Y una de esas palabras es Jodyalí, en el sentido de lo que significa el recordar la masacre, el exterminio genocida que sufrieron los ciudadanos azerbaiyanos de este pueblo situado en la Región de Nagorno Karabaj los días 25 y 26 de febrero del año 1992 a manos de fuerzas armenias y apoyadas en esta acción por el regimiento N.º 366 de la ex Unión Soviética.
A 27 años de la matanza de civiles en Jodyalí y cuando somos testigos de un mundo convulsionado, donde las agresiones contra países siguen estando a la orden del día, el tener presente, no olvidar, sacar a la luz hechos como los acaecidos en una región de enorme riqueza histórica, cuna de civilizaciones, cruce de culturas, nos permite a su vez dar nuevos aires a nuestra necesidad de justicia, de sentirnos más humanos, de no enterrar en el baúl del olvido aquellos hechos que requieren ser analizados y donde la exigencia de justicia está cada día más presente, no sólo por una agresión que tiene al territorio de Azerbaiyán – en Nagorno Karabaj – ocupado en un 20% por Armenia, sin que haya sido restituido a su soberanía. Nagorno Karabaj es reconocido como parte integrante del territorio de Azerbaiyán y, por tanto, hoy se encuentra bajo el régimen de ocupación ilegal por parte de un país que ha sido llamado a cumplir las resoluciones del Consejo de Seguridad de las naciones Unidas para retirarse de esta zona y que sea restituido a sus legítimos dueños.
Y hablo de Recordar, de Recordis, que es volver a pasar por el corazón representando con ello, toda la carga de sentimientos y emociones que la muerte de hombres, mujeres y niños nos golpean en la dignidad como seres humanos. Allí donde la violencia étnica se ensaña contra los seres humanos nuestra conducta debe ser una sola: no aceptar, condenar, denunciar, dar a conocer así se trate de ocultar los hechos ya sea por intereses políticos y/o económicos. No es posible aceptar el genocidio y quedarnos mansamente sentados sin levantar nuestra voz de indignación.
En Jodyali se masacró a 613 personas, entre ellas 83 niños. Entre ellas 106 mujeres. Familias enteras que fueron masacradas en esta sed de violencia que las fuerzas armenias desencadenaron contra una población desarmada. 487 heridos, 1.275 prisioneros y 150 desaparecidos entre los días 25 y 26 de febrero cuando el pueblo fue rodeado tras una campaña que significó la limpieza étnica de las regiones vecinas a Jodyalí, sacando a toda la población azerbaiyana, bombardeando los pueblos y aldeas de Nagorno Karabaj para generar una huida masiva de su población y así ocuparlo militarmente. Quienes entraron a Jodyalí en la madrugada del día 25 de febrero ya encontraron un pueblo que había sido sometido a una sistemática operación de bombardeo. De artillería pesada desde los vecinos pueblos de Khankendi y Askeran que ya habían sido ocupados por fuerzas invasoras armenias. Ocupar Jodyalí adquiría así, importancia estratégica, para los militares armenios pues allí radicaba el único aeropuerto civil de la región.
Recordar Jodyalí es tener presente un hito fundamental que nos hemos dado como comunidad internacional: el respeto a la integridad territorial de los pueblos, la libre determinación, el respeto al derecho internacional y la resolución pacífica de las controversias, además del respeto a las obligaciones jurídicas internacionales derivadas de aquellos países que bajo la condición de ocupante beligerante somete a su dominio un territorio que no le pertenece. Jodyalí nos hace tener presente que Nagorno Karabaj está ocupado, nos refresca la memoria respecto a que Armenia está violando la legislación internacional, nos recuerda que los organismos internacionales como la ONU, su Consejo de Seguridad deben exigir que se cumpla el derecho internacional.
