Tal es el problema que en 2017, Donald Trump, Presidente de Estados Unidos, la declaró como una emergencia nacional de salud pública, denominándola como “la peor crisis de drogas” del país. Según el Instituto Nacional de Salud, más de 90 estadounidenses mueren cada día por sobredosis de algún tipo de opioide u opiáceo.
Estas cifras aproximadamente duplican las muertes causadas por accidentes de tráfico y armas de fuego. De las 52.404 muertes registradas en 2015 por abuso de sustancias, el 63% involucró un opioide. Y la tendencia continúa en ascenso, el Fiscal General de EE.UU, Jeff Sessions, declaró un incrementó a 60.000 en 2016.
A pesar de ello, las empresas farmacéuticas causantes continúan con la venta indiscriminada de estos fármacos. Purdue Pharma, autora de la crisis, camuflada como MundiPharma inició su estrategia en América Latina en 2014. Con las mismas tácticas publicitarias buscan extender su imperio del dolor en toda la región y el mundo.
Como lo explicó Andrew Kolodny, co-director del Colectivo de Investigación de Políticas para Opioides de la Universidad de Brandeis, “la crisis se precipitó inicialmente por un cambio en la cultura de la prescripciones médicas, un cambio cuidadosamente diseñado por Purdue”. Una estrategia dirigida y gestada por la familia Sackler, sus dueños.
Los Sackler saben hacer bien dos cosas: dinero y analgésicos. Desde sus inicios, los tres hermanos Arthur, Raymond y Mortimer se destacaron en el campo de psiquiatría pero su mayor logro lo realizaría Arthur, el mayor, en el naciente campo de la publicidad médica y farmacéutica.
En 1952, compraron una pequeña farmacéutica, Purdue. Ese mismo año, Arthur fue el primer publicista en convencer a la Asociación Americana de Medicina en incluir publicidad farmacéutica en su revista científica. Su trabajo durante años lo haría una estrella en el campo de la publicidad y fue uno de los primeros nombres en ser incluido el Salón de la Fama de la Publicidad Médica en 1997.
Publicidad y medicina serían la combinación para su gran fortuna, especialmente en el mercado del dolor. Fue en 1972, que Mortimer Sackler dirigía Napp Pharmaceutical, la rama de la empresa familiar en el Reino Unido cuando iniciaron la investigación en un sistema de liberación temporizada para la aplicación de morfina de manera continua.
En 1981, Napp introdujo el sistema ‘Contin’ (continuo) y en 1987 Purdue ingresaría al mercado estadounidense con el analgésico MS Contin. Una pastilla de morfina destinada para el tratamiento paliativo de pacientes de cáncer. Un primer éxito, que no se compararía años más tarde con la creación de Oxycontin, uno de los opioides causantes de la crisis.
Al referirse a opioides se comprenden dos tipos de sustancias: fármacos legales como la oxicodona, hidrocodona o fentanilo y substancias ilegales como la heroína. Todos con características químicas similares al opio, que afectan al cuerpo al bloquear los receptores de dolor y a su vez activar las zonas de placer en el cerebro causando una liberación de dopamina.
Para finales de los 80, la patente sobre el MS Contin estaba por terminar. En un memo interno, Robert Kaiko, vicepresidente del departamento de investigación médica de Purdue, dijo que debido a la “eventual y seria competencia de pastillas genéricas de MS Contin, otros opioides con sistema de liberación controlada deben ser considerados”. Es decir, el monopolio sobre las pastillas de morfina con sistema Contin estaba por terminar y consecuentemente las grandes ganancias.
El plan de negocios fue diseñar una nueva y mejorada pastilla y a su vez no solo comercializarla para pacientes con cáncer sino ampliar su mercado. Durante 10 años desarrollaron OxyContin, una pastilla de oxicodona. Este opioide es un semi-sintético del opio, similar a la morfina, pero con una biodisponibilidad mayor (97%) y 1.5 veces más potente.
Como dijo Michael Friedman, ejecutivo de la compañía, lo que verdaderamente buscaban ‘curar’ era “la vulnerabilidad ante la amenaza de los medicamentos genéricos”. Es así como Oxycontin, les permitiría retomar el monopolio del mercado del dolor.
El siguiente paso fue lograr la aprobación de la Agencia Federal para la Administración de Drogas y Alimentos (FDA). El doctor Curtis Wright lideró una dudosa revisión médica para la FDA. Luego de la aprobación renunció y según, declaraciones juramentadas, en menos de dos años ingresó a Purdue Pharma. Fue así que en 1996, el mundo conocería a OxyContin con una agresiva campaña publicitaria que desataría la epidemia de adicción.
Lo primero en lo que trabajaron fue cambiar las actitudes y hábitos de prescripción de los doctores. Aunque el opio y sus versiones sintéticas y semi-sintéticas no son nuevas –como la morfina-, la ‘opiofobia’ entre los médicos significaba que la prescripción de un opioide se realizaba, en su mayoría, para pacientes en su lecho de muerte con dolor crónico y pacientes con cáncer en fases terminales. Los Sacklers cambiarían esto para siempre.
