La peculiaridad acompaña a este matusalén de los tres palos fácilmente identificable por jugar siempre con unos holgados pantalones largos de color gris. Él se encarga de aprovisionarse de ellos, de lavarlos y transportarlos. “Son piezas de colección”, detalla el zaguero mallorquín Guillermo Vallori, que compartió vestuario con él durante tres temporadas en el Munich 1860 de la segunda división germana. Y apunta que más allá de la extravagancia hay un tipo con jerarquía: “Allí pasamos situaciones complicadas y siempre demostró ser una persona dialogante, un veterano que nunca dio una voz más alta que otra”. Con todo, Kiraly salió mal del club bávaro: una discusión en pleno partido con un compañero fue el detonante para que le mandasen al filial. “Fue un desprecio que le tratasen así”, lamenta Vallori.
Un breve paso por el Fulham fue el preludio del regreso a casa. Kiraly defiende ahora los colores del Haladás, el equipo de su ciudad, tan próxima a la frontera con Austria y con tanto flujo entre ambos países que otro nativo de ella, el defensa György Garics, se alineará hoy contra Hungría. “Es especial jugar contra ellos”, reconoce Kiraly, que debutó con la selección en 1998 justamente contra el mismo rival y le paró un penalti al gran Toni Polster en el Prater. 101 partidos después sigue en la portería. “La edad no me importa sino que sea bueno y él lo es”, concluye el técnico Bernd Storck. “Para él es la guinda a una carrera de la que puede estar muy satisfecho porque no es fácil estar a ese nivel con esa edad”, le elogia Vallori, que describe las cualidades de un meta con un cierto barniz añejo. “Hungría no podrá defender muy adelantada porque su juego con los pies no es lo mejor que tiene. También puede sufrir en los balones cruzados, pero debajo de los palos es muy ágil y su experiencia es muy útil en situaciones en las que debes perder tiempo y jugar con el cronómetro”.
Hay un portero más allá de un pantalón gris. Y unas vivencias. Kiraly tiene un recorrido que le ha llevado a la Liga de Campeones con el Hertha o a instalarse en la Premier League con el Crystal Palace. Ejerció de temporero en West Ham, Aston Villa o Bayer Leverkusen y no tuvo reparos en bajar de categoría e instalarse cinco años en Munich. Le tiñe una cierta irregularidad, un poso de excentricidad que se viste por los pies. “Cuando empezaba mi carrera con el Haladás jugaba en campos de tierra o nevados, el pantalón era necesarios”, defiende. Entonces empleaba unos negros, ceñidos. Un día antes de un partido se los encontró en la lavandería y se puso unos de color gris, de una talla más. Hiló ocho partidos sin conocer la derrota y ya no se los quitó, por más que en los mullidos céspedes de la élite sean más útiles para llenarlos de lamparones que para protegerse cada vez que va al suelo. “Para mí se trata de una herramienta de trabajo, cuando veo a alguien por la calle con unos pantalones iguales o parecidos pienso que como es posible…”. En Munich se popularizaron entre los seguidores del 1860 porque el club los comercializó a través de sus tiendas oficiales. Él los tiene en diferentes versiones, más gruesos o delgados según la época del año. Sus críticos dicen que juega en pijama. “No soy un top model, me importa el resultado y no el aspecto”, zanja.
Entre la cábala y la rutina, Kiraly es un tipo de ideas fijas, complicadas de descabalgar. Quizás ahí esté el secreto de su longevidad. Vallori, que la próxima temporada jugará en Segunda B con el Atlético Baleares, se sentaba a su lado en los desplazamientos del equipo en autocar y recuerda como antes de los partidos siempre escuchaba en bucle la misma canción, It’s my life, de Bon Jovi: “La tiene en varias versiones y ahí va sonando todo el tiempo”. Así es la vida de Kiraly.
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