Madwar es uno de los más de 1.600 refugiados de Siria e Irak que visitan el Museo de Pérgamo desde noviembre gracias al proyecto Multaka. Este programa, que organiza visitas gratuitas semanales, ha formado además a una docena de refugiados de estos países para que ellos mismos sean los guías turísticos de sus compatriotas. "La Puerta de Ishtar llegó a Alemania en 1903", explica al grupo de unos 30 sirios e iraquíes Bachar Al Mohammad Alchah, que lleva en la solapa una acreditación de guía del museo en árabe y alemán. Durante 20 años, Alchah trabajó en el Museo de Historia de Damasco. Hoy vive refugiado en Berlín. Gracias al proyecto Multaka (punto de encuentro en árabe), puede ejercer de nuevo su profesión mientras espera el visado. "Hacer en árabe las visitas al Museo de Pérgamo ayuda porque así la cultura hace de puente entre Siria y Alemania", nos explica Alchah mientras conduce el grupo a otra sala.El proyecto Multaka ofrece dos recorridos en árabe a la semana en cuatro museos de Berlín: el Museo de Arte Islámico y el Museo del Antiguo Oriente Próximo (que son parte del Pérgamo); el Museo Histórico Alemán; y el Museo Bode, con la colección de arte bizantino. Financiado por el Ministerio de Cultura alemán, la iniciativa busca ayudar a los refugiados porque "cuando uno lo ha perdido todo, no debería perder también la identidad cultural", afirma el director del Museo de Arte Islámico, Stefan Weber. La pregunta que más le hacen a Alchah durante la visita es cómo han llegado todos estos objetos a Berlín. Él explica que cuando trabajaba en el Museo de Damasco también le molestaba que Alemania no devolviera a su país el patrimonio histórico que se había llevado siglos atrás. "Pero desde que está el ISIS -comenta- me alegro de que estuviera aquí, a salvo. Allí lo habrían destrozado, como el resto del país. Ahora es bonito para que, después de haberlo dejado todo atrás, encontremos en Alemania algo que nos haga sentir en casa".Madwar escucha con atención las explicaciones de Alshar y nos las traduce del árabe al inglés. No pudo terminar la carrera de ingeniería en Damasco por culpa de la guerra y lleva en Alemania casi un año alojado en una antigua escuela reconvertida en residencia de acogida. "Que nos abran las puertas de los museos es una gran iniciativa porque hasta que te dan los papeles no puedes hacer casi nada", reconoce al entrar en la sala con la copia del Código de Hammurabi. "Pasas cinco o seis horas al día estudiando alemán, ¿y luego? Es importante poder hacer algo aparte de esperar que avance la burocracia".En esa misma sala, rodeados de esculturas asirias, relieves y vasijas milenarias, el grupo se para ante una escultura en piedra de tres metros de alto que los arqueólogos tardaron más de 70 años en reconstruir porque la encontraron hecha pedazos. Es un Ave Fénix. "A nosotros, que venimos de la guerra", les comenta el guía, "esta escultura siria nos dice que es posible renacer de las cenizas, por eso es mi pieza favorita del museo". Abbas, un chaval iraquí de 14 años, prefiere sin embargo otras figuras: "A nosotros nos gustan más los leones. ¡Hay muchos!", dice el adolescente, acompañado de su hermano Hussein (12). También les gusta buscar por las vitrinas espadas de antiguos guerreros. Llegaron al país germánico hace tres meses y un voluntario alemán de la casa de refugiados en la que viven les ha acompañado al Museo. Madwar se ha distanciado del grupo para quedarse un rato admirando la reconstrucción del ave Fenix. "Es cierto que aquí, en estas salas, me siento más cerca de casa porque estoy rodeado de mi cultura y mis raíces", reflexiona. Y añade: "Pero cuando visito el Museo de Historia de Alemania y veo todas esas imágenes de Berlín devastada por los bombardeos... aquello sí que me recuerda a Siria", añade sin pizca de ironía. Luego se para frente a la fachada Al Mshatta, un imponente palacio omeya del siglo VIII, regalo del sultán otomano al emperador de Alemania en 1903, en el que aún se ven los agujeros de metralla causados por una bomba que cayó en el museo durante la Segunda Guerra Mundial. "Cuando tuve que abandonar Siria", prosigue, "elegí Alemania porque pensé que si ellos fueron capaces de reconstruir un país totalmente destrozado por la guerra, puede que Siria también lo sea". Al pasar delante de una sala dedicada al arte islámico español, donde hay una espectacular cúpula octogonal de madera de la Alhambra de Granada, la Torre de las Damas, señala Madwar a la periodista. "Esto también son tus raíces, ¿no? Es de España". Y es cierto que al ver allí ese pedacito de patrimonio nazarí resulta más fácil entender esa mezcla de orgullo y expolio que se siente al ver el patrimonio de su tierra expuesto en otro país. Pasamos por el salón de Alepo y Madwar admira el interior de una vivienda islámica, de un comerciante sirio del siglo XVII. Una pareja de turistas japonesas se queda fascinada. Del viaje de más de 3.500 kilómetros que separan Damasco y Berlín, Madwar sólo cuenta que "fue muy difícil". En seguida cambia de tema y sonríe animado: "Estoy muy contento". En septiembre empieza por fin la universidad. Quiere seguir formándose porque "en Siria van a hacer falta muchos ingenieros". A Madwar sólo se le borra la sonrisa al preguntarle por el aumento de altercados xenófobos contra refugiados en Alemania. "Me preocupan mucho las manifestaciones neonazis", reconoce muy serio. Están muy recientes los resultados electorales récord del partido ultraderechista xenófobo Alternativa por Alemania en las elecciones regionales, que ha centrado su campaña en el rechazo a los refugiados. "Alemania se ha portado muy bien con nosotros. Quiero pensar que es imposible un avance de los nacionalistas radicales, que no se repetirán errores del pasado...". Hace una pausa y esboza una media sonrisa, esta vez irónica: "Pero hace cinco años, cuando estudiaba en la universidad de Damasco y protestábamos contra Bachar al Asad... También pensaba entonces, en plena Primavera Árabe, que el mundo no permitiría que Siria entrara en guerra, que era una exageración para meternos miedo, que aquello no podía pasarnos a nosotros...".Madwar baja las escaleras del Museo de Pérgamo camino de la salida. Ha acabado la visita, pero se asoma de nuevo para admirar una vez más la de Ishtar, su parte favorita del museo. Y allí se queda un rato, rodeado de turistas que fotografían la que fuera una de las Siete Maravillas del Mundo, enterrada en el olvido por la Historia durante más de 1.000 años antes de poder ser admirada de nuevo. Madwar piensa volver más veces al Museo. Le recuerda "que la Historia da muchas vueltas". Y eso le da esperanza.
Etiquetas: