Las locomotoras de África: ¿qué países impulsan el progreso?

  01 Noviembre 2019    Leído: 1251
  Las locomotoras de África:   ¿qué países impulsan el progreso?

Son Nigeria, Egipto, Sudáfrica y Etiopía, con una gran influencia en sus respectivas regiones. Excepto Sudáfrica, frenada en los últimos años por la corrupción, el resto han experimentado grandes crecimientos económicos, aunque mantienen altos niveles de paro y pobreza.

Dos tendencias definirán el futuro de África en los próximos cincuenta años.

La primera es demográfica. Según las proyecciones de las Naciones Unidas, en el año 2100 la población de África habrá alcanzado los 4.300 millones de personas. Si bien se estima que el crecimiento demográfico se producirá en buena parte del continente, el grueso del crecimiento estará encabezado por cuatro países.

En el 2100 Nigeria, la República Democrática de Congo, Etiopía y Tanzania tendrán poblaciones de 700, 350, 280 y 270 millones de personas, respectivamente. Acompañando ese crecimiento demográfico, se producirán unas tasas de urbanización más elevadas. En la actualidad, más de un 60% de los africanos vive en zonas rurales.

Sin embargo, en el 2030, la proporción de habitantes urbanos superará el 50%. Unas tasas de natalidad sostenidas harán que el continente siga siendo joven en las próximas décadas. En el 2030, África tendrá un 29% de la población mundial menor de 25 años (frente a un 23% actual).

La segunda tendencia es económica. Las economías africanas se enfrentan a una transformación estructural, puesto que pasarán de ser en buena medida agrarias a estar impulsadas por los sectores de los servicios y la manufactura. En el África subsahariana, la contribución de la agricultura, la pesca y la silvicultura, como porcentaje de la producción bruta (PIB), ha disminuido de manera constante en las últimas tres décadas: de un 21% en 1988 a un 15,8% en 2017. Es probable que esas tendencias se aceleren con una urbanización continuada.

Para una valoración plena de las consecuencias de esas dos tendencias es importante centrarse en unos pocos casos centrales entre los 54 estados africanos. Estos países son Nigeria, Egipto, Etiopía y Sudáfrica, y tienen importancia no sólo por su tamaño demográfico y económico, sino por su influencia en las subregiones de África.

Por lo tanto, los cuatro países deben considerarse destacados indicadores del futuro en relación con la seguridad, la política y la economía de los diversos estados africanos. En los siguientes apartados exploraré en detalle los aspectos nacionales y regionales de la trayectoria potencial futura de cada país.

Nigeria es, sin duda, el país más importante de África. Uno de cada seis africanos es nigeriano, y la economía del país representa un 17,1% de la producción total en el continente. Y en tanto que puntal económico de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO), Nigeria tiene mucha influencia en el conjunto de la región de África occidental.

De ello se deduce, por lo tanto, que el futuro de esa región dependerá crucialmente de lo que ocurra en Nigeria. En este sentido, Nigeria desempeñará un papel primordial en la determinación del futuro de la seguridad, la política y la economía de sus vecinos.

Nigeria es un agente fundamental en la búsqueda por restablecer la seguridad en la región del Sahel. En la actualidad, lucha contra una insurgencia interna dirigida por Boko Haram en el noreste del país y es socio del G-5 del Sahel, formado por Chad, Níger, Burkina Faso, Mali y Mauritania, que se encuentran amenazados por diversas organizaciones yihadistas.

En el ámbito político, Nigeria ha sido importante en la búsqueda de la CEDEAO por promover la estabilidad política en la región. El país tuvo un importante papel en el acuerdo que puso fin a las guerras civiles en la región del río Mano (Guinea Conakri, Liberia, Sierra Leona). Y, de modo más reciente, la intervención nigeriana aseguró una transición pacífica del poder en Gambia tras unas disputadas elecciones.

Es probable que el país continúe desempeñando un papel importante fomentando en los estados de África occidental formas más sólidas de acuerdos políticos en medio de la creciente competencia electoral.

Vale la pena señalar que la influencia económica de Nigeria en África occidental sigue estando muy por debajo de su potencial. Es algo que se refleja en los bajos niveles de comercio intra-CEDEAO (importaciones y exportaciones). El comercio entre los estados de la CEDEAO apenas representa un 9% del comercio total en la región.

La excesiva dependencia de los estados de la CEDEAO de las exportaciones de productos básicos no procesados y las importaciones de alimentos y productos manufacturados permite que el comercio con Europa, América y Asia dominen el comercio intrarregional.

