Bolivia acude este domingo a las urnas en medio de una disyuntiva única en la región. Algo más de siete millones de electores están llamados a decidir si ratifican su confianza en Evo Morales para el cuarto mandato consecutivo o si abren la puerta a un cambio de ciclo. El presidente, que asumió el cargo en enero de 2006 y siempre ha ganado con holgura, se presenta a las elecciones tras haber perdido por un estrecho margen, hace tres años y medio, un referéndum sobre reelección indefinida. A pesar de ello, un fallo del Constitucional resucitó esa opción y el pasado diciembre el Tribunal Supremo Electoral le habilitó para concurrir de nuevo.
Estas premisas dieron pie a una campaña muy enconada en la que por primera vez en más de 15 años el desgaste del Gobierno abre la puerta a la posibilidad de una segunda vuelta, aun poco probable a tenor de las encuestas. Morales, del MAS, se enfrenta a una oposición muy fragmentada en la que solo hay un contrincante con capacidad real de arañarle apoyos, el exmandatario Carlos Mesa (2013-2015), cabeza del Frente Revolucionario de Izquierda. A él se suma otro aspirante que tuvo discreta visibilidad, el senador Óscar Ortiz.
Evo Morales agita el fantasma de la crisis argentina y busca evitar una segunda vuelta electoral
Los lemas de la carrera electoral dibujan, en sí, un panorama anómalo, en el que el representante de la izquierda, el que llegó al poder para darle la vuelta al sistema, es quien ahora se presenta como garantía de estabilidad frente a la incertidumbre. El presidente exhibe junto a su número dos, Álvaro García Linera, el eslogan “Futuro seguro”, mientras Mesa ha jugado con la idea de que “Ya es demasiado”. Ese llamamiento a la seguridad se apoya, fundamentalmente, en la economía. Las mismas previsiones publicadas esta semana por el Fondo Monetario Internacional (FMI) vaticinan un crecimiento del 3,9% al cierre de este año. Esto es, por encima de los vecinos Chile o Perú, que sin embargo tienen un PIB mucho mayor. Y el Banco Mundial certifica que la pobreza se redujo al 35% en 2018.
Estas cifras no solo convierten a Morales en una excepción en el antiguo eje de Gobiernos bolivarianos, entre los que el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela cayó en una deriva sin precedentes en ese país. También lo distancian de proyectos neoliberales como del de Mauricio Macri. La crisis argentina fue uno de los principales fantasmas de estas elecciones, al igual que el vendaval político generado por la gestión de los incendios en la Amazonia.
“Con el hermano Álvaro pedimos cinco años más para aprovechar nuestra experiencia, terminar las grandes obras en petroquímica, hierro y litio y bajar la extrema pobreza a menos del 5 %”, clamó el miércoles Morales al finalizar la campaña. “Mi sueño es que Bolivia siga siendo primera en crecimiento económico en Sudamérica. No me abandonen”, dijo y reiteró a sus simpatizantes desde las redes sociales. Mesa, que recibió apoyos de exafines de Morales y del exmandatario Jorge Quiroga, puso sus últimas cartas sobre la mesa desde el feudo opositor de Santa Cruz. Aseguró que los ciudadanos se juegan el futuro del país, entre duras críticas al aparato oficialista y los riesgos de que Bolivia emprenda un camino autocrático.
Según destaca el profesor y analista político Fernando Mayorga la incógnita de la segunda vuelta –que se daría si el presidente no alcanza el 50% de los votos o no supera el 40% con diez puntos de margen sobre el segundo- quedará despejada con el voto del 15% de indecisos. En su opinión, al igual que la dicotomía estabilidad versus incertidumbre, opera también otra, “continuidad versus cambio”. “Hasta hace seis meses predominaba la idea de cambio por el descontento del referéndum, por eso había un predominio de lo político”. “En este último tramo ha tenido más importancia la idea de la idea de la economía, se ha reafirmado con la crisis de Argentina y por lo sucedido en Ecuador”, apunta en referencia a las protestas contra Lenín Moreno, que se vio obligado a retirar un decreto de ajustes económicos con el que buscaba hacer frente a un préstamo del FMI.
A esas circunstancias se añaden las constantes acusaciones cruzadas. Sectores de la oposición, que en algunos casos ni siquiera reconocen a Morales como candidato legítimo, alertan preventivamente de la posibilidad de fraude, mientras el mandatario advirtió a principios de semana de que los opositores “quieren quemar la Casa Grande del Pueblo [sede presidencial, en La Paz] y dar golpe de Estado si Evo gana”.
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