En un país que se siente amenazado por los cuatro costados, el Ejército es la institución más valorada por los ciudadanos. Entre la veintena de generales que precedieron a Benny Gantz al frente de las Fuerzas Armadas de Israel surgieron dos jefes de Gobierno —Isaac Rabin y Ehud Barak— y una decena de ministros. Si el presidente de Israel, Reuven Rivlin, decide encargarle la formación de Gobierno la semana que viene puede convertirse en el primer ministro que ponga fin a la década de poder de Benjamín Netanyahu.
Su partido, Azul y Blanco, saca dos escaños de ventaja al Likud del jefe del Ejecutivo, y el bloque de fuerzas de centroizquierda también supera por poco al de la derecha. A Gantz le resultará difícil forjar una coalición en la fragmentada Cámara. Tal vez precise pactar un Gobierno de unidad con el Likud, pero ya ha advertido de que no aceptará la presencia de Netanyahu, a quien el mes que viene le aguarda el fiscal general para que afronte tres casos de corrupción durante su mandato.
“No soy un político y la oratoria no es lo mío”, reconoció durante la campaña de las legislativas del pasado martes, “pero sí que soy un líder”. Después de haber participado en casi todas las guerras de Israel en las cuatro últimas décadas, Gantz libra a los 60 años su primera gran batalla política. Jefe del Estado Mayor entre 2011 y 2015, cuando dirigió dos grandes ofensivas militares en Gaza, ha sabido convertirse en pocos meses en alternativa de cambio al conservador Netanyahu, a punto de cumplir los 70 años tras haber batido el récord de permanencia en el poder en Israel.
“Netanyahu no es un rey eterno y su Gobierno solo produce división entre los ciudadanos”, ha sido uno de sus mensajes centrales a una sociedad polarizada después de tres mandatos consecutivos del líder del Likud. Hijo de inmigrantes huidos del Holocausto en el este de Europa —su propia madre estuvo detenida en un campo de concentración nazi–, fue criado en una granja colectiva y después de estudiar en un seminario judío se alistó en el cuerpo de paracaidistas en 1977. Licenciado en Historia por la Universidad de Tel Aviv y con un posgrado en Ciencias Políticas del campus de Haifa, Gantz no es un guerrero al uso. La incursión en la diplomacia como agregado militar en la Embajada israelí en Washington precedió su entrada en política.
No ha mutado en el típico progresista de Tel Aviv ni es una paloma partidaria de la paz, pero mantiene una visión social y liberal frente al conservadurismo de Netanyahu. Defiende el matrimonio civil —proscrito en beneficio de la ley judía— y el transporte público en sabbat. Nunca se ha pronunciado sobre la solución de los dos Estados, pero se muestra partidario de reanudar el diálogo con los palestinos, suspendido desde hace cinco años, para alcanzar una fórmula de separación territorial entre ambos pueblos.
Su imagen de galán maduro de pelo gris, ojos azules y 1,95 metros de estatura le ha impulsado tanto en la campaña como su presencia de ánimo castrense. Cuando el veterano Netanyahu, sin duda el político en activo más habilidoso del Estado judío, le propuso el viernes formar un Gobierno de gran coalición, el exgeneral le respondió, sin nombrarle, que era él quien había obtenido mejores resultados y por ello debía liderar el Gabinete de unidad. Dejó después que los otros tres tenores de Azul y Blanco —Moshe Yaalon, exministro de Defensa, el también exjefe de Ejército Gabi Ashkenazi y el antiguo ministro de Finanzas Yair Lapid hicieran sangre dialéctica al líder del Likud
El centrista Gantz ha cuestionado además la llamada Ley del Estado nación judío, aprobada el año pasado por el Gobierno más derechista en la historia de Israel, y tachada por la oposición de discriminatoria al relegar a las minorías y en particular la árabe, que agrupa a un 20% de la población.
El exgeneral que dirigió durante el verano de 2014 una guerra que se saldó con 2.200 gazatíes muertos (dos tercios de ellos civiles) frente a 73 israelíes (en su mayoría militares) y causó devastación generalizada en Gaza, defiende la reanudación de las negociaciones con los palestinos con esta tesis: “No me avergüenza pronunciar la palabra paz”.
Casado y con cuatro hijos, afincado en el área metropolitana de Tel Aviv, Gantz parece también el tipo normal que ofrece confianza al ciudadano medio. Pero ante todo encarna la imagen del general que viene a librar a los israelíes de la obsesión por las amenazas existenciales. “Mientras yo dirigía unidades de combate que arriesgaban la vida en territorio enemigo”, predicó en algunos mítines, “él [Netanyahu] se abría paso con valentía por salas de maquillaje de estudios de televisión”.
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