Viaje alrededor de Fernando del Paso

  23 Abril 2016    Leído: 2475
Viaje alrededor de Fernando del Paso
El mexicano que evadía censuras a través de la onda corta recibe hoy el Premio Cervantes.
Es un escritor que pinta o un pintor que escribe a contracorriente
El escritor Fernando del Paso, en su casa de Guadalajara (Jalisco, México).
El escritor Fernando del Paso, en su casa de Guadalajara (Jalisco, México). Saúl Ruiz
Por lo menos dos generaciones de lectores recordarán la noche de 1987 cuando el conductor del telediario con mayor audiencia en México se puso a leer al aire el primer párrafo de la novela Noticias del Imperio. Millones de mexicanos escuchaban de pronto noticias de un delirio decimonónico, en vez de las acostumbradas locuras con las que languidecía la primera revolución del siglo XX. Para muchos lectores era la primera vez que se apuntaban el nombre de Fernando del Paso como lectura obligatoria, que al día siguiente se reflejó en las ventas (que a la fecha no han decrecido). Para otros, Del Paso ya había sonado campanas y ladridos desde 1966 cuando publicó su primera novela, José Trigo (1966).

Del Paso como un continente que habrá que recorrer andando es un paisaje que inaugura su lectura con poesía: su primer libro, Sonetos de lo diario (1958), es un poemario que se ha multiplicado en círculos concéntricos (De la A a la Z, de 1988; Paleta de diez colores, de 1990; Castillos en el aire, de 2002; PoeMar, de 2004, e incluso La muerte se va a Granada, que es teatro en verso) como extensiones en verso de eso que los profesionales de la crítica definen de acuerdo al silogismo de Auden—La poesía ocurre— y el poeta Del Paso lo encuentra en el surrealismo cotidiano, en las minucias enormes, en lo fugitivo que permanece como pinceladas al óleo sobre la inmensa tela de un continente a veces aislado.

Hablamos de un escritor que pinta o de un pintor que escribe, no siempre con el lectorio en aplauso inmediato o la crítica con vientos a favor, sino a contracorriente, estertor siempre llamativo y desconcertante. Por algo también es el primer Premio Cervantes que comparte vestuario con Mick Jagger: gafas naranjas sobre un terciopelo rojo y mitones que en inglés son mittens que riman con Dickens, como muchos de los personajes que se salieron del posible paisaje de su poseía para poblar las tres novelas que lo consagran y honran hoy precisamente al premio con el que se le honra. Hablo de personajes a la inglesa o lo Galdós, con guantes de dedos recortados, que no caben tanto en verso y piden prosa para vivir o desvivir a su gusto, como los que habitan entremeses de corrala cervantina o el loco lector que se atrevió a conquistar al mundo cruzando una madrugada los vastos campos de Montiel en La Mancha.

Fernando del Paso es el sexto escritor mexicano en ser reconocido con el Cervantes, habiendo ganado una decena de otros premios de elevado prestigio, pero quien sobrevuela su obra descubre que se distingue particularmente por ser autor leído. Más aún, releído y escuchado. Así como miles de mexicanos lo descubrieron por las noticias que se leyeron en las noticias, no pocos españoles de la generación de la Transición lo conocían como la voz de la BBC de Londres y luego el hombre que hablaba de letras a través de Radio Francia Internacional. La voz que cruzaba fronteras por las nubes y llegaba a los oídos ávidos de quienes soñaban con el fin de una España en blanco y negro. Hablaba de música en colores, autores en inglés, poetas en francés y toda la herbolaria de la alta cultura que evadía censuras a través de la onda corta. Era como una onda psicodélica para un panorama pacato y persignado de perseguidos y pendientes; nada mejor que en voz de quien había sacudido no pocas conciencias en México al cuajar una novela de atrevida prosa y conciencia en papel como José Trigo.

Fernando del Paso.
Fernando del Paso. Saúl Ruiz
Nacido en 1935, Fernando del Paso pertenece a la generación que se hizo hombre en el medio siglo XX, cuando las promesas y postrimerías de la revolución mexicana se habían convertido en instituciones ejemplares, pero también en alargadas promesas incumplidas. Con José Trigo, Del Paso escribía la voz de un fantasma en la ciudad y el coro de los conflictos. Nombre-título como Pedro Páramo, José Trigo es el llano lleno de edificios, la ciudad donde desfilaban en huelga los desheredados de tanta sangre, al filo de Tlatelolco. Del Paso ponía palabras a la polución y al populacho, a la neblina de un doloroso descalabro que parece prosa automática, murmullos en párrafos sueltos, preconizando eso que hoy día —medio siglo después— confunde y duele tanto a Brasil: declararse anfitrión de Olímpicos Juegos y Mundiales de Balón Inflado en esa cíclica lotería del desconcierto de las naciones que aspiran a ser del Primer Mundo habiendo hambre en los campos y harapos en las calles. En José Trigo reclaman justicia con su huelga los ferrocarrileros de un país que hoy, medio siglo después, se quedó sin trenes.

Del Paso quiso estudiar Medicina y dice que renunció por aversión a las vísceras y sangres en directo, lo cual no impidió que se lanzara a la confección de una segunda novela en 1977 que retrata la vida de Palinuro de México, estudiante de Medicina que vive en amasiato con su prima Estefanía en el cuadrángulo enigmático de la plaza de Santo Domingo, antiguo refugio de la Inquisición en tiempos de la colonia, bajo cuyos portales subsisten hasta el día de hoy los escritorios públicos donde evangelistas a destajo escriben cartas para todo analfabeto que solicite documentos legales o cartas de amor furtivo. Palinuro de México es un collage barroco y onírico, mural vocálico donde se entremezcla la memoria de sus propias andanzas de estudiante en el vecino colegio de San Ildefonso con las ilusiones enloquecidas de un aspirante a curador de almas y cuerpos.

Quien sobrevuela su obra descubre que se distingue particularmente por ser autor leído. Más aún, releído y escuchado

Luego, en 1987, Noticias del Imperio cristalizaría la finísima ebanistería del escritor barroco, el cronista literario de una época que había sido velada en amnesias por la aburrida prosa de un montón de historiadores. Se trata de la confirmación de un ánimo popular en donde tanta glorificación en bronce de Benito Juárez y la heroica defensa de la soberanía nublaba la incomprendida desgracia del efímero emperador Maximiliano y su tierno amor, Carlota Amalia. Un noble austriaco vestido de chinaco dictando bandos en todas las lenguas indígenas y una princesa de Bélgica que termina enloquecida, durmiendo con un muñeco anatómicamente correcto de su rey (fusilado en Querétaro) en habitaciones cercanas al Papa nada menos que en el Vaticano. La Loca Carlota que en el corrido era cantada con narices de pelota, que murió ya entrado el siglo XX, con luz eléctrica y Chaplin en pantalla, era la protagonista de hechos en crudo como auténtico bombón más que apetecible para el azoro literario, pero nadie lo cuajaría mejor que Del Paso, orfebre y erudito como lo prueban sus ensayos y sus crónicas, ambos ya antologados en libros de sus muchas lecturas y muchas ideas en torno a temas tan diversos como el islam o los laberintos de Escher, el judaísmo o la música clásica, sus pinturas al óleo y en el recuerdo, pero quizá el libro con el que deberían empezar a recorrerlo los nuevos lectores que han de viajar a Del Paso ahora que se le reconoce con el Premio Cervantes sea precisamente Viaje alrededor del Quijote (2004).

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