Las cartas que cambiaron la historia de la humanidad

  06 Noviembre 2019    Leído: 1285
Las cartas que cambiaron la historia de la humanidad

En su nueva obra, Simon Sebag recoge las misivas más llamativas de los personajes que cambiaron el mundo.

No es mero postureo. Tampoco la recurrente melancolía del que se empeña en que cualquier tiempo pasado fue mucho más feliz que el que vive. La funesta realidad es que, para la sociedad de hoy (la que se arroja escaleras abajo como si esperar dos minutos más un tren fuese lo peor que puede deparar el día), supone una tarea casi imposible detener una hora la habitual velocidad de crucero a la que viaja la mente para escribir sobre un papel en blanco.

En la era del Whatsapp y de la respuesta instantánea parece no haber cabida para las pausadas cartas. El historiador británico Simon Sebag define esta verdad objetiva como una mala pesadilla. «Es poco sabio que las abandonemos. Sin ellas, nuestra vida es pasajera y menos profunda», explica en declaraciones a ABC. Por todo ello decidió tomar medidas y dar forma a su última obra: «Escrito en la historia» (Crítica, 2019); un recorrido por las misivas que «cambiaron nuestro pasado». Para demostrar su importancia.

De Amenofis III a Bill Clinton. La obra, que atesora en su interior una capacidad inigualable de sorprender, recopila decenas de cartas de personajes más que populares. Pero el mérito de Sebag no es solo hacer públicas aquellas misivas que habían quedado sepultadas bajo el peso de los grandes hechos. O no solo, al menos. Su victoria es que ha sabido escoger textos que dicen mucho de la personalidad de sus autores.

En algunos casos como el de Wolfgang Amadeus Mozart las palabras hablan por sí mismas, pues escribió a su prima un sin fin de mensajes escatológicos y alocados en los que, según el británico, solo hablaba de «fornicar y defecar». «Por carta, era un guarro y un depravado», señala. Otro tanto sucede con el intercambio de mensajes entre Nikita Kruschev y John F. Kennedy, cuyo carácter les permitía llegar a un equilibro perfecto entre las demostraciones de poder y la necesidad de evitar una guerra nuclear: «Preservar la paz mundial debería ser una empresa conjunta de nuestros dos gobiernos, puesto que, en las circunstancias actuales, si estallara una guerra, […] sería una guerra mundial». En estas, el mensaje está claro.

Sin embargo, y en otras tantas, Sebag invita al lector a detenerse y pensar en lo que, en realidad, buscaba expresar el autor. En este último grupo podría enmarcarse la carta que envió Marco Antonio a Octaviano (futuro Augusto). Amigos en principio (ambos se repartieron los dominios de Roma después de haber acabado con los asesinos de Julio César) se separaron cuando el primero conoció a Cleopatra VII y se dispuso a reinar con ella en Alejandría.

A partir de ese momento, el futuro emperador orquestó una campaña de propaganda en la que tildó a su viejo compañero de armas de adúltero (pues ya se había casado en Occidente) y le acusó de abrazar las costumbres egipcias. Marco Antonio respondió en el año 33 a. C. en una misiva de su puño y letra: «¿Qué te pasa, protestas porque me esté follando a Cleopatra?». Más allá de la chanza, Sebag cree que esta frase esconde mucho más de lo que aparenta: «Demuestra que no acababa de entender las severas implicaciones políticas que tenía su relación, para él parecía algo solo sexual».

La clave de las cartas recogidas en la obra es que, al estar escritas en la intimidad (y, en principio, tener un destinatario concreto), desvelan la naturaleza del autor. «Revelan a la persona verdadera que hay detrás del que muestra en público». El mejor ejemplo de ello es la misiva que Vladimir Lenin envió a los bolcheviques de Penza en 1918, en plena guerra civil: «¡Camaradas! La insurrección debe sofocarse sin piedad. […] Ahorcad (a la vista del pueblo) a no menos de un centenar de kulaks, […] incautaos de todos sus cereales […] y hacedlo de forma que el pueblo tiemble». «Aquí muestra una imagen diferente a la cultivada y paternal que cultivó. Demuestra que era brutal», señala el autor.

Igual de llamativos son los mensajes que la pequeña Svetlana mandaba a su padre Iósif Stalin. Asemejándose a las maneras dictatoriales de su progenitor, solía escribir mandatos a sus sirvientes (y hasta al propio líder soviético) que firmaba como «el Jefe». «Escríbeme más a menudo, o pronto este, tu pequeño secretario, no sabrá qué hacer», solía responderle el «Camarada Supremo».

Tampoco se olvida Sebag de las cartas de amor, las más habituales en la historia. «A menudo tienen ese lenguaje maravilloso de los que están enamorados y se creen que sus sentimientos son únicos en el mundo», señala. Aunque ocupan el primer capítulo de la obra, el autor confiesa que no ha querido incluir demasiadas debido a que «pueden ser repetitivas».

Entre sus favoritas se hallan las que el enamoradizo Napoleón Bonaparte envió a Josefina (mientras esta era infiel, por cierto) o las que el sultán Solimán el Magnífico hacía llegar con regularidad a su gran amada, la esclava Roxelana (a la postre conocida como Hürrem). El musulmán hizo caso omiso con ella a la restricción de que cada concubina tuviera solo un hijo con él: «Trono de mi nicho solitario, mi tesoro, mi amor, mi luz de luna. Mi más sincera amiga, mi confidente, mi existencia misma, sultana mía, la más bella entre las bellas […]. Siempre cantaré tu elogio. Yo, el amante del corazón atormentado, Muhibbi el de los ojos llenos de lágrimas, estoy feliz».

El libro acaba, como no podía ser de otra forma, con un apartado dedicado a las cartas de despedida. En él, Sebag aborda algunas de las misivas más populares de la historia. Entre ellas, la que Ernesto Che Guevara envió a Fidel Castro antes de partir de Cuba. Aunque la más emotiva no se encuentra en este apartado. «La más triste es la de una madre que decide seguir a su hijo a las cámaras de gas», finaliza.

Cinco cartas famosas
1-Napoleón Bonaparte a Josefina.

«Muchos días no me escribes. ¿Qué haces entonces? No es que esté celoso, amor, es que a veces me preocupo. Tus cartas son la alegría de mis días, y mis días de felicidad no abundan».

2-Cristóbal Colón a los Reyes Católicos.

«En las Indias no he hallado monstruos, ni noticia. […] Ellos no son más deformes que los otros, salvo que tienen costumbre de traer los cabellos largos como mujeres».

3-Mahatma Gandhi a Hitler.

«De acuerdo con sus propios escritos y pronunciamientos, así como los de sus amigos y admiradores, no cabe duda de que muchos de sus actos son monstruosos e impropios de la dignidad humana».

4-Donald Trump a Kim Jong-un

«Usted habla de su capacidad nuclear; pero la nuestra es tan colosal y poderosa que ruego a Dios que no se tenga que usar nunca […]. El mundo, y Corea del Norte en particular, han perdido una gran oportunidad para una paz duradera».

5-Frida Kahlo a Diego Rivera.

«Mi cuerpo se llena de ti por días y días. Eres el espejo de la noche. La luz violenta de los relámpagos. La humedad de la tierra. El hueco de tus axilas es mi refugio. Mis yemas tocan tu sangre».

abc


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