De nuevo la locura. ¿Qué le pasaba a esta gente? hacía cuatro minutos habían enloquecido de forma similar cuando el mítico `10` del equipo argentino, en un acto al que la historia aún no sabe si calificar de vil o heroico, marcó un gol con la mano. Pero esta vez el bullicio era peor, esta vez era especial. Todos se abrazaban con todos. Argentinos, no argentinos, eso ya no tenía importancia. Ahora eran una marea de cuerpos sin nacionalidad empastados entre sí. Las bocas de unos rugían frente a los rostros incrédulos de otros. Ojos abiertos de par en par veían romperse las cuerdas vocales del interior de las gargantas del que tenían enfrente. Los pulmones se vaciaban y se volvían a hinchar porque adentro del Estadio Azteca el grito desbocado se volvió el único canto posible para venerar esa pieza majestuosa de la que acababan de ser testigos.
Pero Fernando Signorini no entendía. El preparador físico del genio del fútbol mundial no había podido ver ninguno de los goles de Diego. A él le tocó vivir el encuentro desde un palco preferencial.
"Vi el partido detrás de la portería, en la cancha con los periodistas, los fotógrafos y los camarógrafos. Estaba a doce metros del arco y me los perdí. En el primer gol, como la jugada fue adentro del área, todos se levantaron y con las cámaras y las máquinas de fotos y sus cuerpos me taparon la visión. Y en el segundo, lo mismo, porque cuando arrancó de la mitad de la cancha y se empezó a acercar, todo el mundo se levantó y yo andaba ahí a manotazos tratando de meter los ojos por algún agujero. No vi ninguno de los dos goles. Pero en el segundo hubo una explosión. Porque eso es lo que fue, una explosión brutal de la gente ante la obra consumada que habían terminado de ver. Que alguien fuera capaz de haber hecho lo que hizo, y justo en un Mundial, y justo en el partido que más morbo tenía de todo el campeonato, fue algo inédito".
Para la gran mayoría de los argentinos todavía estaban frescas las balas de la guerra de Malvinas, que Argentina había perdido en 1982 contra Gran Bretaña. En la memoria colectiva pesaban los recuerdos del hundimiento del crucero general Belgrano, de los chicos muertos, de la rendición. Los argentinos vivían en este partido la revancha de esa guerra que perdieron, y por eso las tensiones estaban al máximo.
Pero Signorini rehúsa mezclar el fútbol con la política. Y por eso se negaba a participar del `fogoneo` que muchos hacían de esos tristes recuerdos para exaltar los ánimos en un evento deportivo. Para él, los días previos al encuentro fueron tranquilos. Era solo un partido más en un marco maravilloso, como es un Mundial de fútbol. Y había esperanza, porque Argentina venía creciendo desde lo futbolístico y Signorini sabía que Diego estaba en condiciones de hacer un gran torneo, porque estaba en un gran momento físico. Pero, además, sabía que el entorno lo iba a beneficiar.
El partido de la final entre Argentina y Alemania del Oeste del Mundial de México 86
México, la ciudad donde se iba a disputar el choque, tenía niveles altísimos de esmog, una temperatura elevada y una altura considerable. Toda esta combinación de factores le iba a impedir las marcas persecutorias que le habían hecho en el Mundial anterior, en España, y que prácticamente lo habían anulado. Acá iba a tener libertades que, si las sabía aprovechar, iban a jugar a favor suyo, pensaba Signorini.
Cuando llegó el día del partido, el equipo argentino fue a la cancha respetando la cábala usual. Caminaron hasta el vestuario escuchando la misma canción de siempre y no ingresaron hasta que terminó. Y el resto es historia. Argentina se impuso 2-1 y, en cuanto Signorini llegó a la concentración, pudo disfrutar por televisión lo que no había podido ver en la cancha.
"Cuando lo vi, no me asombró tanto porque yo sabía que Diego es como Messi. Son esos jugadores que en cualquier momento te pueden sacar un conejo de la chistera. A mí sobre todo lo que me conmueve siempre es la belleza, la estética del juego, y estos jugadores que lo elevan a la categoría de arte para mí son incomparables".
Sin embargo, hoy, 30 años después de esa hazaña deportiva, Signorini admite que cuando vuelve a ver el gol se sigue sorprendiendo y que en cada amague que Diego hace a los ingleses cree que le van a sacar la pelota. Y recuerda la vez que estaba cenando con el escritor uruguayo Eduardo Galeano en Buenos Aires, junto con el periodista deportivo Ezequiel Fernández Moores, y él les decía, también hablando del gol, que parecía que llevaba la pelota adentro del zapato. A Signorini esa reflexión le gusta porque cuando ve la jugada y observa que la pelota pasa tan cerca de los rivales le parece mentira.
"Lo importante no es que yo no viera el gol, lo importante fue que lo hizo. Mirá, si lo hubiera visto y la pelota en vez de entrar pegaba en el palo… Pero claro, te tengo que decir la verdad, yo estaba ahí y no vi ninguno de los dos goles. Eso me pasa por querer estar tan cerca. Al final terminé estando demasiado lejos".
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