El enviado especial de la Administración de Donald Trump para Oriente Próximo, persona clave en las negociaciones entre israelíes y palestinos, anunció este jueves que dejará en breve su puesto, lo que redobla las dudas sobre el tan traído y llevado plan de paz que Washington lleva elaborando desde hace dos años. El abogado Jason Greenblatt, que trabajaba para el grupo empresarial de Trump, fue nombrado representante especial para negociaciones internacionales tras la victoria electoral de su jefe y desde muy pronto se puso a trabajar codo con codo con el yerno del mandatario, Jared Kushner, encargado de liderar los esfuerzos en el delicado conflicto de Oriente Próximo.
Un borrador de plan de paz que nadie ha visto es el fruto del trabajo hecho hasta ahora. El propio Greenblatt advirtió recientemente de que no se haría público dicho plan hasta al menos después de las elecciones israelíes, que se celebran el 17 de septiembre, aunque tampoco concretó si se entregaría inmediatamente después, algo que este jueves, con su marcha, parece más improbable. No sorprende su baja en sí —ya había advertido de que no se quedaría para siempre—, que se ha producido sin polémica conocida de por medio, aunque sí el momento, antes de que vea la luz lo que Trump calificó como “acuerdo del siglo”.
“Ha sido el honor de toda una vida haber trabajado en la Casa Blanca durante unos dos años y medio bajo el liderazgo del presidente Trump. Estoy increíblemente agradecido de haber formado parte de un equipo que esbozó una visión de paz”, dijo Greenblatt en un comunicado. Esta visión, continuó, “tiene el potencial de mejorar las vidas de millones de israelíes, palestinos y otros en la región”.
Kushner, amigo de Benjamin Netanyahu y esposo de la primogénita del presidente estadounidense, Ivanka Trump, recibió de su suegro la misión de “hacer la paz” y lograr el “acuerdo definitivo” entre israelíes y palestinos. Mientras, Washington ha adoptado medidas polémicas, como, por ejemplo, el traslado de la Embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, reconocimiento de la ciudad, territorio disputado, como capital israelí.
El pasado junio cierto desánimo empezó a asomar en la delegación estadounidense. En el seminario económico Paz para la Prosperidad, convocado en Baréin, para promover el acuerdo, Kushner admitió que sin acuerdo político no habría un plan de paz para Oriente Próximo. Estados Unidos quiere reunir 50.000 millones para la región a lo largo de una década con el fin de potenciar infraestructuras y negocios. La vía del desarrollo económico, dijo, como “condición previa para poder solventar, más adelante, un problema político aparentemente insoluble”.
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