Mariano Rajoy y la presidenta alemana Angela Merkel el pasado diciembre.
19 de febrero. Mariano Rajoy llega a un Consejo Europeo clave para el referéndum británico. Hay unos 200.000 españoles en Reino Unido: la futura colonia española en las islas se puede ver afectada si los Veintiocho permiten a Londres discriminar a los trabajadores europeos. La primera sesión se eterniza. Hay tensión. Todos los líderes intervienen para fijar sus líneas rojas en largos discursos. ¿Todos? Las notas que toman los diplomáticos muestran a un Rajoy difuminado, que en menos de 50 palabras despacha su apoyo al texto de conclusiones y apenas dice que cualquier limitación de la libertad de movimientos “debería ser temporal”. Según la versión inglesa de esas notas (que nunca son textuales pero se parecen como gotas de agua a las palabras de los líderes), Rajoy emplea 47 palabras: poco más del 1% del total de la sesión para un país que pesa un 8% en Europa. Nadie en la sala habla menos que el líder de la quinta economía de la UE.
España: 30 años de compromiso europeo
Y esa no es la excepción. La voz de Rajoy apenas se ha oído en los Consejos —salvo contadas excepciones—, aseguran diplomáticos de media docena de delegaciones. España pierde peso por esa y por otras razones: ya cedía con José Luis Rodríguez Zapatero, que nunca estuvo cómodo en Bruselas y fue acorralado a partir de mayo de 2010 y obligado a darle un hachazo al gasto público. Rajoy ha mostrado una actitud desganada en la capital de la UE, a pesar del activismo del titular de Exteriores, José Manuel García-Margallo, y del ministro de Economía, Luis de Guindos. El resto de su gabinete está desaparecido en combate: España lidera los ránkings mundiales de paro, pero la titular de Empleo, Fátima Báñez, se ha ausentado en la mitad de los consejos de su área.
España boxeó por encima de su peso durante los años de Felipe González, y mantuvo una fuerte pegada con José María Aznar, a pesar de sus arrebatos atlantistas. Desde entonces su poder se reduce a ojos vista. En parte es consecuencia de una crisis oceánica, incluido un rescate financiero de 40.000 millones y mucho más costoso en términos de credibilidad. En parte obedece a que Madrid ha perdido todas las batallas que ha dado por los puestos importantes: el Gobierno de Rajoy cedió el asiento en el BCE con una pésima estrategia, y tampoco consiguió la presidencia del Eurogrupo pese a los baldíos esfuerzos diplomáticos a favor de Guindos. Pero ante todo se trata de una cuestión de actitud: el prolongado apagón en Bruselas se explica porque Madrid apenas presenta iniciativas, es incapaz de forjar alianzas —salvo con Alemania, que no le ha dado réditos— y ha mostrado una actitud reactiva (incluso cicatera en el caso de la crisis de refugiados) en las grandes agendas.
Varios datos respaldan esa tesis. La mitad de los españoles cree que España juega en la UE un papel menos importante que hace 10 años, según un estudio de Pew. Entre las élites cunde esa misma sensación: una encuesta del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores a altos funcionarios y think tanks apunta que España está lejos del lugar que ocupaba en los años noventa, cuando “amenazó con sobrepasar la influencia de Italia”. “El rescate cambió la percepción de los europeos: aquella Alemania del Sur volvió a ser el estereotipo del Club Med”, explica Josef Janning, del ECFR. El resultado es una “posición marginal” entre los grandes países: incluso por detrás de Polonia, según el ECFRl.
“España se ha empeñado en ser el alumno modelo de la troika, y ni siquiera esa historia ha salido bien por el incumplimiento del déficit y la amenaza de sanciones que pende sobre Rajoy”, apunta Ignacio Molina, del Instituto Elcano. La relación fiscal con Bruselas nació torcida: en su primera cumbre, Rajoy aprobó el Pacto Fiscal y 10 minutos después, ante la prensa, apeló a la “soberanía nacional” para fijar la senda del déficit, en la que sin duda es la mayor metedura de pata de toda su trayectoria en Bruselas. “El Gobierno del PP ha tocado fondo en los puestos de responsabilidad. España perdió el BCE, el Eurogrupo y la vicepresidencia de la Comisión, e incluso se ve obligada a salir en defensa del comisario Miguel Arias Cañete, que aparece relacionado con varios escándalos”, dice un veterano diplomático. “Hay que evitar el catastrofismo, pero es difícil hacer un balance positivo de la andadura de Rajoy en Bruselas”, cierra Molina.
A partir del 26-J, el reto es recuperar influencia en una Europa que encara un periodo crucial, con el referéndum sobre la continuidad del Reino Unido y las elecciones generales en Francia y Alemania, que dejarán paso al rediseño de la Unión. Desbordada por media docena de crisis, Bruselas se enfrenta a decisiones cruciales, entre las que destaca la amenaza de escindir el club en dos o más velocidades. En España prácticamente no existe ningún debate europeo. Con una excepción: Europa se ha colado en la campaña electoral por la política fiscal, tras los continuos incumplimientos de déficit, con la necesidad de nuevos recortes y la amenaza de sanción. Rajoy ha prometido a los electores rebajas fiscales, y en Bruselas ha escrito por carta que hará recortes: la enésima contradicción como coda final de su controvertido mandato, al menos en asuntos europeos. Más sombras que luces, en fin, para una España cuyos contornos se desvanecen, se evaporan, se difuminan en Bruselas.
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