En Nigeria, las exportaciones de petróleo representaron un 96% de las exportaciones de mercancías en el 2017. Los últimos acontecimientos podrían alterar esa situación. El empresario más rico de Nigeria, Aliko Dangote, está construyendo una importante refinería de petróleo de 15.000 millones de dólares que reducirá las exportaciones de crudo del país, así como las importaciones de productos derivados del petróleo.

De manera similar, los movimientos recientes para mejorar la productividad agrícola y aumentar la fabricación nacional reducirán la factura nigeriana de las importaciones. Esos avances tendrán, sin duda, efectos regionales.

Debido a su gran tamaño, una economía local diversificada con un sector manufacturero dinámico servirá como un destino de exportación de la región y como fuente de productos manufacturados. Es importante destacar que la promesa contenida en esos avances recientes reside en el hecho de que están en gran parte impulsados por el sector privado.

Nigeria tuvo un importante papel en el acuerdo que puso fin a las guerras de Guinea, Conakri, Liberia y Sierra Leona, y aseguró una transición pacífica en Gambia tras unas disputadas elecciones

Siguiendo el ejemplo de la fuerte presencia regional del Grupo Dangote, los empresarios y empresas nigerianos pueden ser los motores de la integración regional y el crecimiento económico a través de las inversiones y el comercio transfronterizos. Todo lo anterior va a depender de un modo crucial de la situación de la política interna y la formulación de políticas en Nigeria.

Si bien el país ha sido una democracia electoral nominal desde 1999, la mayoría de los nigerianos aún no ha visto los dividendos de la democracia. Las cifras son elocuentes. Nigeria tiene el mayor número de personas que viven en la pobreza extrema en el mundo (más que India), 87 millones.

El 62,2% de los nigerianos son menores de 24 años, y la edad media es de 17,9 años. El desempleo general se sitúa en un 23,1%, mientras que el desempleo o subempleo juvenil alcanza un impresionante 55,4%. A esos desafíos estructurales se suma la ané-mica economía del país.

En el 2018, la producción del país aumentó un ínfimo 2,38%, muy por debajo del crecimiento demográfico (2,6%). El futuro político y económico del país dependerá de la capacidad de las élites dirigentes de elaborar políticas que aborden esos múltiples desafíos. De lo contrario, el crecimiento sostenido de los jóvenes en Nigeria puede convertirse en una importante fuente de inestabilidad política y económica.

De hecho, en el núcleo de la insurgencia de Boko Haram existente en el noreste del país se encuentra un largo legado de abandono estructural de la región, en la que muchos jóvenes se sienten abandonados por su Gobierno y son vulnerables a la política de agravios de los extremistas.

EGIPTO: El Estado africano renuente

Al igual que Nigeria, Egipto es otro Estado africano fundamental cuyo futuro está estrechamente vinculado al de sus vecinos. Tras la primavera árabe que se extendió por el norte de África, Egipto ha vuelto a la autocracia bajo el Gobierno del general Abdul Fatah al Sisi. En abril del 2019, una enmienda constitucional aseguró que Al Sisi se mantendrá en el poder al menos hasta el 2030. Hoy Al Sisi tiene amplios poderes sobre varias instituciones egipcias, incluidos el ejército, el poder judicial y la Asamblea legislativa.

Egipto se enfrentará en semejante contexto a una serie de desafíos nacionales y regionales en las próximas décadas. En el plano nacional, el mayor desafío es el malestar económico. A pesar de un impresionante crecimiento de un 5% en el 2018, el desempleo juvenil sigue siendo persistentemente elevado, un 32,6%.

El desempleo global en ese país de 98 millones de habitantes alcanza un 9,6%. Dado que sólo un 32% de la fuerza laboral depende de la agricultura, el crecimiento económico y la estabilidad política futuros dependerán en Egipto de la capacidad del Estado para guiar la economía en la dirección del crecimiento sostenido y la creación de empleo.

En este sentido, el gobierno de Al Sisi ha estado enviando las señales correctas. Tras la intervención del Fondo Monetario Internacional (FMI) en el 2016, el Gobierno ha introducido una serie de políticas destinadas a estabilizar la macroeconomía y fomentar la inversión extranjera. Se prevé que la economía crezca un 5,5% en el 2019. Sin embargo, ese crecimiento aún no ha llegado a los egipcios corrientes, en buena medida porque una gran parte de la inversión extranjera se destina al sector petrolero, muy intensivo en capital.

