“De repente”, relata la hija de Lakbira Sabiri, “muchas mujeres empezaron a impacientarse. Había vallas de hierro delante de los puestos de alimentos. Las barras cayeron al suelo y las mujeres se vieron atrapadas y pisoteadas en ellas. Ni los ayudantes de este hombre ni los gendarmes que había allí hacían nada por nosotras. Mi madre murió aplastada. La gente la pisaba y yo no podía hacer nada por evitarlo. Apareció un polvo en el aire que nos asfixiaba. No sé de dónde venía, pero no se levantó del suelo. Él y sus ayudantes seguían grabándonos con sus cámaras sin hacer nada”.
Lakbira Sabiri es la única víctima mortal del pueblo. El resto llegó de las localidades vecinas. Mohamed Lfirk, un joven del pueblo, asegura que a las mujeres del pueblo no les gusta ser grabadas, les parece humillante. Y sostiene también algo que este diario no ha podido corroborar pero que repiten varias personas consultadas: “El año pasado ya murieron cinco que aguardaban en la cola. Y aquello se silenció”, añade Lfirk.
Todos los consultados aseguran que la causa de la miseria en el pueblo es la falta de agua. Marruecos padece varias temporadas de sequía que este año está alcanzando su cota máxima. Hay otras zonas del país, como la localidad sureña de Zagora, donde los habitantes llevan varios meses manifestándose para que se distribuyan mejor los escasos recursos. En Sidi Bulaalam llevan diez años sin una buena cosecha a causa de la lluvia.
Aziza Lamari muestra en la habitación de su madre varios sacos de trigo. “Esto es lo que tenemos para alimentarnos el resto del año”. Ahora, su casa se ha convertido en un centro de peregrinaje para los periodistas locales. Pero la familia de Sabiri no pide comida. “Lo único que queremos es agua”, dice Elgalia Bent Ahmed, una señora mayor, que ignora su propia edad. “Tenemos que recorrer cinco kilómetros para traer a casa un bidón de agua de 20 litros por el que pagamos un dirham [equivalente a 10 céntimos de euro]”, añade Aziza Lamari. “También compramos cuatro toneladas de agua por 120 dirhams”. Hay una cisterna en el centro del pueblo que distribuye agua a cambio de ese dinero. Cerca de esa cisterna se encuentra la del mecenas Abdelkabir Hadidi. Ahí es gratuita, pero hay mucha gente esperando.
Milud, otro hijo de Lakbira Sabiri, enseña el agujero abierto en el suelo donde suelen almacenar el agua que beben, con la que cocinan y se asean. Si uno se asoma apenas se ve agua. Tira una piedra y el sonido es seco.ElPais
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