El equipo de Nabil Karoui, el magnate de la comunicación tunecino, escogió un lugar inédito para cerrar su campaña electoral: la cárcel de Mornaguía, situada a las afueras de la capital. Allí se encuentra recluido desde hace tres semanas el candidato que ha liderado los sondeos de las elecciones presidenciales que se celebran este domingo en Túnez. Por esta y otras razones, estos comicios, los quintos desde la revolución de 2011, se presentan tan excepcionales como inciertos. Hasta ocho de los candidatos atesoran opciones de pasar a la segunda vuelta de unas elecciones anticipadas debido a la muerte de finales de julio del presidente Béji Caïd Essebsi.
"Karoui se declaró el jueves en huelga de hambre para exigir el respeto de su derecho constitucional al voto. La democracia está en peligro en Túnez por la politización de la justicia y los cuerpos de seguridad", denunciaba Ossama Khlifi, el director de su campaña, a escasas horas del inicio de la jornada de reflexión. Decenas de militantes le acompañaron en una abigarrada caravana desde la Avenida Bourguiba, en el corazón de la capital, hasta Mornaguía. Una vez allí, Salwa, la esposa de Karoui, dirigió un emotivo discurso a los asistentes, que encendieron bengalas e hicieron sonar los claxones con la esperanza de comunicar con su celda. El político, de 56 años, se halla en arresto preventivo acusado de evasión fiscal por una denuncia hecha 2016, una decisión que su equipo atribuye al primer ministro Yusef Chahed, también aspirante a la presidencia.
Túnez, pionero de las llamadas “primaveras árabes”, ha sido el único país capaz de sostener una transición a la democracia al rebufo del pulso revolucionario que sacudió la región hace más de ocho años. Mientras el proceso de institucionalización del nuevo orden político ha resultado bastante exitoso, habiéndose aprobado una Constitución democrática por consenso en 2014, las demandas socioeconómicas expresadas durante la revuelta que depuso a Ben Alí distan de haber sido satisfechas. La profunda brecha entre las regiones ricas de la costa y las marginadas del interior se ha ensanchado, la inflación se ha encaramado cerca del 7% y el desempleo por encima del 15%
La frustración ante la incapacidad de los sucesivos Gobiernos posrevolucionarios de resolver estos problemas ha dado alas a diversos políticos populistas, con Nabil Karoui a la cabeza, que ha cimentado su popularidad en las acciones benéficas de su fundación dirigidas a las capas más humildes. “La principal novedad de estos comicios es el ascenso de los candidatos populistas. La población está harta de la clase política y busca caras nuevas”, apunta el analista Youssef Cherif. Los otros dos presidenciables con opciones de pasar a la segunda vuelta que se presentan como outsiders son Abir Mussi, defensora desacomplejada del régimen de Ben Alí, y Kaïs Saïd, un catedrático al que han propulsado sus apariciones como analista en los platós de televisión.
El otro gran favorito junto a Karoui es Abdelfatá Muru, presidente interino del Parlamento y candidato del partido islamista moderado Ennahda. Este carismático político de 71 años cuenta en su haber con la más potente maquinaria electoral del país, que ya ha logrado la victoria en dos de los comicios anteriores. Sin embargo, las recientes disensiones en el seno del movimiento han puesto en duda la lealtad de sus militantes, que disponen de diversas alternativas de perfil islamista entre los 26 aspirantes. En el acto de cierre de su campaña, el más multitudinario, el presidente del partido, Rached Ghannouchi, hizo una llamada a los otros candidatos “símbolos de la revolución” a retirarse de la carrera presidencial en aras de facilitar el voto útil.
El establishment laico, dividido
Aún más dividida se presenta la familia ideológica dusturiana, heredera del laicista Habib Bourguiba, el padre de la independencia. Su exitoso referente en 2014, Nida Tunis, fundado por el difunto presidente Essebsi con el apoyo de los empresarios cercanos al antiguo régimen, se ha fraccionado en mil pedazos. Sus principales herederos en la actual contienda son el primer ministro, Yussuf Chahed, y el ministro de Defensa, Abdelkrim Zbidi. La lista de candidatos con alguna opción la completan el nacionalista árabe Safi Saïd, el expresidente Moncef Marzouki, que gobernó el país entre 2012 y 2014, y su principal competidor dentro de la esfera socialdemócrata, Mohamed Abbou, líder del partido ascendente Tayyar Democrati.
“A diferencia de todos los comicios celebrados desde 2011, la incertidumbre es total. No hay ningún claro favorito”, comenta el periodista político Zied Krishan. Además de la dispersión del voto entre candidatos con una misma ideología, esta situación se debe a una normativa electoral que prohíbe la publicación de sondeos durante los tres meses anteriores a la cita con las urnas. Durante los últimos días, han circulado por las redes sociales encuestas con resultados de todo tipo, la mayoría desmentidos por la principal compañía demoscópica del país.
La campaña vivió su momento culminante con la celebración de tres debates televisados, cada uno con la participación de un grupo diferente de candidatos, un hito inédito en el mundo árabe. Los jueces no otorgaron a Karoui un permiso penitenciario para acudir a la batalla argumental, lo que reforzó su condición de protagonista ausente de la campaña. "Seguí los debates, algunos en directo, y otros en diferido. Fue un momento histórico. Yo ya había decidido mi voto, pero creo que ayudó a otros ciudadanos a descartar candidatos”, opina Atef, un padre de familia cuarentón. La retransmisión reunió de media a más de tres millones de telespectadores, una cifra muy meritoria, pues solo es comparable a la final de un mundial de fútbol.
La nueva Constitución asigna al presidente un papel de líder moral del país, pero le otorga también competencias sustanciales en los ámbitos de la seguridad nacional y política exterior. Para triunfar en su mandato, el próximo inquilino del Palacio de Cartago deberá ser capaz de entenderse con el futuro primer ministro, que será elegido en las elecciones legislativas del próximo 6 de octubre. Según la mayoría de observadores, el actual ciclo electoral será clave para la consolidación de la transición democrática de un país que pretende convertirse en un modelo a seguir en una región dominada por autocracias de diverso pelaje.
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