Además, los recientes ajustes de la política macroeconómica se han realizado en detrimento de una serie de subsidios públicos, lo cual ha reducido efectivamente el poder adquisitivo de los hogares egipcios. Los salarios se han estancado en medio del aumento del coste de vida, mientras que importantes sectores económicos se enfrentan una fuerte competencia de otras economías regionales y de más allá de la región.

La estabilidad económica y política interna de Egipto influirá en los asuntos de la región más amplia de África septentrional y oriental. En la vecina Libia, Egipto es el país africano más influyente y apoya al general Jalifa Haftar, quien lanzó de modo reciente una ofensiva contra el Gobierno reconocido internacionalmente de Trípoli. El conflicto libio ha tenido una profunda influencia en la situación de la seguridad en el norte de África y el resto del Sahel. Actualmente, las armas circulan libremente desde Libia hacia grupos armados presentes en Chad, Nigeria, Níger, Burkina Faso, Argelia, Mali y Mauritania.

Una Libia estable significará menos fuentes de armas y entrenamiento y unas oportunidades limitadas de radicalización ideológica para los diversos grupos armados del norte, el centro y el oeste de África.

Se prevé que Egipto crezca un 5,5% en el 2019. Pero el crecimiento no llega a los ciudadanos, en buena medida porque gran parte de la inversión extranjera se destina al sector petrolero, muy intenso en capital

Egipto es también un agente importante en la geopolítica de África oriental, como parte en la lucha por el dominio en el Cuerno de África y como miembro de la Iniciativa de la Cuenca del Nilo en la que participan diez países (Burundi, República Democrática de Con-go, Egipto, Etiopía, Kenia, Ruanda, Sudán del Sur, Sudán, Tanzania y Uganda).

La batalla por el dominio en el mar Rojo ha dado lugar a menudo a enfrentamientos con Etiopía. Durante mucho tiempo, el país consideró a Eritrea y Somalia como posibles conductos a través de los cuales podría mantener a raya la preponderancia de Etiopía en la región. Ambos países han vivido también fuertes tensiones por la construcción en el Nilo Azul de la Gran Presa del Renacimiento Etíope, que producirá 6.000 MW y que Egipto considera como una ame-naza para su seguridad hídrica.

En conjunto, la capacidad de Egipto para ser un interlocutor regional fuerte con influencia en el norte de África, el Sahel y el resto de África oriental dependerá de su capacidad para resolver unos problemas políticos y económicos internos acuciantes. Aunque el país está orientado principalmente a Oriente Medio, su dependencia del Nilo y su exposición a la geopolítica del norte de África y el Cuerno de África impide que pueda hacer del todo caso omiso de su identidad como Estado africano.

SUDÁFRICA ¿Un nuevo principio?

En mayo del 2019, los sudafricanos otorgaron al presidente Cyril Ramaphosa y al Congreso Nacional Africano (CNA) un mandato de cinco años. Ramaphosa ha prometido llevar a cabo una renovación económica y política en la segunda economía de África. La promesa llega tras una década de declive en la economía y la gobernanza bajo la presidencia de Jacob Zuma.

Durante el Gobierno de Zuma, la economía experimentó un exiguo crecimiento que se vio acompañado de un aumento del desempleo y la corrupción política en el sector público. En el 2018, un 27,1% de los sudafricanos estaba desempleado, y el país tenía una descorazonadora tasa de crecimiento económico de un 0,7%. Además de la corrupción en la Administración de Zuma, los malos resultados económicos se debieron en parte a la caída mundial del precio de los productos básicos y al poco fiable suministro de energía.

El sector exportador de Sudáfrica está dominado por productos básicos como el carbón, el platino, el oro y el mineral de hierro. Al mismo tiempo, aunque tiene la economía más diversificada del continente, su sector industrial sigue perjudicado por un sector energético muy poco fiable dominado por la empresa estatal Eskom (responsable de un 95% del suministro eléctrico).

La reactivación de la economía nacional dependerá esencialmente de las reformas políticas, así como de la adopción de políticas económicas destinadas a crear empleo masivo. La necesidad de una creación masiva de empleo se ve subrayada por el hecho de que la agricultura, la silvicultura y la pesca representan sólo un 2,3% de la producción económica del país.

El fracaso no es una opción. Es probable que la prolongación del estancamiento económico refuerce las demandas de una renegociación radical y muy racializada de la solución política postapartheid alcanzada en Sudáfrica.

