Bajo una persistente lluvia, cientos de policías custodiaban el reclusorio. En el interior aún se veían los destellos del fuego y una densa humareda que se perdía en el cielo de la noche. Los familiares de los presos, arremolinados en las cercanías, exigían explicaciones. “No sabemos si hay muertos ni heridos, nos tratan como animales”, gritaba María, de 40 años, con un hijo y un primo en la cárcel “por una injusticia”. Su opinión era compartida por una masa enfebrecida que se agitaba amenazante ante los cordones policiales. “Esa cárcel es un pozo de corrupción”, gritaba Miguel, un exconvicto que había penado 8 años dentro. También por “una injusticia”.
Los familiares de los internos no dejaban de denunciar la supuesta corrupción que reina tras los muros. “Por entrar en fin de semana te cobran 300 pesos (16 dólares), por llevar algo de comida 30 pesos y para evitar ir a la celda de castigo, en la zona amarilla, 5.000 pesos”, contaban.
El reclusorio es uno de los más superpoblados del país. Tiene 2.600 presos, el doble de su capacidad. Las fugas y motines han sido constantes a lo largo de su historia. Y también las denuncias de corrupción interna. Cuando surgieron las primeras informaciones sobre la revuelta presidiaria, en la memoria de muchos mexicanos prendieron las imágenes de la cárcel de Topochico, donde murieron 49 presos en febrero pasado. Fue el mayor motín de la historia de México y se debió a un enfrentamiento entre Los Zetas y el cártel del Golfo para hacerse con el control del penal.
La rebelión sacó a la luz la terrible situación de la cárceles mexicanas. Con una población reclusa de cerca de 250.000 internos, el hacinamiento y la violencia son moneda común. Pero el mayor problema procede del despiadado dominio que ejercen los cárteles, hasta el punto de que muchas penitenciarias se rigen a voluntad de las organizaciones criminales. Controlan las visitas, las drogas y los alimentos. Prestan el dinero y en caso de que no haya retorno, ejercen la violencia sin contemplaciones. Un ejemplo de ello fue la cárcel de Ciudad Juárez. Allí, las bandas llegaron a organizar hace pocos años carreras de caballos, ante el silencio cómplice de las autoridades.
Etiquetas: