El debate entre candidatos demócratas a la presidencia de EE.UU., celebrado esta noche del martes en Ohio, ha sido la confirmación de que han cambiado las tornas en las primarias: Joe Biden, exvicepresidente con Barack Obama y gran favorito para llevarse la nominación, ya no es el rival a batir. O, al menos, no es el único. Elizabeth Warren, la senadora izquierdista por Massachussetts, se confirmó como la alternativa a la propuesta moderada de Biden.
Warren llegó al debate con los datos todavía calientes de la última encuesta, muy favorable para ella. El sondeo de la George Washington University le daba un porcentaje de voto del 28%, con diez puntos de diferencia sobre Biden. Al otro gran candidato de corte izquierdista, Bernie Sanders, el favorito inicial para aglutinar a esa vertiente del partido, le daba un 21%. Era la mejor encuesta hasta el momento para Warren, que ha ascendido como la espuma en los dos últimos meses hasta suponer un peligro real para Biden.
Su condición de nueva favorita se notó, ante todo, en la actitud de sus rivales: fueron a degüello contra ella. A Warren le llovieron los ataques por todos los flancos, pero, en especial, con una de sus propuestas más agresivas: la implantación de una cobertura sanitaria universal y pública al estilo de los países europeos, el llamado ‘Medicare for All’ (‘Medicare para todos’). En ello tuvo el respaldo de Sanders, que defiende la misma propuesta, y la oposición de Biden y de otros candidatos de corte moderado, como Pete Buttigieg o Amy Klobuchar. Saben que el punto impopular de su plan es que tendrá que meter la mano en el bolsillo de los contribuyentes. La diferencia entre Sanders y Warren es que aquel reconoce que habrá subidas de impuestos para la clase media -aunque mucho mayores para las rentas más altas-, mientras que esta se niega a mencionarlo. “No firmaré una ley que suponga mayores costes para la clase media”, se limito a decir cuando le preguntaron si subirá o no los impuestos. “Una pregunta de ‘sí o no’ que no recibe una respuesta de ‘sí o no’”, protestó Buttigieg. “Por eso la gente está frustrada”.
Pero eso fue solo el principio de una andanada de ataques esparcidos durante un debate demasiado largo -algo más de tres horas- y con demasiados candidatos -doce, el récord de estas primarias- en el estrado. Klobuchar fue a por ella por su plan para disparar los impuestos a las rentas más altas; Beto O’Rourke le lanzó un ataque casi personal, acusándola de ser “punitiva contra el otro”; Tulsi Gabbard, veterana del ejército, cuestionó su inexperiencia en asuntos internacionales; Kamala Harris trató de ponerla contra las cuerdas por no apoyar que Twitter cancele la cuenta a Donald Trump…
Donde se jugaba el verdadero partido, sin embargo, era con Joe Biden. Además de acusarla de no querer explicar cómo pagará ‘Medicare for All’, mandó un ataque en la recta final del debate -también dedicado a Sanders- en el que les acusaba de “vaguedad” en sus propuestas y se afirmaba como el único candidato capaz de “conseguir cosas”. Warren aprovechó para sacar su currículo de éxitos como la creación de la Oficina para la Protección Financiera de los Consumidores. “Convencí a mucha gente para que votara a favor”, reaccionó Biden, a lo que Warren respondió con sorna: “Estoy muy agradecida l presidente Obama, que peleó muy duro para asegurarse de que esa agencia se establecía por ley”, dijo sin mencionar en ningún momento a Biden.
Fue un momento que Sanders también aprovechó para contraatacar a Biden: le recriminó su apoyo a “la desastrosa guerra de Irak” o su apoyo a acuerdos comerciales “que han costado millones de dólares”. El senador por Vermont sufrió a comienzos de mes un ataque cardiaco, pero ayer aparentó buen tono y dijo que seguirá adelante con una “campaña vigorosa”.
Biden, Sanders y Warren, los tres por encima de los setenta años, tuvieron que responder a una pregunta sobre su edad. La última fue muy activa en todo el debate y, gracias a los ataques y la posibilidad de contestarlos, fue con diferencia la candidata que más intervino.
La noche de Biden fue menos brillante: se equivocó con cifras sobre cobertura sanitaria, mezcló Irak con Afganistán y cometió algún otro gazapo verbal. También tuvo que responder a una pregunta sobre su hijo, Hunter, que está en el medio del escándalo que centra la vida política de EE.UU.: la llamada de Donald Trump a su homólogo en Ucrania para pedir información perjudicial sobre Biden y su hijo, que tuvo negocios dudosos en el país europeo. El vástago había anunciado el anterior fin de semana que no trabajaría en el extranjero si su padre es elegido presidente. Anderson Cooper, periodista de la CNN, le cuestionó si no debería haber hecho lo mismo cuando Biden era vicepresidente. El candidato no supo o no quiso responder.
El asunto de la llamada a Ucrania protagonizó el arranque del debate. Los candidatos mostraron unidad en sus ataques a Trump y en su apoyo del impulso al ‘impeachment’ o proceso de recusación contra el presidente. Fue uno de los pocos momentos en los que se mostraron en bloque, en una nueva muestra de las divisiones entre las vertientes moderadas -Biden, Buttigieg, Klobuchar- y las izquierdistas -Warren, Sanders, Harris-. A juzgar por el último debate, el segundo grupo sale reforzado.
abc
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