Cada vez está más claro que la cuestión no es si habrá o no reformas, sino cómo se van a llevar concretamente a cabo. En ese sentido, el CNA debería aprender de Zimbabue. Resulta prudente aplicar reformas económicas que mejoren la vida de los votantes mientras las circunstancias favorecen la moderación en lugar de esperar a que las demandas políticas de una redistribución masiva alcancen su punto álgido.

No es posible subestimar la importancia regional potencial de Sudáfrica en África meridional. Como país más poderoso de los 16 miembros de la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC), su liderazgo sigue siendo vital para el desarrollo económico y político de la región. Sin embargo, desde 1994, su poder en la región se ha dejado sentir sobre todo por su ausencia. La gran idea del antiguo presidente Thabo Mbeki de un renacimiento africano, con Sudáfrica como puerta de entrada al continente, no se ha materializado.

Sudáfrica tiene el potencial de ser un interlocutor influyente en el plano continental; un acuerdo político duradero en la República Democrática de Congo sin el apoyo activo

En el frente económico, el comercio intra-SADC se sitúa en un escaso 10% a pesar de la sofisticación económica de Sudáfrica y de su importante sector manufacturero. Asimismo, Sudáfrica se ha mostrado a menudo reacia a implicarse en las crisis políticas de los países miembros de la SADC. El declive de Zimbabue desde principios de la década del 2000 y la descarada manipulación de las recientes elecciones presidenciales en la República Democrática de Congo son ejemplos de situaciones en las que la inacción de Sudáfrica ha creado un vacío.

Si logra abordar adecuadamente sus numerosos desafíos políticos y económicos internos, una Sudáfrica rejuvenecida bajo Ramaphosa podría cambiar de rumbo. Las empresas de sectores tan diversos como la venta al por menor, la hostelería y los servicios turísticos, el procesamiento de alimentos, las telecomunicaciones, el entretenimiento, la minería y las finanzas tienen el potencial de ser motores de crecimiento y de aumento de la productividad dentro y fuera de la SADC.

Ese cambio hacia una influencia económica más profunda en la región debería basarse en la influencia ya establecida de empresas como Super Sport, MTN, Absa, Game, entre otras, que son nombres muy conocidos en gran parte del continente.

En el ámbito político, Sudáfrica tiene el potencial de ser un interlocutor influyente tanto dentro de la SADC como en el plano continental en el seno de la Unión Africana (UA). Resulta difícil imaginar que se lleven a cabo reformas políticas y económicas significativas en Zimbabue o un acuerdo político duradero en la República Democrática de Congo sin el apoyo activo de Sudáfrica.

ETIOPÍA: Un nuevo amanecer en el Cuerno de África

Los 105 millones de habitantes de Etiopía nunca han sido más libres. A principios del 2018, el partido gobernante, el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE), eligió como primer ministro a Abiy Ahmed, de 42 años. Ese nombramiento dio lugar a profundas reformas políticas que sorprendieron a muchos observadores.

El primer ministro Abiy liberó a los presos políticos, apoyó la libertad de los medios de comunicación, amplió las libertades civiles, prometió la celebración de unas elecciones libres y justas y nombró un gabinete equilibrado en materia de género.

También prometió profundas reformas estructurales en la economía etíope, incluida la apertura de sectores clave como las telecomunicaciones y las finanzas a la inversión privada extranjera. Las reformas internas de Abiy se vieron acompañadas por cambios en la postura regional de Etiopía. El país puso fin de modo oficial a la guerra con Eritrea y normalizó las relaciones diplomáticas con Yibuti y Somalia.

Una Etiopía políticamente estable y económicamente próspera será un motor indispensable del desarrollo en las regiones del Cuerno de Árica y de África oriental

Al mismo tiempo, Etiopía, bajo la dirección política de Abiy, se ha mostrado mucho más dispuesta a desempeñar un papel de mediación más importante en los conflictos regionales, como los de Sudán del Sur y las crisis políticas en Sudán.

El actual impulso reformista no dejará de chocar con la reacción de la vieja guardia, pero esas medidas son vitales para que el país mantenga su estabilidad. De hecho, la llegada al poder de Abiy tuvo lugar después de tres años de unas protestas continuadas que amenazaron con sumir el país en una guerra civil. También cabe señalar que el cambio tras casi treinta años de autocracia bajo el FDRPE será abrupto.

