Un espectro recorre la derecha francesa. Se llama Marion Maréchal. Tiene 29 años y es nieta de Jean-Marie Le Pen, el fundador del Frente Nacional (FN), y sobrina de Marine Le Pen, actual presidenta de este partido bajo su nuevo nombre, Reagrupamiento Nacional (RN). Está presente en todos los debates, pero ausente de la primera fila, consagrada a su escuela de ciencias políticas en Lyon después de ejercer de diputada durante una legislatura.
Nadie sabe si su potencial es real o si nunca dejará de ser una eterna promesa. Su objetivo es unir a la declinante derecha tradicional, de raíz gaullista, con la pujante extrema derecha de su abuelo y su tía.
“No entiendo qué justifica todavía estas barreras tan radicales entre nosotros. Todo lo que contribuyó a desunir a las familias de la derecha ya no es válido”, dijo Maréchal, de 29 años, en una entrevista con el diario Le Figaro. Al contrario que su tía, ella se identifica como conservadora y marca distancia con la etiqueta de populista. También ha renunciado al Le Pen en su apellido (antes figuraba como Marion Maréchal-Le Pen).
El 28 de septiembre será la invitada estrella de la Convención de la Derecha, un cónclave organizado en París para agrupar a conservadores que no se ven representados en los partidos y buscan una alternativa al presidente Emmanuel Macron y al "progresismo, multiculturalismo y librecambismo" que atribuyen a la vieja derecha. De nuevo volverán las especulaciones sobre sus ambiciones políticas, hoy en suspenso.
¿Candidata en las presidenciales de 2022? “Dentro de tres años todavía será demasiado joven”, descartó en mayo Marine Pen en una entrevista con EL PAÍS. La líder del RN, que aspira a ser candidata, añadió sobre su sobrina: “Se equivoca en su idea del populismo. Cree que es la defensa de las clases populares. Pero el populismo es la defensa de todo el pueblo”.
Al contrario que en Alemania o en España, en Francia no existía un partido que abarcase desde el centroderecha a la extrema derecha. La peculiaridad francesa era la existencia de una figura como el general De Gaulle, líder de la Francia libre durante la ocupación alemana y fundador de la V República. Otra peculiaridad era una extrema derecha con raíces en el colaboracionismo con la Alemania nazi y en la oposición a la independencia de Argelia que negoció el presidente De Gaulle. La extrema derecha era visceralmente antigaullista.
La estrategia de la desdiabolización del FN, puesta en práctica por Marine Le Pen desde que asumió el control del partido en 2011, ha dado frutos. Marine se distanció de los exabruptos antisemitas de su padre. En 2014 ganó las elecciones europeas. En 2017 se clasificó para la segunda vuelta de las presidenciales. Perdió ante Macron, pero superó los diez millones de votos. En mayo el partido más votado en las europeas volvió a ser el de Le Pen.
El problema es que estos éxitos no han servido para romper el cordón sanitario que lleva al resto de partidos a aliarse contra ella y frenar su acceso al poder. El Reagrupamiento Nacional solo tiene 14 de las casi 36.000 alcaldías que hay en Francia y ni siquiera dispone de grupo propio en la Asamblea Nacional. Le Pen es más fuerte que nunca, pero sigue en un rincón.
Para salir del aislamiento, una vía es buscar el voto de la clase trabajadora que se siente despreciada por las élites y víctima de la Unión Europea y la globalización. Esta vía, calificada a veces de populista, uniría a los votantes de La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, con los de Marine Le Pen. Ambos rechazan la etiqueta de izquierda y derecha y compiten por el mismo electorado.
“La idea de la unión entre populistas y soberanistas de izquierdas y derechas, todos contra el sistema, tiene una cierta coherencia desde el punto de vista intelectual. Pero en la práctica no veo cómo podría establecerse esta alianza”, dice Jean-Yves Camus, director del Observatorio de las radicalidades políticas en la Fundación Jean Jaurès. “En cuestiones como la inmigración o la identidad nacional, La Francia Insumisa es aún un partido de izquierdas internacionalista, y el Reagrupamiento Nacional un partido nacionalista de derechas”.
La otra vía consistiría en la unión de las derechas. Marion Maréchal, que promueve esta opción, ofrece un discurso más sofisticado que su tía. La rodean una corte de jóvenes intelectuales que están esbozando en revistas y seminarios una refundación de la derecha, con una mezcla de valores tradicionalistas como la oposición al matrimonio homosexual, con combates contemporáneos como del medioambiente. Trufan sus discursos de citas del ideólogo reaccionario Charles Maurras y del comunista Antonio Gramsci. Creen que la victoria en la batalla de las ideas precede a la victoria en las urnas.
“La famosa unión de las derechas no creo que se haga por medio de los partidos. Marion Maréchal quiere unir a las derechas en el nivel de los electores”, explica Pascale Tournier, autora de Le vieux monde este de retour (El viejo mundo ha vuelto), una crónica sobre los nuevos conservadores. “Ella se sitúa en el ámbito de las ideas: la famosa batalla cultural a lo Gramsci”.
Los dirigentes de Los Republicanos —el partido de la derecha tradicional— son reacios a cualquier acercamiento con Maréchal, aunque ideológicamente haya coincidencias. Los seguidores de la joven Le Pen se miran en el espejo de Macron: un líder joven que rompe los esquemas del pasado.
“Esta gente”, dice Tournier en alusión a los seguidores de Marion Maréchal, “detesta a Macron, pero al mismo tiempo les fascina que, de la noche a la mañana, se convirtiese en presidente. Es el mito del hombre providencial. Y quizá podría ser ella”.