La conjunción, por un lado, del creciente terror yihadista, al que el presidente Recep Tayyip Erdogan se ha apresurado a atribuir la matanza de Gaziantep —el atentado suicida lleva la marca clara de las acciones de ISIS— y en paralelo de los enfrentamientos con la guerrilla separatista kurda —que se han cobrado 1.700 muertes tras la ruptura del alto el fuego en julio de 2015—, se enfrenta a un inquietante vacío de seguridad.
El Ejército y los cuerpos policiales están descabezados y desmoralizados tras el arresto o la suspensión en el cargo de los antaño influyentes servidores públicos vinculados a la cofradía religiosa del predicador Fetulá Gülen, un antiguo aliado de Erdogan convertido en enemigo público número uno al que se atribuyen todos los males patrios.
“No hay otro país que tenga que enfrentarse simultáneamente a las acciones sangrientas de dos grupos terroristas mientras la mitad de los generales están en prisión”, advierte un coumnista político
“No hay otro país que tenga que enfrentarse simultáneamente a las acciones sangrientas de dos grupos terroristas mientras la mitad de los generales están en prisión”, advierte el columnista político turco Mustafá Akyol. De las redadas no se ha librado ninguna escala funcionarial, ni los empresarios, ni los imanes de las mezquitas, ni por supuesto los periodistas. Hay más de 70 informadores encarcelados y un centenar de medios de comunicación clausurados a raíz de la intentona. Otros, como el director del histórico diario Cumhurriyet, Can Dundar, han elegido la vía del exilio.
Después de consolidar su poder hegemónico en casi 14 años de Gobiernos con aplastantes mayorías absolutas, Erdogan parece estar enarbolando la bandera de la inestabilidad en uno de los momentos más difíciles de la reciente historia de Turquía. Pocas horas después del atentado de Gaziantep, el más mortífero en lo que va de año, sentenciaba en un comunicado con escasos matices que “no hay diferencias” entre el ISIS —que ha podido medrar en Siria e Irak gracias a los suministros que recibía desde territorio turco—, el PKK —que mantuvo abierto durante dos años un proceso paz con el Gobierno para poner fin a tres décadas de conflicto— y los gülenistas, que fueron determinantes para auparle en el poder.
Sin el taconazo fiel de generales ni mandos policiales, sin el aliento de las élites del Estado que le allanaron el camino hacia su deriva autocrática, sin aparente capacidad, en fin, para frenar el avance kurdo en Siria, no es de extrañar que el presidente turco intente llenar el vacío que él mismo generó a su alrededor resucitando alianzas diplomáticas con Rusia e Israel.ElPais
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