Porque esta mujer fuerte y decidida no dudó en abandonar su país hace ya catorce años para evitar que su hijo tuviese que hacer el servicio militar y, a la postre, pudiese ser enviado a combatir en las montañas por el conflicto que enfrentaba -y aún a día de hoy sigue enfrentando- a Armenia con Azerbaiyán.
«Me vine a España para evitar que mi hijo tuviese que coger las armas y, aunque por aquel entonces él solo tenía once años, decidí marcharme en ese momento, porque a partir de los 14 resulta muy complicado obtener permiso para salir del país», explica esta armenia de la ciudad de Ereván, la capital del país caucásico.Marina cuenta su historia tras la barra del Terramar, el mesón de sabores gallegos y armenios que comanda en la calle Pardo Bajo desde poco después de que desembarcase en la ciudad en el año 2009. Mientras saborea un café, esta mujer de ojos azulísimos -«bonitos, pero melancólicos, como todos los ojos armenios»- retrocede en su memoria hasta el 2003, cuando llegó a Barcelona junto a su madre, Kratsin, y sus hijos Anna y Aram.
Por aquel entonces ya llevaba varios años viuda y eligió Cataluña como lugar de destino porque tenía una hermana allí. Con su tesón y sus enormes ganas de trabajar, Marina -que en su país se graduó en Derecho- no tardó en encontrar empleo.«Estuve trabajando en muchos sitios: en La Menorquina, en la empresa de material hospitalario Iberhospitex...
Y también en la Industrial Bolsera, una firma de embalaje que me dio el título de Mejor Trabajadora del Año», cuenta orgullosa Marina. En Barcelona también se enamoró de un catalán con el que tuvo una niña -Jennyfer, que hoy tiene ya 9 años- y junto a él y el resto de la familia decidió trasladarse a Ferrol en el año 2009.«Vinimos una Semana Santa de turismo y esto me pareció tan bonito, tan verde y tan parecido a Armenia que no me lo pensé dos veces», rememora Marina. Al poco tiempo, su relación de pareja se rompió, pero Kikoghosyan decidió seguir en Ferrol, donde, a día de hoy, ya se siente como una más.
«Es que mi madre es muy abierta y no le cuesta nada adaptarse a los sitios nuevos», comenta su hija Anna en medio del ajetreo que la lleva de un lado a otro en el Terramar, un local en el que se pueden catar típicas recetas armenias como los blinis o el dolmá, pero también otras muchas con sabor autóctono. «Mi madre borda las recetas gallegas y los clientes se quedan soprendidos porque no se explican cómo una persona de fuera puede preparar tan bien platos como el cocido, los callos o el caldo gallego», dice sonriente Marina con orgullo de hija.
¿Seguirá sintiendo ella morriña de su país? «Claro que lo sigo echando de menos, porque Armenia es un lugar precioso, pero aquí ya he echado raíces», apunta este mujer de 44 años que ya tiene una nieta -Karla, de 4 años- y va camino de convertirse en abuela por segunda vez.Marina dedica el poco tiempo libre que le deja su trabajo de hostelera a la política -en la que participa como miembro del PSOE-, a dar paseos por las playas de los alrededores... Y también a los libros.
«¡Me encanta estudiar y me gustaría mucho hacer otra carrera!», exclama con ojos soñadores. ¿Y mirando al futuro? ¿Cómo se ve? «Supongo que como cualquier otra abuelita ferrolana: en esta cuidad y rodeada de nietos».
EN CORTO
Familia. Marina vive en Catabois con su madre, Kratsin, y su hija pequeña, Jennyfer. En Ferrol también viven sus dos hijos mayores, Aram, de 24 años, y Anna, de 26. Esta última ya la ha convertido en abuela.
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