Diez meses y 19 días después de lanzar su campaña electoral calificando a los inmigrantes ilegales de México en EEUU de "violadores", "criminales", "gente con problemas" ("y, algunos, supongo, buenas personas"), Donald Trump ha logrado una victoria doble en sus aspiraciones para convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos. Una, la más obvia, contra su partido. Desde el martes por la noche-madrugada de ayer en España- Trump es virtualmente el candidato republicano a la Casa Blanca, tras su victoria en las primarias de Indiana y la retirada de su único rival con alguna remota posibilidad de arrebatarle el triunfo, Ted Cruz. La otra, contra su casi segura rival en las elecciones, Hillary Clinton. Porque en Indiana la ex secretaria de Estado perdió frente al candidato de la izquierda de su partido, el autoproclamado "demócrata socialista" Bernie Sanders. Matemáticamente es casi imposible que Sanders gane, pero, aun así, va a seguir plantando batalla a Clinton hasta la Convención Demócrata, que comienza el 25 de julio. Así que Trump tiene libertad de acción para dirigir su artillería dialéctica contra Hillary Clinton, mientras que ésta se va a ver sometida a un doble fuego: a la derecha, el candidato republicano; a la izquierda, Sanders. Encima, solo hay un político en activo en EEUU que pueda siquiera aspirar a competir en rechazo popular con Donald Trump: Hillary Clinton. El triunfo le ha traído otro rédito al empresario: los líderes del Partido Republicano se han puesto a sus pies. Como explicaba ayer un asesor de un senador de ese partido a EL MUNDO: "Si hay que aceptar a Trump, pues bueno. Hay cosas peores. Perder el cargo, por ejemplo". Así que los republicanos están pasando de la formación de ataque contra Trump a la formación de ataque contra Hillary Clinton. Un ejemplo: el martes a las 5 de la tarde, el portavoz de George W. Bush en la Casa Blanca, Ari Fleischer, colgaba en Twitter un link a una noticia de la web Buzzfeed cuyo titular era "Los medios de comunicación siguen permitiendo que Trump continúe mintiendo sobre Irak", en referencia a la afirmación del candidato de que se opuso a la invasión de ese país en 2003. Justo cinco horas más tarde, cuando Cruz acababa de anunciar su retirada, Fleischer tuiteaba: "Hay muchas cosas de Trump que no me gustan, pero siempre votaré por él antes que por Hillary". Casi al mismo tiempo, el presidente del Comité Nacional Republicano, que es la organización que trata de organizar la recaudación de fondos para el partido a nivel nacional, Reince Priebus, afirmaba en la misma red social que "todos debemos unirnos" tras Trump "para derrotar a Hillary Clinton". Así pues, vuelve a cumplirse la máxima de Bill Clinton: "Los demócratas se enamoran; los republicanos se ponen en formación". En inglés tiene más gracia, porque es un juego de palabras: "ponerse en formación" es "to fall in line" (literalmente, "caer en línea"); y "enamorarse" es "to fall in love" ("caer en amor"). Pero la definición es perfecta. Mientras los demócratas siguen sin abandonar a Sanders en favor de una acartonada Clinton, los republicanos están asumiendo que de lo que se trata es de ganar, aunque, en palabras de Prebius, "llevará meses cerrar las heridas" de las primarias. De hecho, de 300 representantes y senadores, solo tres han respaldado a Trump. Pero incluso Susan Collins, senadora republicana por Maine y muy a la izquierda de lo que se supone que es ese partido, declaraba ayer: "Estoy dispuesta a apoyar a Trump si deja sus ataques personales". Los dos colectivos que no harán las paces con Trump Hay dos grupos de republicanos que nunca van a hacer las paces con Trump. El primero, por ideología. Se trata de los `neoconservadores`, es decir, los ideólogos de la invasión de Irak, que creen que Trump no es lo bastante cercano a Israel, y que saben que Hillary, en política exterior, es muy `dura`. El segundo colectivo se mueve por pragmatismo: son los candidatos al Senado y a la Cámara de representantes que afrontan elecciones difíciles en noviembre y que temen que Trump les impida ganar con su propensión a insultar, en este orden, a los inmigrantes ilegales de México y del resto de América Latina; a los musulmanes; a los asiáticos; a las mujeres; a los discapacitados; y a los negros. Y ésa es la cuestión: ¿quién va a votar por Trump? La respuesta inmediata, que además cabe en un `tuit` es: "Blancos pobres". Los mismos blancos pobres cuya tasa de mortalidad se ha disparado, en un fenómeno sin precedentes históricos, debido a la caída de sus ingresos, la pérdida de oportunidades de empleo y, en general, la sensación de que han perdido el sitio en una sociedad que consideraban cuya, como ha puesto de manifiesto un impresionante estudio del premio Nobel de Economía Angus Deacon, publicando el año pasado. La cuestión no es que ese segmento de población sea más conservador, sino que coincide con las propuestas de Trump: proteccionismo, defensa de los programas sociales, política de fomento de la industria, y la idea de que "los otros" - fuera de EEUU: China y México, y dentro: minorías - están robándoles el pan. Como explica en una conversación con EL MUNDO la periodista de la revista The Atlantic Molly Ball, "cuando Trump no quiso rechazar el apoyo del ex líder del Ku Klux Klan David Duke, yo estaba en un mitin que él estaba dando en Alabama. Le pregunté a la gente que qué les parecía que Trump no se distanciara de una organización racista, y me acabaron diciendo: "Obama tampoco lo ha hecho de `Black Lives Matter`, así qué, ¿por qué va Trump a oponerse al Klan?" `Black Lives Matter` es una organización que dice que existe un plan concreto de la policía y del Gobierno de EEUU para que la policía acose a los afroamericanos. Le falta el voto latino El problema de la ecuación electoral de Trump es que por ahora solo conseguiría entre un 15% y un 20% del voto de la comunidad latina. Y para que un republicano gane, es preciso que llegue al 40%. Es más: el número de latinos que se están registrando para votar está creciendo, debido a la actividad de organizaciones de defensa de los inmigrantes que se oponen a Trump. Pero no es menos cierto que Trump ha roto todos los techos electorales que se le atribuían, y que su capacidad de convocatoria sigue creciendo. Pero, por ahora, se trata de unas elecciones de blancos contra todos los demás. "Los demócratas han usado las políticas de identidad para atraer votantes. Si eres negro, asiático, mujer, homosexual... el Partido Demócrata trata de acercarse a ti. Ahora, con Trump, estamos viendo la reacción de los blancos a esa dinámica", explica Ball, que lleva siguiendo la campaña de Trump desde que el candidato se plantó en el salón de actos de una de sus torres en Manhattan y empezó a poner de vuelta y media a los inmigrantes hace 10 meses y 19 días.
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