El grupo, que tradicionalmente había mantenido una postura unificada en algunos asuntos, como el rechazo a la política climática de la UE o el apoyo a un mercado digital común, pero muy distinta en otros, como sus relaciones con Rusia —Hungría ha criticado las sanciones a Moscú por el conflicto con Ucrania mientras que Polonia está abiertamente enfrentada a Putin—, está cada vez más unido en su rechazo a la acogida de refugiados. “Ahora han encontrado un punto importante de consenso en el tema migratorio y eso les está dando mucha fuerza en el seno de la Unión”, apunta Jakub Janda, subdirector del laboratorio de ideas Evropske Hodnoty (Valores Europeos, en checo).
Los cuatro países del Este son ferozmente reacios a la reforma del sistema de asilo de la UE: desde el reparto de asilados a la acogida obligatoria, algo que encuentran profundamente injusto, poco realista y perjudicial tanto para sus propios Estados como para la UE. Y, por supuesto, rechazan de pleno las multas por no cumplir con los compromisos acordados. Su postura, advirtió el número dos de la Comisión Europea, Frans Timmermans, puede ser “un gran golpe para el proyecto europeo”.
Les une también un discurso con tintes xenófobos, que criminaliza la emigración. El primer ministro húngaro, el ultraconservador Viktor Orban, ha sugerido que los emigrantes ponen en peligro la cultura cristiana europea; en Polonia, el todopoderoso líder de Ley y Justicia, Jaroslaw Kaczynski, ha llegado a afirmar que los refugiados traen “parásitos que portan enfermedades contra las que están inmunizados en sus países pero no en Europa”; el presidente de Chequia, el populista Milos Zeman, ha asegurado que los musulmanes son “prácticamente imposibles de integrar”; y el primer ministro checo, el socialcemócrata Robert Fico, dijo en otoño de 2015 que su país sólo acogerá refugiados católicos.
asta el año pasado, era el húngaro Orban la voz más disonante con las políticas comunitarias y uno de los que más preocupaba en la Unión por sus medidas autoritarias y su discurso abiertamente xenófobo. Ahora es Polonia, que ha pasado de modelo de integración a ser un socio verdaderamente incómodo. Tras la llegada al poder del ultraconservador y nacionalista Ley y Justicia, advierte Krzysztof Bobiński, presidente del laboratorio de ideas pro-europeo Unia & Polskax con sede en Varsovia, el país se aleja cada vez más del modelo integrador europeo. Y lo hace, añade, tanto por la deriva autoritaria de sus reformas —que han motivado que Bruselas active, por primera vez, un mecanismo de control del Estado democrático— como por su rechazo frontal a las políticas comunitarias de inmigración y derechos civiles (como el bloqueo, junto con Hungría, de normativas comunitarias para aceptar matrimonios entre personas del mismo sexo).
Y Polonia, la sexta economía de la UE y el mayor receptor de fondos comunitarios, da mucha fuerza al grupo de Visegrado, que también complicó el acuerdo ofrecido por la UE al británico David Cameron para tratar de frenar la salida de Reino Unido de la Unión.
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