3 reflexiones sobre el futuro de la neurociencia y un escenario de ciencia ficción
La historia lo recuerda con ese nombre: Tan. Cuando murió, un médico y anatomista, Paul Broca, presentó los resultados de la autopsia frente a la Sociedad de Antropología de París: había una lesión cerebral en la tercera circunvolución del hemisferio izquierdo. ¿La lesión era responsable de la pérdida del lenguaje? El anatomista rechazaba la conclusión de su propio estudio, porque creía en el principio de la simetría biológica, que parecía ser una evidencia del orden, la armonía y la perfección de la naturaleza.
Tras investigar otros casos como el de Tan, Broca debió convencerse de que el principio de simetría era un prejuicio. Aprendió que las observaciones directas del mundo contradicen, con frecuencia, la expectativa de un orden cósmico dibujado a imagen y semejanza de nuestras creencias.
1. Entender lo que nos hace humanos
Broca fue un pionero en el descubrimiento de la conexión intrínseca entre las capacidades mentales y la realidad viviente de la materia orgánica: en particular, el sistema nervioso. Durante el siglo y medio posterior a la publicación acerca de Tan, el trabajo de las neurociencias ha descubierto intrincadas redes formadas por cien mil millones de células neurales, que procesan a diario la información del mundo, en el interior de cada ser humano.
Sin embargo, no se han descifrado completamente los códigos cerebrales, es decir: cómo generan nuestras redes neurales las incontables variedades del comportamiento, desde la danza hasta el boxeo, de la oratoria política a la escritura de tratados filosóficos… La conciencia y el libre albedrío son fronteras del conocimiento científico. El antropólogo Santiago Genovés dijo que “si el cerebro fuera tan simple que pudiéramos entenderlo, nosotros seríamos tan simples que no podríamos entenderlo.”
2. El test de ‘Blade Runner’
Un clásico del cine aborda a su manera problemas centrales de las neurociencias: Blade Runner (1982), de Ridley Scott. En una de las primeras escenas, un detective somete a una mujer a una prueba mediante preguntas que exploran situaciones incómodas. “Estás leyendo una revista. Encuentras una foto del tamaño de una página de una mujer desnuda. Le muestras la foto a tu esposo. Le gusta tanto que la cuelga en la recámara compartida”.
Hay diferentes respuestas a la pregunta, pero la mujer contesta: “No se lo permitiría. Yo debería ser suficiente.” Durante la entrevista, el detective analiza el diámetro de la pupila de la mujer, y al final concluye que no es humana: se trata de una réplica tecnológica, creada mediante ingeniería genética.
Aunque es ciencia ficción, Blade Runner plantea problemas vigentes en la rama cognitiva de las neurociencias, dedicada a estudiar la relación entre el cerebro y la mente. Conocer la dimensión subjetiva de la mente, es decir, esa parte privada de la experiencia a la cual solamente el propio sujeto tiene acceso, es uno de los retos neurocientíficos. ¿Cómo creamos y experimentamos pensamientos, sentimientos, intuiciones, imágenes mentales, accesibles para cada individuo, pero inaccesibles a los demás? ¿Cómo realiza nuestro cerebro las operaciones asombrosas que lo hacen posible?
En Blade Runner se observan dos aspectos de la neurociencia cognitiva: por una parte, el uso de recursos tecnológicos. En la investigación contemporánea, se utiliza la electrofisiología para conocer la actividad eléctrica cerebral, cuántos milisegundos tarda un sujeto en percibir, reconocer, acceder al significado de un estímulo y en generar una respuesta inteligente.
Se usa tecnología nuclear (tomografía por emisión de positrones) y magnética (imagenología por resonancia magnética) para generar imágenes fotográficas que nos permiten visualizar los cambios metabólicos y sanguíneos que reflejan la actividad neuronal, con lo cual formamos mapas cerebrales asociados a los acontecimientos subjetivos (como los sentimientos generados, por ejemplo, a través de la música o la poesía).
3. ¿Puede la tecnología cambiar nuestra subjetividad?
El detective de Blade Runner investiga, mediante cambios pupilares, las emociones que permiten distinguir las cualidades estrictamente humanas de una persona. Desde el punto de vista de la biología cerebral, ¿qué es lo que nos hace estrictamente humanos? La ciencia contemporánea investiga el juego de las emociones durante la toma de decisiones en asuntos que son, para bien o para mal, demasiado humanos. Por ejemplo, los autoengaños que nos llevan a tomar malas decisiones económicas y a endeudarnos permanentemente, o el resentimiento social que conduce a una comunidad a elegir a un candidato presidencial racista y sexista.
¿Hasta qué punto penetramos en la subjetividad mediante herramientas tecnológicas? Escalofriantes investigaciones actuales pretenden desarrollar, por ejemplo, dispositivos de telepatía sintética, o aparatos para descifrar nuestros sueños mientras dormimos. Los escenarios de la ficción y los de la ciencia se aproximan. En Blade Runner, el realismo psicológico de los humanoides creados por ingeniería genética se logra mediante “implantes de recuerdos”, tomados de otras personas.
Aunque esto no se ha realizado en seres humanos, hay experimentos exitosos en los que se han creado memorias falsas en animales. Un temor habitual de muchos críticos consiste en suponer que estos avancen llevarán a un mayor control social, o a la explotación comercial de los secretos de la mente humana.
4. Una ciencia al servicio de las personas
Por otra parte, las neurociencias han generado revoluciones creativas en un asunto delicado: el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades neuropsiquiátricas. Un artículo publicado en la revista médica Lancet mostró que el 14% de la discapacidad en el mundo se debe a condiciones neuropsiquiátricas, como la depresión mayor, la enfermedad de Alzheimer, la epilepsia, el autismo o la esquizofrenia.
Estos problemas significan una carga económica inmensa para las sociedades, y son fuentes de sufrimiento resistentes a las palabras de aliento o las buenas intenciones. Se necesita el conocimiento preciso de las neurociencias para generar una estrategia eficiente. Los retos formidables del sufrimiento patológico requieren la investigación exhaustiva del sistema nervioso humano, pero también el entendimiento sociológico, antropológico, económico, así como la comprensión crítica y empática que surge de las artes y las humanidades.
El futuro de las neurociencias tiene una alternativa: tratar al ser humano como si fuera un producto de la ingeniería genética o la informática, una biomasa cuyas leyes de conducta pueden descifrarse para convertirlo en un autómata disponible para la explotación económica o el control político. O, por el contrario, la ciencia puede tratar al individuo con un ser vivo, con sentimientos morales, estéticos y sociales, capaz de generar una acción colectiva organizada para mejorar condiciones de inequidad y opresión en las comunidades.
En ambos casos, la ciencia neurológica ejerce su poder, pero lo hace de diferente manera. Una ciencia al servicio del enriquecimiento cultural requiere la capacidad para dialogar con otras disciplinas, -y la disposición para reafirmar su compromiso ético.