Se van a cumplir tres décadas de un acto criminal deleznable como fue la masacre de Jodyalí y sin embargo la justicia no se ha hecho presente. No hay justicia para las víctimas ni sus familiares, no hay justicia para Azerbaiyán que ve con dolor como parte integrante de su territorio nacional como es la región de Nagorno Karabaj sigue en manos de fuerzas extranjeras. Una situación insostenible que requiere ser modificada prontamente pues la propia ONU a través de numerosas resoluciones emanadas del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas afirma que Armenia debe cumplir sus obligaciones internacionales y salir de Nagorno Karabaj: la Número 822, 853, 874 y 884, todas ellas del año 1993 y que reafirman la soberanía y la integridad territorial de la República Azerbaiyana, la inviolabilidad de las fronteras internacionales y la inadmisibilidad del uso de la fuerza para la adquisición de territorio. Es fundamental y por ende sintomático que las Naciones Unidas, tanto en su Consejo de seguridad como en su Asamblea general se refieren a Nagorno Karabaj como “los territorios ocupados de Azerbaiyán”
Esa condición de territorio ocupado ha sido reconocida, igualmente por la Organización de Cooperación Islámica (OCI) que agrupa a 57 naciones musulmanas. Una Organización cuyo peso político adquiere día a día más relevancia y que ha signado como genocidio los hechos de Jodyalí. Decisión dictada mediante una resolución el año 2010 reconociendo los hechos en Jodyalí como crímenes de carácter genocida. Desde Europa también han llegado las voces y refrendados por documentos que sostienen, a través de la Organización de Seguridad y Cooperación Europea, la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa, la OTAN, el parlamento europeo, la necesidad de cumplir lo exigido por la ONU respecto a Nagorno Karabaj.
El genocidio de Jodyalí ha tenido enormes y penosas consecuencias no sólo desde el punto de vista de los derechos humanos de su población, los efectos derivados del asesinato de 613 personas, sino todo lo que lleva implícito una ocupación ilegal como la implementada por Armenia: desplazamiento forzado de sus habitantes con la carga emocional, económica y de desarraigo que tal hecho conlleva. La nula reparación a las víctimas que han sufrido el expolio de sus propiedades, de su historia, de sus raíces. Un proceso de ocupación, expolio, usurpación y consolidación de conductas violatorias de la carta de las naciones Unidas. De la Declaración de derechos del Hombre.
De convenciones como es el Cuarto Convenio de Ginebra que en su artículo 49, párrafo 6 establece “la potencia ocupante no podrá efectuar la evacuación o el traslado de una parte de su propia población civil al territorio por ella ocupado”. Tal hecho se considera una situación grave y hasta un crimen de guerra, tomando en cuenta que Armenia controla un 20% del territorio de Azerbaiyán - Nagorno Karabaj y seis provincias aledañas - generando un gran número de desplazados azerbaiyanos que no pueden regresar a sus hogares. Este desplazamiento discriminatorio, como se denomina en la ley internacional ha despoblado de azerbaiyanos Nagorno Karabaj, sirviendo de argumento para que las autoridades de Armenia señalen que la gran mayoría de la población de ese territorio es de origen armenio y trasladando, por tanto, población de ese país a esos territorios ocupados, violando, claramente, todas las disposiciones internacionales. Sólo ese hecho obligaría a las naciones Unidas a pasar del capítulo VI de la Carta de las Naciones Unidas al capítulo VII para sacar a Armenia de Nagorno Karabaj por constituir una amenaza a la paz.
Hace un par de años al referirme a la necesidad de alcanzar la paz en distintas regiones del mundo sostuve respecto al Cáucaso “Conseguir la paz definitiva en el Cáucaso Sur, que trae aparejado la indiscutible y definitiva devolución de los territorios ocupados de Nagorno Karabaj a la soberanía de Azerbaiyán, es un objetivo fundamental. No sólo para el equilibrio, el desarrollo y un futuro más auspicioso de toda esa zona, sino también para los anhelos de paz de toda la región de Oriente Medio y Asia Central”. Creo profundamente en ello pero también en la necesidad de reivindicar el respeto al derecho internacional, la reparación alas víctimas del genocidio cometido por fuerzas armenias contra la población de Azerbaiyán y sobre todo reivindicar el respeto a los derechos humanos como una condición indispensable a la hora de mejorar las relaciones entre los países, sus sociedades, donde el recordar sea parte de ese respeto pues enterrar los hechos y acontecimientos bajo un manto de olvido o manipulación simplemente aleja la posibilidad de resolver nuestras diferencias. Jodyalí nos exige recordar.
Pablo Jofre Leal
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