Las cifras pueden tener un contenido simbólico, sea por goles, efemérides o hasta posturas. Lo es el minuto 93 en el que marcó Sergio Ramos, como el 120 en el que lo hizo Schwarzenbeck, en 1974. Si sobre lo segundo había algo pendiente, el Atlético lo saldó en Múnich, en un choque muy diferente al de anoche en el Bernabéu, donde el Madrid sólo necesitó ser el dueño de la Champions durante unos minutos, el tiempo en llegar al gol de Bale, cuyo disparo desvió a gol Fernando. Después prefirió refugiarse y esperar la contra en lugar de optar por el desenfreno, hecho que permitió al rival, marcado por la temprana lesión de Kompany, tomar las medidas al Bernabéu. En realidad, la derrota mínima no cambiaba los planes de Pellegrini, porque un gol era una bala de cañón. El problema es que, salvo por un disparo de Fernandinho u otro final de Agüero, apenas estuvo en condiciones de cargarla. Agüero vagó por el campo, sin agresividad, y De Bruyne es tan veloz como tímido. Navas fue el único que tuvo algo de vergüenza torera.
La poca amenaza que sintió el Madrid en la semifinal le llevó a decrecer el ritmo de juego, a contagiarse de las revoluciones de Yaya Touré, propias de un partido de veteranos. Quizás Pellegrini pensó en que, sin Silva, necesitaba visión y sentido colectivo, pero la forma es inexcusable a este nivel. Yaya Touré, hoy, no la tiene. Es evidente, y no sólo por el City, que las exigencias a las que ha sido sometido el Madrid en su camino hacia la final son incomparables a las que ha enfrentado el Atlético, verdugo de Barça y Bayern, nada menos. Ello lo ha reforzado moralmente y lo ha cuajado más en el campo, pero contra el Madrid no hay unidad de medida posible.
El regreso de Cristiano Ronaldo
Cristiano decidió que iba a jugar y jugó, aunque no necesitó trascender. Como quedó de manifiesto en el Etihad, entonces sin el portugués, el rival no exigía decisiones maximalistas, de alto riesgo. En todo caso, las imponían las circunstancias, la posibilidad de alcanzar de nuevo la mayor final posible para un club. Cuando hace un tiempo la Décima parecía un Grial inalcanzable, aparece la Undécima a un tiro después de una temporada traumática, con el despido de un entrenador antes del ecuador del curso.
El partido, sin embargo, no fue de Cristiano. Las primeras vías las encontró Isco, titular y algo redimido en el Bernabéu, hasta que la pelota la tomó Modric. Todo cambia en el Madrid cuando la toca el croata. Si da un paso adelante, pasan cosas. Sucedió durante poco tiempo, aunque fue el suficiente para que el Madrid encontrara el gol que buscaba. Carvajal, muy concentrado en la dualidad de profundizar y vigilar a De Bruyne o después Sterling, entregó a Bale. El galés ganó el área y su disparo, desviado levemente por Fernandinho, cogió un efecto diabólico para Hart.A partir de ahí, la sensación es que el partido lo jugó Zidane, pero el Zidane entrenador. Cuantas menos cosas sucedieran, mejor. Existía un componente temerario en el planteamiento, porque al City no le importaba que ello sucediera. De esa forma, con un partido largo, siempre podría tener su oportunidad. Sterling, el último diamante adquirido y mal tallado, no se la ofreció. Tampoco al Madrid se la dio James o Lucas Vázquez, relevo de un Jesé romo. No era necesario. Para el City no hay minutos mágicos. Guardiola tiene trabajo. Ahora sabe bien que lo mejor del fútbol se lo dejó en España. El 28 de mayo, Milán es su capital.
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