La década de crecimiento espectacular transcurrida entre el 2006 y el 2017, con un promedio anual superior a un 10%, no tuvo incidencia sobre el perfil de pobreza del país. El ingreso per cápita es de 890 dólares. Las décadas de políticas marxista-leninistas han producido un enfoque estatista de la organización económica que continúa asfixiando el desarrollo del sector privado. El desempleo se sitúa en un 19%.

Por último, un auge de la construcción de infraestructuras alimentado por la deuda ha generado unos elevados niveles de endeudamiento (más de un 57% del PIB) que limitarán la capacidad del Gobierno para realizar unas inversiones vitales en servicios y bienes públicos.

Con un 60% de la población menor de 25 años, el país necesita toda la inversión pública y privada posible para garantizar unos niveles adecuados de creación masiva de empleo. Para poner en perspectiva el ingente número de puestos de trabajo necesarios, baste decir que la industria manufacturera representa un 5,6% de la producción total.

La dirección política del país es consciente de esos desafíos. Etiopía ha encabezado en el continente la creación de parques industriales con la vista puesta en las exportaciones. Por medio de ambiciosas políticas industriales y atractivos incentivos económicos (energía asequible, subsidios fiscales y mano de obra barata), el país está elevando rápidamente su perfil como lugar preferido para las empresas globales en sectores tan diversos como el cuero, los textiles, el ensamblaje de automóviles y el procesamiento agrícola. Solamente en el sector del cuero, por ejemplo, los ingresos totales de exportación pasaron de 76 millones de dólares en el 2008 a 142 en el 2015.

Una Etiopía políticamente estable y económicamente próspera será un motor indispensable del desarrollo en las regiones del Cuerno de África y de África oriental; atraerá importaciones para su gran mercado y exportará materias primas y productos manufacturados.

Asimismo, unos mayores lazos comerciales con los países vecinos: Eritrea, Yibuti, Kenia, Somalia, Sudán del Sur y Sudán favorecerán una mayor integración regional, algo que es esencial para la paz y la seguridad en una zona con una violenta historia de rivalidades interestatales que se han manifestado a través de guerras indirectas.

Un continente conectado que se abre al mundo

La África de hoy es muy diferente a la de hace treinta años. La política de la región se vuelve cada vez más institucionalizada; los conflictos están limitados a unas pocas zonas irresolubles asoladas por la debilidad del Estado, y la mayoría de los dirigentes africanos dejan el cargo por medios constitucionales.

Al mismo tiempo, casi todas las economías de la región han registrado una expansión continuada desde mediados de la década de 1990. Es probable que esas tendencias persistan en un futuro próximo. Como se ha señalado más arriba, África es también un continente diverso en el que los 54 estados se encuentran inmersos en la elaboración de sus propias historias. Ahora bien, esos países también están vinculados por la historia y la geografía.

Dichos vínculos siguen reforzándose hoy por medio de organizaciones internacionales como la Unión Africana, diversas comunidades económicas regionales (CER) y los compromisos del continente con el resto del mundo. Los motores continentales de la integración incluyen la recién establecida Área Continental Africana de Libre Comercio (AfCFTA), el mayor acuerdo comercial desde la creación de la Organización Mundial del Comercio.

La política de África se vuelve cada más institucionalizada. Los conflictos se limitan a unas pocas zonas irresolubles asoladas por la debilidad del Estado, y la mayoría de los dirigentes son relevados por medios democráticos

La AfCFTA tiene por objeto crear un mercado continen ta l único de bienes y servicios, armonizar las reglamentaciones y las políticas comerciales en toda la región y facilitar la libre circulación de personas y capitales. Es probable que los esfuerzos como los de la AfCFTA tengan éxito en parte debido a las masivas inversiones en infraestructuras rea-lizadas en todo el continente en los últimos quince años.

Casi siempre con préstamos y asistencia técnica de China, los países de la región han construido carreteras, vías férreas, puertos y aeropuertos que facilitarán una mayor integración regional. En términos más generales, la AfCFTA partirá de las pautas comerciales subregionales ya establecidas dentro de las CER africanas.

En resumen, si bien es probable que cada país africano siga su propio modelo único de desarrollo condicionado por su historia y po-lítica local, la profundización de la integración regional significa que, de modo muy probable, unos pocos países destacados fijarán la agenda regional e influirán en cómo el continente se relacionará con el resto del mundo. Debido a su demografía, poder económico e influencia, Nigeria, Egipto, Sudáfrica y Etiopía serán unos motores cruciales en la integración continental y el desarrollo económico de la región.

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