La madre superiora era heroinómana. Sor Estiércol adoraba el LSD y se autolesionaba. Una monja cuidaba de un tigre y otra diseñaba atrevidos modelos de costura. Gian Luigi Rondi, crítico de cine con simpatías hacia la Democracia Cristiana, no daba crédito. “La película le parecía obscena”, confiesa Pedro Almodóvar. De ahí, que el entonces presidente del jurado de la sección Mezzogiorno / Mezzanotte de La Mostra de Venecia deseara, incluso, sacar al filme de la selección. Finalmente, no pudo. Para suerte de Almodóvar. Y de la historia del cine: en 1983, Entre tinieblas mostró por primera vez al mundo de qué era capaz aquel muchacho de Calzada de Calatrava (Ciudad Real). Tanto que, 35 años después, el cineasta español ha vuelto este jueves al Lido como el artista consagrado que recoge el León de Oro por su trayectoria.
“Mi bautizo internacional fue aquí. Era muy joven y el mero hecho de venir a un festival así me parecía milagroso”, recordó en la rueda de prensa en el Lido. Poco después, una ovación le recibió en la Sala Grande de La Mostra, donde aplaudían Marisa Paredes y el responsable del festival de Cannes, Thierry Frémaux, entre otros. “Soy un director vocacional. Desde pequeño decidí que mi razón de estar en el mundo era fabular. El cine ha sido mi vida y no concibo lo que queda de ella sin hacer películas”, relató Almodóvar. De ello habla, al fin y al cabo, su última película, Dolor y gloria. Aunque el filme que se proyectó a continuación fue Mujeres al borde de un ataque de nervios,que el director presentó en La Mostra en 1988.
Aquella fue su segunda y última visita al Lido, hasta hoy. “Ese año, el presidente del jurado era Sergio Leone y también estaba Lina Wertmüller. Me los encontré y me dijeron: ‘Nos encantó tu película, es importante que obras así vengan a Venecia”, contó el director. Pero aquello solo se tradujo en un premio al mejor guion. Por eso le gusta pensar que este galardón de honor, 31 años después, es “un acto casual de justicia poética”. “Es un premio importantísimo, sobre todo si te lo dan”, sonrió.
Más, en un año en el que Cannes no concedió la Palma de Oro a Dolor y gloria, pese a que muchas quinielas la colocaban como favorita. El director del festival de Venecia, Alberto Barbera, jura que hacía tiempo que quería premiar a Almodóvar y que el plantón del certamen francés nada tiene que ver con el reconocimiento italiano, que se fraguó antes. En todo caso, en una estantería donde hay Oscar y Goya, faltan todavía un triunfo en Cannes o Venecia por una película en concreto. Tanto que varios diarios italianos se referían estos días al español como “el león herido”.
En la gala, se le vio más bien emocionado. Dio las gracias en italiano, inglés y castellano. Y aseguró: “Mi cine es producto de la democracia española y mis películas son la demostración de que era real”. Por eso, dedicó el galardón a todos los “paisanos” de España: intérpretes, técnicos, creadores y, simplemente, ciudadanos. “No he pretendido cambiar el mundo. Aunque sí he tratado de explicar el mío, siempre con absoluta libertad, independencia e inocencia. Todos mis personajes, ya sean travestis, transexuales, amas de casa o monjas, gozan de autonomía moral”, aseveró. Y la presidenta del jurado de Venecia, Lucrecia Martel, le rindió su personal tributo: “Necesitamos a Almodóvar más que nunca”.
“Jamás me ha preocupado tener un estilo propio. No pienso en el mercado o el público cuando elaboro mis historias. Si tengo un estilo, es el resultado de estas circunstancias”, agregó el cineasta. Por ejemplo, la importancia de los colores en su cine se debe también a su ausencia en la “árida y severa” Castilla-La Mancha donde nació. Almodóvar dijo que no vio el rojo durante su infancia, mientras que el negro del duelo vestía a menudo a las mujeres de su casa.
Narrar la España diversa
El director volvió también a referirse a Entre tinieblas, ya que marcó otra divisoria en su carrera: “Había hecho dos películas de presupuesto cero [Pepi , Luci, Bom y otras chicas del montón y Laberinto de pasiones] y solo desde la tercera, al tener más medios, empecé a ser consciente del lenguaje cinematográfico. Y me enamoré”. A través de él, entonces, se dispuso a narrar la España diversa que el franquismo había obligado a ocultarse.
“Lo más importante que ocurrió en la Movida y en el pueblo español era haber perdido el miedo, y la libertad extraordinaria de la que gozábamos. Con el poder que me daba ser director, impuse en mi cine la variedad que había en la vida. Mis grandes nutrientes eran la calle y la noche madrileña”, consideró Almodóvar. Así, cuando Mujeres al borde de un ataque de nervios llegó al Lido, sus actrices invadieron La Mostra con una “fiesta y una imagen de España ultramoderna” de las que el cineasta todavía se enorgullece.
La siguiente pregunta estaba en bandeja. ¿Había más modernidad en los viejos tiempos? “Hay una España contemporánea que tiene de todo, incluso un partido de extrema derecha cuya representación tampoco debemos exagerar. Ocurre ahora, en Italia o Francia sucedió antes”. El director cree que él también ha cambiado, como muestra su pelo blanco, o el traje que llevaba. Sale menos, ni tampoco acude tanto a esos lugares y personajes excéntricos que su cine encumbró. “Pero a veces me encuentro a esa España”, agregó el director. Todo un alivio: por lo menos, así, sabe que sigue viva.
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