“La oposición ocupa la bancada de enfrente, pero el enemigo se sienta aquí detrás”. La cita, atribuida a Winston Churchill, se revela hoy más cierta que nunca para Cameron. Insultos, conspiraciones, traiciones. El tono de la guerra abierta en las filas tories queda patente en otra frase, pronunciada hace unas semanas por un diputado euroescéptico y recogida por el Sunday Times: “No quiero apuñalar al primer ministro por la espalda, quiero apuñalarlo de frente para ver la expresión de su cara”.
Sobre el papel, Cameron parecía intocable. Ganó una inesperada mayoría absoluta en 2015. Ningún otro primer ministro desde 1832 ha aumentado el porcentaje de votos y el número de escaños del partido después de cumplir una legislatura completa en el Gobierno. Cuenta, además, con una oposición liderada por alguien que la mayoría de los tories considera demasiado radical para poder ser primer ministro.
Pero dos debilidades lastran al primer ministro, una impuesta por los votantes y otra autoinfligida. La primera es que, con una ventaja real de solo de 12 votos, la mayoría absoluta de Cameron es un arma de doble filo, con la que sus diputados rebeldes podrían convertir sus últimos cuatro años en el poder en una pesadilla. Y la segunda es que, al anunciar que no se presentará en 2020, Cameron ha convertido la campaña en una tribuna para quienes aspiran a su cargo. En particular, el exalcalde de Londres Boris Johnson.
Cameron decidió convertirse en líder absoluto de la campaña por la permanencia el fin de semana de febrero en que supo que sus viejos amigos Boris Johnson y Michael Gove, ministro de Justicia, harían campaña por el Brexit. En ese momento, el exlíder conservador William Hague ya advirtió de que “una batalla prolongada en el seno del partido puede abrir heridas que tardarán una generación en curarse”.
La situación hoy es que, si gana el Brexit, Cameron podría tener los días contados. Él ha dicho que está dispuesto a seguir y algunos euroescépticos, misteriosamente, han declarado que debería hacerlo. Pero el espectáculo de un líder derrotado negociando para evitar el futuro contra el que alertó se antoja difícil de soportar.
El arzobispo de Canterbury, Justin Welby, se sumó ayer a la larga lista de figuras públicas que salen en defensa de la permanencia en la UE. El líder de la Iglesia de Inglaterra anunció que votará por seguir en el club alegando que Reino Unido debe ser “un país para el mundo”. En un artículo en el Mail on Sunday, pidió al electorado que no sucumba a los peores instintos sobre la inmigración”.
Si el país opta por permanecer, Cameron también podría encontrarse con un desafío a su liderazgo. En algún lugar del despacho de Graham Brady, al frente del comité que administra el Partido Conservador, se acumulan las cartas de los diputados tories que, bajo garantía de anonimato, solicitan una moción de confianza al líder. Solo él sabe cuántas hay. Si llegan a 50, su deber es consultar con Cameron la fecha más indicada para someter su liderazgo a reválida. Aunque se produjera, pocos creen que podría prosperar. Pero hay otras estrategias para complicarle sus últimos años de mandato: la frágil mayoría permite que un puñado de descontentos pueda boicotear su agenda legislativa.
No conviene olvidar, sin embargo, que el primer ministro ha salido fortalecido de todas las batallas que ha librado. “El país está lleno de cadáveres de políticos que subestimaron a Cameron”, apunta un diputado conservador, que recuerda que estamos ante el único líder europeo que, habiendo introducido duras políticas de austeridad, ha ganado mejorando su resultado.
Se espera que Cameron opte por la reconciliación en lugar de la venganza si gana el referéndum. Eso podría incluir puestos clave en el Gobierno para Johnson y Gove. Se estudian estrategias de unidad para después del día 23, incluido un pase a la ofensiva con debates, como la renovación del arsenal nuclear, divisorios para la oposición laborista.
Sea como sea, las primeras semanas en Downing Street después del día 23 pondrán al límite su capacidad de resistencia. El disparo del referéndum corre el riesgo de salir por la culata y, en lugar de zanjar el debate europeo, alimentarlo aún más. Y Cameron, por su parte, se enfrenta al peligro de correr la misma suerte que Thatcher y Blair, sus dos predecesores que nunca perdieron en las urnas. Como ellos, se arriesga a ganar en el país pero perder en el partido.
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