En realidad, si los Estados tuvieran que medirse en un campeonato de calidad política e institucional quedaría claro que, como en el fútbol, los favoritos son los de siempre. Los últimos datos de la encuesta social europea son incontestables: la ruta de la muerte para cualquier país europeo sería competir con Dinamarca, Finlandia, Suecia o Noruega. En casi cualquier dimensión política o social —satisfacción con la democracia, confianza en el prójimo, en los políticos y en las instituciones, valoración cultural de la inmigración, sentimientos de eficacia política o grado de felicidad—, la goleada está asegurada. Son los verdaderos champions europeos, aunque sus selecciones apenas consigan clasificarse en los grandes torneos de fútbol.
¿Puede España aspirar a compartir cartel con semejante grupo? Ya lo hace en algunas cuestiones. La sociedad española está a la altura de los países nórdicos en tolerancia hacia la diversidad, entendida en sus diferentes formas —sexual o cultural—. Tampoco está lejos en nivel de felicidad, aunque ello pueda considerarse tanto un defecto como una virtud. En cambio, la creencia de que a los políticos no les interesa lo que piensa la gente, la baja satisfacción con la democracia o la desconfianza hacia los partidos políticos y las instituciones nos sitúan en el furgón de cola europeo. Acompañados en esas posiciones, por cierto, del flamante campeón de la pasada Eurocopa.
Es cierto que ahora nos parecemos algo más a los escandinavos porque tenemos un sistema de partidos más fragmentado. Pero para ser Borgen nos hace falta casi todo lo demás.
Etiquetas: