Se trata de diferenciar una mala broma de esos hostigamientos nunca deseados, “que tal vez algunos puedan tomar a la ligera, pero a otros les anula”, en palabras de Lodewik Asscher, titular del departamento. Aunque también ha destinado medio millón de euros a estudiar formas de combatir las ofensas, y ha ordenado a los inspectores que afinen su labor, la tarea es enorme. El estrés encabeza los informes relativos a las enfermedades laborales en el país, y el acoso, no siempre fácil de demostrar, es uno de sus principales factores.
Asscher ha dispuesto anuncios con ejemplos de hostigamiento: empleados marginados por sus compañeros, apodos hirientes, roces físicos que parecen fortuitos… Gestos, palabras, situaciones no buscadas que mortifican al receptor y provocan ese No pasa nada, ¿no? como toda respuesta por parte del ofensor. Para ser más exactos, del ejecutor, porque la víctima pierde a veces el trabajo. De ahí que la batería oficial de medidas incluya un cuestionario de uso interno para que las empresas aprendan a reconocer el tipo de ultraje que pueda producirse en su seno. El mayor reto del Gobierno será no desentenderse pensando que ya ha cumplido.
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