Esto lo lograron a través de un sistema de selección de perfiles médicos, el cual les permitió filtrar por doctores con más tendencia a prescribir analgésicos y por zonas vulnerables. Es decir áreas de clase media/ media-baja dónde trabajadores de fábricas, construcción o agricultura vivían ya que eran los más propensos a tener problemas de dolor crónico causado por sus labores.
El financiamiento de investigaciones y voceros/doctores, que hablen sobre la necesidad de combatir el dolor crónico con las bondades de los opioides, fue parte de la campaña. En un reporte de 2003 de la Oficina de Contabilidad General de los Estados Unidos (GAO), entre 1996 y 2002, Purdue financió más de 20.000 programas educacionales relacionados a la temática del dolor. Seminarios, viajes pagados, financiamiento para investigación y mercadeo fueron las estrategias para enganchar a los doctores.
Inclusive, como lo indica una investigación del New Yorker, doctores de alto prestigio como Russel Portenoy, en ese entonces especialista del dolor en Nueva York, abogó en 1993 sobre el problema de dolor crónico no tratado y cómo los opioides eran una solución. Portenoy recibió financiamiento de Purdue pero en 2012 se retractó ante el Wall Street Journal y admitió que desinformó sobre el uso de los opioides como una terapia para el tratamiento del dolor.
De igual manera, asociaciones médicas como la Academia Americana de Medicina del Dolor y la Sociedad Americana del Dolor en 1997 publicaron argumentos a favor de uso de los opioides para tratar dolor crónico. El autor fue el Dr. David Haddox, vocero contratado por Purdue. Estas técnicas y la influencia en publicaciones científicas médicas causaron un cambio de paradigma.
Esto causó que los opioides se conviertan en la solución para dolencias no relacionadas al cáncer, que variaban desde dolores de espalda, dolor posoperatorio e incluso dolor de cabeza. El resultado, según un artículo en el American Public Health Journal, fue un incremento del 402% entre 1997 y 2002 del número de prescripciones de oxicodona.
A lo que se sumó la ingenuidad e ignorancia de médicos generales ya que existía una confusión generalizada de que la oxicodona era menos riesgosa y potente que la morfina. Purdue utilizó esto a su favor y para ello empleó al recurso “más importante de la empresa”: sus vendedores.
Entre 1996 y 2002 incrementó su equipo de ventas de 318 a 671. Todos con un discurso memorizado: “menos del 1% de los pacientes se convierten en adictos”. Respaldados científicamente por el Dr. Haddox quien acuñó en 1989 el término de “pseudo-adicción” y también los estudios de Porter y Hick/ Perry y Heidrich en los que se hablaba de una adicción menor al 1% y 0%.
La realidad era otra, varios estudios médicos demostraron que los porcentajes de adicción de usuarios regulares variaban entre 18 y 45%. Inclusive Purdue lo sabía; en un estudio financiado por la empresa en 1999 se demostró que el porcentaje de adicción de pacientes que utilizaban OxyContin para dolores de cabeza era del 13%.
Una de las causas principales que causaba dicha adición era el formato de uso y las dosis, sistema que ‘diferenciaba’ a Oxycontin de otros analgésicos.
En el mercado ya existían pastillas de oxicodona, como Percocet y Roxicodona, pero tenían una duración de seis horas. La propuesta de valor de Purdue era que su pastilla tendría un mecanismo de liberación que dure 12 horas. Es decir, los pacientes solo debían tomar OxyContin dos veces al día, mejorando su estilo de vida y reduciendo el dolor.
Sin embargo, las pastillas nunca llegaron a cumplir su promesa. Los intervalos de 12 horas eran “la receta perfecta para generar adicción”, explicó Theodore Cicero, neuro-farmacólogo y experto en el efecto de opioides en el cerebro.
Además, como se demostró en un juicio en contra de Purdue en 2004, “la mayoría de los pacientes en las pruebas clínicas requerían medicación adicional” ya que ocho horas era en general el tiempo de eficacia de la droga.
Algo que Purdue también sabía. En las pruebas médicas para obtener el permiso de la FDA, un estudio posterior de la Agencia, encontró que un tercio de las pacientes se quejaron de sentir dolor a las primeras ocho horas y aproximadamente el 50% requirieron más analgésicos antes de las 12 horas prometidas.
La respuesta de la empresa fue recomendar un incremento en las dosis. Lo que a su vez se tradujo en más ganancias para la empresa. Una botella de píldoras de 10mg, la dosis más baja, se vendía en aproximadamente 100 USD mientras que una de 80mg en casi 650 USD.
“Mientas más alta la dosis, más probable que mueras”, afirmó la Dra. Debra Houry, directora del Centro Nacional para Prevención y Control de Lesiones del CDC, al LA Times. Y mientras más personas se convertían en adictos, los Sackler se convertían en una de las familias más ricas del mundo.
