La nueva visita del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, a Arabia Saudí, la segunda en dos años, indica que ambos países están cerrando la brecha que abrió entre ellos la primavera árabe a principios de esta década. Aunque todavía mantienen algunas discrepancias sobre cómo solucionar el conflicto sirio o sobre Egipto, la desilusión con Estados Unidos y, en especial, la creciente influencia de Irán en la región, han animado a Ankara y Riad a coordinar posiciones. Erdogan busca apoyo para sus planes en Siria.
Poco antes de partir en visita oficial hacia Arabia Saudí, en un viaje con escalas previas en Bahréin y Qatar, Erdogan anunció que las fuerzas militares turcas y sus aliados del Ejército Libre Sirio (ELS) han penetrado en la ciudad de Al Bab, retomando numerosos barrios hasta ahora en manos del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés). El presidente turco también afirmó que sus próximos objetivos son la ciudad de Manbij –en manos de milicias kurdas y árabes, aliadas de EE UU- y posteriormente Raqa, la capital del ISIS en Siria, propósitos que se antojan exagerados teniendo en cuenta que la operación turca Escudo del Éufrates ha tardado meses en penetrar en la citada Al Bab, de menor importancia estratégica.
El momento elegido para ese anuncio no ha sido casual. Si con Qatar, la Turquía de Erdogan ha compartido posturas desde el inicio de la primavera árabe en 2011, el acercamiento a Arabia Saudí es un proceso en marcha. Mientras el primer ministro turco vio en el posible éxito de aquellas revueltas una oportunidad para avanzar su liderazgo regional, el Reino del Desierto temió el fin del statu quo que favorece. El choque fue frontal con la llegada de Mohamed Morsi al poder en Egipto (celebrado por Ankara) y el posterior golpe de Estado para derribarlo (apoyado por Riad). Pero también en Siria, donde a pesar de coincidir en su oposición al régimen de El Asad, han respaldado a distintos grupos rebeldes.
La falta de entusiasmo del EE UU de Obama para una nueva aventura militar en Oriente Próximo, tras Afganistán e Irak, fue percibida como un abandono de responsabilidades tanto en Arabia Saudí como en Turquía. Al mismo tiempo, la firma del acuerdo nuclear con Irán, dio un impulso a este país con el que ambos rivalizan, pero que sobre todo los saudíes y sus aliados en la península Arábiga ven como una amenaza existencial a sus intereses. La llegada de un nuevo rey en enero de 2015 ayudó a acortar la distancia entre Ankara y Riad, y Erdogan hizo su primera visita al reino como presidente apenas un mes después. Ahora, los nuevos cambios en Washington exigen coordinar posturas.
“Tras la llegada de Trump al poder en EE UU, los diferentes actores de Oriente Próximo están reposicionándose. Todo el mundo trata de buscar un equilibrio de poder jugando varias cartas a la vez, pero guardándose en la manga ases que puedan dañar a sus rivales”, sostiene el analista político turco Hasan Selim Özertem en declaraciones a EL PAÍS.
Así, mientras Turquía intenta pactar con Rusia e Irán –valedores del régimen de Bachar El Asad- una salida diplomática al conflicto de Siria en las conversaciones de Astaná, Erdogan se desplaza a las capitales de los estados del Golfo –principales sostenes económicos de la oposición siria- y anuncia la intención de crear una “zona de exclusión aérea” de 5.000 kilómetros cuadrados (2% de la superficie de Siria) en los territorios que sus fuerzas militares han arrebatado al ISIS. “Es muy difícil encajar todas las piezas del puzle, por eso sólo se puede hablar de dinámicas no de posiciones cristalizadas o definitivas”, cree Özertem: “No sabemos si Ankara y Washington hablan de lo mismo cuando se refieren a crear una zona de exclusión aérea en Siria, y si eso se puede compaginar con una solución diplomática a la guerra. Además Rusia y Turquía tienen problemas coordinando sus posiciones como hemos visto en Al Bab. Y Moscú ha comenzado un diálogo con los kurdos [contra los que lucha Turquía]”.
Pero tampoco se pueden olvidar los factores internos. Turquía celebrará en abril un referéndum sobre la conversión de su actual sistema parlamentario en uno presidencialista, y “estas giras internacionales proyectan una imagen de poder”, añade Özertem.
Desde el punto de vista saudí, la Turquía de Erdogan, con su potencial militar, representa un valioso aliado en un momento en que el reino acusa la presencia iraní en Irak, Siria, Líbano y Yemen. “Creo que los objetivos de Turquía y Arabia Saudí en la región son casi los mismos”, declaró recientemente el ministro saudí de Exteriores, Adel al Jubeir. Queda por resolver la relación con los Hermanos Musulmanes, de ideología muy próxima al partido de Erdogan, pero que Riad y sus aliados consideran una organización terrorista.
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