El bloqueo político entre independentistas y constitucionalistas no se ha disipado en estas elecciones, pero tampoco se puede decir que todo continúa igual.
Por primera vez en la historia de esa comunidad autónoma, un partido catalán antindependentista y que nació para combatir el separatismo se erige en vencedor de la contienda, con 37 escaños de los 135 en juego. Ciudadanos, y su candidata, Inés Arrimadas, ganan también en número de votos y en porcentaje.
Hablar ahora de sistema injusto es perder el tiempo. Antes de los resultados ya se sabía que en el procedimiento electoral catalán el número de votos no refleja exactamente el total de escaños. Ese sistema sobrevalora el voto rural —más nacionalista— y exige casi el doble de sufragios para obtener un escaño en Barcelona, por ejemplo, donde los constitucionalistas son mayoría.
Gana Arrimadas, pero vence el nacionalismo.
La victoria de Ciudadanos, en todo caso, es un revés para el sueño independentista, que aunque sumando los escaños de sus tres formaciones mantienen la mayoría en el Parlamento de la región, no llegan en votos ni al 48% de los emitidos.
Por supuesto, el bloque independentista, formado por Junts per Catalunya (JxC) —el partido de Carles Puigdemont—, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y la CUP (Candidatura de Unidad Popular) canta victoria y en unas elecciones consideradas como enfrentamiento entre nacionalistas y "unionistas", pueden jalearlo con derecho. Pero la traducción de esa victoria conjunta en la realidad del gobierno de Cataluña no será tan sencilla.
La formación del fugado, o para sus partidarios, "exiliado" en Bruselas, Carles Puigdemont, ha ganado la mano al partido de la izquierda republicana ERC, del encarcelado exvicepresidente catalán, Oriol Junqueras, al que todos consideraban favorito en la lucha por el liderazgo del nacionalismo catalán. Puigdemont, con 34 diputados, aventaja a Junqueras en dos escaños.
Con 66 diputados entre los dos, necesitan cuatro para obtener la mayoría de 70 exigida. Esos cuatro, teóricamente deberían venir de la formación antisistema que les acompañó en la anterior legislatura, la CUP. La Candidatura de Unidad Popular no va a ceder en sus exigencias de independencia unilateral y proclamación de la República, además de otras peticiones de índole económica y social que chocarían con los intereses del partido representante de la burguesía y de la derecha catalana, como es el del expresidente Carles Puigdemont.
En el Parlamento disuelto tras la aplicación del artículo 155 de la Constitución española la CUP apoyó a Puigdemont en el monotema de la proclamación de una república independiente catalana. Las cuestiones sociales y económicas se dejaron de lado. Con 66 diputados, JxC y ERC también podría llevar medidas adelante si la CUP se abstiene, pues el bloque llamado constitucionalista tiene 65 escaños.
Esta vez, JxC y ERC saben que volver a proclamar una independencia de forma unilateral les volvería a llevar al cierre del Parlamento y a nuevas acciones judiciales dentro del marco constitucional.
Si los dos partidos nacionalistas mayoritarios deciden desprenderse del apoyo de la CUP, podrían, en teoría, pactar con la formación En Comú Podem, la traducción política catalana de Podemos, el partido de Pablo Iglesias. Su candidato, Xavier Domenech, y su figura visible más conocida internacionalmente, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, eran del grupo de los que en la noche del 21-D no sonreían.
Bajada de Podem, estancamiento socialista
En efecto, En Comú Podem pierde tres de los 8 diputados con los que contaba. Iglesias y sus aliados catalanes no tendrán un buen recuerdo de estas elecciones autonómicas. La posición oficial del partido ha provocado desafecciones y críticas tanto de partidarios de la independencia como de los contrarios a esta. Iglesias puede perder apoyo ciudadano a nivel nacional por su actitud ambigua en Cataluña, y su rama catalana baja por la misma razón en su propio territorio.
Podemos y En Comú Podem se han manifestado contrarios a la independencia, pero favorables a un referéndum legal y pactado entre todas las fuerzas del Estado. En estos momentos, una utopía, pues una reforma de la Constitución que permitiera tal eventualidad jamás sería aprobada en un plebiscito a nivel estatal, ya que debería ser votada por todos los españoles.
A pesar de las soflamas radicales de Puigdemont en su celebración desde Bruselas, los nacionalistas catalanes saben que ya no pueden esgrimir "la legitimidad social" para lanzarse de nuevo a una aventura unilateral de independencia. Un 50% y una milésima sí les hubiera dado el impulso moral para seguir insistiendo en su sueño. Pero con menos del 48% en unas elecciones al Parlament, pueden seguir soñando, pero con los ojos abiertos.
Los nacionalistas saben también que la Justicia no desaparece por efectos electorales y que los delitos que se les imputan a varios de sus dirigentes siguen siendo vigentes. De hecho, una de las cuestiones que levantan más interés es saber si Puigdemont volverá de Bruselas, sabiendo que al poner un pie en territorio español puede ser detenido. ¿Se puede ser presidente de Cataluña a través de una pantalla instalada en la capital de los belgas?
Otra de las decepciones visibles en la noche electoral catalana era la de los socialistas del PSC y su líder, Miquel Iceta. Con 17 escaños ganan un puesto en relación a la anterior legislatura, pero se quedan lejos de la veintena que esperaban. Los guiños al votante nacionalista no han funcionado y su estancamiento a nivel catalán es también una derrota para su líder nacional, Pedro Sánchez.
Un descalabro para el presidente Rajoy
El Partido Popular y su máximo dirigente, el presidente Mariano Rajoy, sufren un espectacular retroceso en Cataluña. De los 11 diputados con los que contaban pasan a sobrevivir con tres, menos incluso que la extrema izquierda representada por la CUP. El llamado voto útil, el voto antindependentista constitucionalista ha ido a parar a Ciudadanos. Para Rajoy y su partido, el auge de Ciudadanos, con Inés Arrimadas en Cataluña y Albert Rivera a nivel estatal, supone una amenaza real para las próximas elecciones legislativas en España.
Rajoy, además, no tranquiliza a sus socios de la Unión Europea, que contaban con que en Cataluña se apagara, en parte, la llama que puede prender en otras regiones del Viejo Continente.
Las elecciones dejan a Cataluña en una difícil situación de gobernabilidad. Nada complicado si contempláramos los resultados en un escenario de calma, respeto y ausencia de inquina. Pero la división entre los catalanes sigue abierta.
Muchos observadores internacionales siguen jugando con el Madrid versus Barcelona. La realidad es bien distinta. La fractura no es entre españoles y catalanes, sino entre los propios catalanes; entre familias, vecinos o compañeros de trabajo. Y esa es una herida que los ganadores de las elecciones, los nacionalistas, deberían empezar a pensar en curar. Porque gobernarán también a quienes no les votan. Y esos también son catalanes.Sputnik
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