En su primer año de ventas (1996), la pastilla registró 45 millones de dólares en ventas. Cuatro años más tarde (2000), el promedio por año era 1.000 millones y su tope llegaría en 2010 cuando las ventas anuales llegaron a 3.100 millones de dólares. Para ese entonces, la crisis estaba en pleno auge y las muertes se sumaban. En total, Purdue ha generado 35 mil millones de dólares gracia a Oxycontin.
Sin embargo, dosis más altas y uso en menos de 12 horas significaba que las empresas de seguros no estaban dispuestas a cubrir el tratamiento completo, ya que la morfina era mucho más barata.
Según las guías del Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos del 2014, se solicitaba a los médicos “evitar” y “justificar cuidadosamente” prescripciones de alta potencia. A pesar de ello, según la Universidad de Arkansas, en 2014 más del 52% de pacientes tomando OxyContin habían sido prescritos dosis mayores a 60mg por día.
Tomando en cuenta que la oxicodona tiene clasificación de narcótico clase II, como la cocaína, heroína y opio, las altas dosis y uso regular demostraron fatales. En 2003, la Administración para el Control de Drogas (DEA) encontraría que los “métodos agresivos” de Purdue “exacerbaron el abuso generalizado de Oxycontin”.
Las distintas demandas civiles en varios estados y el creciente número de muertes causaron que el Departamento de Justicia de los Estados Unidos levante una investigación criminal. En 2007, la empresa y tres de los ejecutivos de más alto mando se declararon culpables por fraude al minimizar conscientemente el riesgo de adicción de Oxycontin. No hubo cárcel para ninguno, el único castigo fue una multa de 635 millones de dólares, un ínfimo 2% de todas las ganancias de la empresa.
Pero las ventas continuaron y en 2010, ante la presión del Gobierno y los crecientes números de adictos, la empresa aceptó cambiar la estructura de la pastilla para evitar la trituración y posterior inhalación. Un acto que comprendía intereses económicos y no un compromiso en ayudar a la crisis.
Debido a que en 2013, la patente de Oxycontin iba a terminar aprovecharon esta excusa para cambiar la fórmula de las pastillas para hacerlas más resistentes a la trituración y a su vez lograr que la FDA prohíba los genéricos. El tablero estaba listo y Purdue manejaba las ‘fichas’: la patente estaba aprobada hasta 2030.
Sin embargo, la ‘mala’ publicidad generada por la evidencia de fraude y los casos de muertes a nivel nacional, causaron que desde 2010 las prescripciones de Oxycontin se reduzcan en un 40%. Los doctores tenían nuevas razones para evitar utilizar estos fármacos en sus pacientes.
Un reporte del Instituto Nacional de Salud (NIH) encontró que no hay evidencia de la efectividad del uso de opioides a largo plazo para el dolor crónico y sí una cantidad de evidencia de daños, incluidas las sobredosis y la adicción. “Pocas drogas son tan peligrosas como los opioides”, comentó David Kessler, ex comisionado de la FDA (1990-97), al New Yorker. A pesar de ello, en 2015 se aprobó el uso de Oxycontin para niños de 11 a 16 años.
Pero no fue suficiente ya que Purdue Pharma miró al resto del mundo como un potencial mercado. En 2014, Raman Singh, ejecutivo de MundiPharma (Purdue) dijo que “cada uno de los pacientes en los mercados emergentes deben tener acceso a nuestras medicinas”. Con las mismas tácticas: viajes, seminarios, y publicidad dirigida a doctores ingresaron en la región.
Según un comunicado de la empresa, en Colombia, las inversiones para 2014, fueron de 10 millones de dólares y contemplaron el desarrollo de su portafolio de medicamentos, una fuerte inversión en educación médica, así como en investigación de temas relacionados con dolor. En México, 40 millones de dólares y Brasil 80 millones de dólares con una inversión para establecer su base de operaciones para la región.
"Los instaría a ser muy cautelosos sobre la comercialización de estos medicamentos”, afirmó Vivek H. Murthy, exCirujano General de los Estados Unidos, refiriéndose a la venta de opioides en otras partes del mundo.
La campaña continúa. En países como Ecuador, en 2016, se realizó un taller titulado ‘El alivio del dolor como derecho humano fundamental’, financiado por MundiPharma. Este contó con la participación de 100 médicos internistas, anestesiólogos y oncólogos. Otro ejemplo, Ricardo Plancarte, médico y miembro del Instituto del Cáncer en México, quien ahora es un vocero de la empresa. Y los nombres continúan, no solo en América Latina sino todo el mundo.
En palabras de MundiPharma, “solamente estamos empezando”. El ejemplo de Purdue demuestra que la desregulación de las farmacéuticas y la codicia capitalista tienen un precio, que en esta caso han sido cientos de miles de muertes y miles más de familias destruidas por la adición.
Algo que asemeja la estrategia del Reino Unido en 1825 al introducir el opio en China. Los intereses imperiales del capitalismo globalizado buscan situar a la empresa privada sobre la vida humana y la historia parece repetirse.
Martín Pastor (Ecuador)
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