios rusos documentaron la supuesta muerte de una decena de mercenarios compatriotas durante el bombardeo efectuado por las brigadas afines al llamado Gobierno de Unidad Nacional, apoyado por la ONU, contra un enclave controlado por el mariscal.
El mariscal Hafter contaba hasta ahora con el apoyo explícito de Egipto y Emiratos Árabes, sobre todo. Y también, aunque más discretamente, con Rusia. Mientras, el Gobierno de Unidad Nacional cuenta con el respaldo oficial de la ONU, pero su principal socio militar es Turquía; además de Qatar. Francia ha expresado su apoyo a Trípoli, el único Gobierno que reconoce oficialmente la comunidad internacional, pero también ha apoyado a Hafter en diversas operaciones militares.
Entre bambalinas del conflicto, Moscú ha tenido contacto con ambas partes. Ha tratado de garantizarse el favor de la persona que tome el poder en Libia, señala Grzegorz Kuczynski, experto del Warsaw Institute y autor de varios artículos de análisis sobre el tema. Kuczynski cree que para Rusia, el hombre clave será Hafter, que además tiene algún vínculo con Moscú. Como otros jerarcas de Oriente Próximo y África, el mariscal estudió en varias instituciones militares de la Unión Soviética a finales de los años setenta y principios de los ochenta.
Con su apoyo a ese futuro hombre fuerte, el Kremlin no solo espera que se descongele el conflicto. También tiene una serie de expectativas. “Según el plan de Rusia, esa persona daría el visto bueno a establecer bases militares rusas en la región del mar Mediterráneo, permitiría a las empresas de Moscú ingresar al sector petrolero local; compraría armas de fabricación rusa y serviría, junto con Egipto y Siria, como un fuerte vínculo en el eje pro-Kremlin en Oriente Próximo”, apunta el experto.
Otros analistas aseguran también que Moscú está empleando un libro de jugadas muy similar al del conflicto sirio. Aunque a diferencia de ese país, en Libia no están las fuerzas regulares rusas, señala un diplomático occidental que habla con la condición de anonimato. “Habría que preguntarse quién está pagando a esta empresa. Porque esos ‘soldados’ no vienen para cobrar 80 dólares al día”, añade.
Prigozhin se ha convertido en un jugador clave en la política exterior cada vez más expansiva de Rusia. Se ha detectado presencia importante de grupos armados vinculados a Wagner en Siria, Sudán y República Centroafricana. En ese país, donde Moscú también envió fuerzas especiales para la protección del presidente, esos soldados secretos han servido como asesores militares, entrenadores y guardias armados a cambio de concesiones mineras de oro y diamantes, según varias investigaciones. Además, hay grupos menos significativos compuestos por lo que llaman “expertos” o “consejeros” en países como Congo, Mozambique o Venezuela.
El grupo Wagner no es una unidad militar privada con un cuerpo de mercenarios constante. El periodista ruso Denís Korotkov, que ha investigado a fondo su naturaleza desde hace años, explica que se movilizan cuando hay necesidad de enviar un contingente a alguna parte: “Se les reúne, van al polígono militar de entrenamiento de Mólkino (sur de Rusia), después a Siria y de allí al lugar donde van a operar”. Desde sus primeros tiempos en Ucrania se han diversificado. Ahora proporcionan también entrenamiento militar, hacen consultoría y operaciones de inteligencia.
Al margen de las posibles intenciones de Rusia, la supuesta llegada de mercenarios deja claro que Hafter no dispone ahora mismo de medios para conquistar Trípoli. Desde su ofensiva el 4 de abril, el único movimiento significativo registrado fue la recuperación de la ciudad de Garián, situada a 80 kilómetros al sur de la capital. Su imagen como el único hombre capaz de imponer orden en Libia se ha visto bastante deteriorada incluso ante sus propios aliados, Egipto y Emiratos Árabes Unidos.
“Lo que está claro es que es poco verosímil que haya miles de mercenarios rusos. Porque esta guerra se está librando, sobre todo con drones”, señala el diplomático occidental. Y añade: “Cualquiera que haya estado en el frente libio sabe que apenas están movilizados cientos de hombres en cada bando. Y si hubiera miles de rusos, ya habría vídeos de ellos en las redes sociales. En esta guerra todo está saliendo en las redes”. Para concluir su análisis el diplomático señala: "Si los rusos están llegando a Libia es porque hay un hueco que otros han decidido no ocupar".
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