Dada su reconocida agudeza mental, el cerebro de Albert Einstein pasó a convertirse en un objeto muy codiciado, aún después de fallecer. Solo unas pocas horas después de la muerte del famoso científico, el 18 de abril de 1955, un médico le hizo una autopsia que en realidad tenía como finalidad robarle el cerebro.
Y aunque inicialmente esta acción causó el enfado del Hijo de Einstein, más tarde permitió que el médico, un hombre llamado Thomas Stoltz Harvey, le entregara el cerebro a los científicos que querían identificar si el ingenio del físico provenía de un cerebro que era físicamente distinto a los demás.
Esa búsqueda sinuosa de décadas ha revelado algunos resultados controvertidos, y quizás a expensas de la familia Einstein y del genio mismo.
Nacido el 14 de marzo de 1879 en Ulm (Alemania), Albert Einstein dejó un legado intocable, desde hacerse amigo de Charlie Chaplin y abandonar la Alemania nazi hasta redefinir el estudio de la física.
Respetado en todo el mundo por su extraordinaria inteligencia, muchos en la comunidad científica especularon que su cerebro en realidad podría ser físicamente diferente de la mente humana promedio.
Así entonces, cuando falleció a los 76 años por un aneurisma de aorta abdominal en el Hospital de Princeton, el médico Thomas Harvey extrajo rápidamente su cerebro de su cuerpo.
Los restos de Einstein se cargan en un coche fúnebre en Princeton, Nueva Jersey, el 18 de abril de 1955.
Según la periodista Carolyn Abraham, autora de Possessing Genius: The Bizarre Odyssey of Einstein’s Brain:
Harvey tenía grandes esperanzas profesionales puestas en ese cerebro y probablemente pensó que el órgano podría promover su carrera en la medicina.
Harvey no solo robó el cerebro de Albert Einstein, sino que también le quitó los ojos al físico, que luego entregó a Henry Abrams, el oftalmólogo de Einstein.
El resto del cuerpo de Einstein fue incinerado en Trenton, Nueva Jersey, el 20 de abril, momento en el que su hijo, Hans Albert Einstein, se enteró de lo que había hecho Harvey.
Finalmente, estuvo de acuerdo con la opción de estudiar el cerebro de su padre, pero solo con la condición de que esas investigaciones se publicaran en revistas científicas de alto nivel.
Harvey pasó a documentar y fotografiar meticulosamente el cerebro de Albert Einstein. Pesaba 1.230 gramos, lo que supuestamente era más ligero que el promedio de los hombres de la edad de Einstein. Luego diseccionó el cerebro en 240 bloques que también fotografió, y de los cuales incluso encargó una pintura.
El cerebro robado de Albert Einstein.
Harvey reiteró que el propósito de su acto era puramente científico, y condujo el cerebro a campo traviesa en un esfuerzo por dar parte de él a los investigadores curiosos. Incluso el ejército de los Estados Unidos recibió muestras del astuto patólogo.
Según Abraham:
Sintieron que tenerlo los pondría a la par con los rusos, que estaban recolectando sus propios cerebros en ese momento. La gente estaba recolectando cerebros, así era eso.
No obstante, esa obsesión de Harvey con el cerebro de Albert Einstein no solo le costó su trabajo en Princeton, sino también su licencia médica y su matrimonio.
Se mudó a Wichita, Kansas, donde, para sorpresa del periodista Steven Levy en 1978, Harvey había estado guardando el cerebro en dos grandes frascos de vidrio llenos de alcohol dentro en una caja de sidra por más de 20 años. Una vez que se corrió la voz, el primer estudio del cerebro de Einstein se publicó en 1985, con resultados controvertidos.
El primer estudio del cerebro robado de Albert Einstein, publicado en Experimental Neurology en 1985, reveló que «parecía físicamente diferente del cerebro promedio».
El médico Thomas Harvey detallando la autopsia de Albert Einstein para los reporteros del Hospital de Princeton.
Según los análisis, el genio tenía una cantidad superior a la media de células gliales, que mantienen las neuronas del cerebro oxigenadas y, por lo tanto, activas.
Un estudio posterior en 1996 de la Universidad de Alabama en Birmingham afirmó que estas neuronas también estaban más compactas de lo habitual y, por lo tanto, posiblemente permitían un procesamiento más rápido de la información.
Tres años más tarde, un tercer estudio de las fotos de Harvey afirmó que el lóbulo parietal inferior de Einstein era más ancho que el promedio, lo que podría haberlo convertido en un pensador más visual que la mayoría.
Y más recientemente, un estudio de 2012 afirmó que el cerebro de Einstein presentaba una cresta adicional en su lóbulo frontal medio, un área asociada con la elaboración de planes y la memoria.
Pero estos estudios han sido cuestionados por muchos, como el psicólogo de la Universidad de Pace, Terence Hines, que se refirió a ellos como una especie de «neuromitología»:
No se puede tomar un solo cerebro de alguien que es diferente a todos los demás, y casi todos lo somos, y decir: ‘¡Ajá! ¡He encontrado lo que convierte a T. Hines en un coleccionista de sellos!
Pero Hines no está solo en su escepticismo. Como dijo el neurólogo Frederick Lepore, quien trabajó en el estudio de 2012:
No sé si Einstein fue un genio porque sus lóbulos parietales eran diferentes. Si pones mis pies en el fuego y dices: ‘¿Dónde está la relatividad especial? ¿De dónde vino la relatividad general? – no tenemos idea.
Después de todo, es poco probable que ese debate sobre los aspectos específicos del cerebro de Einstein termine pronto, a pesar de que la mayor parte fue devuelto al Hospital de Princeton. Sin embargo, otras diapositivas del notorio órgano fueron donadas a instituciones médicas.
Antes de su muerte en 2007, Thomas Harvey donó el resto del cerebro de Einstein al Museo Nacional de Salud y Medicina. En 2013, el Museo Mütter de Filadelfia adquirió 46 pequeñas porciones del cerebro de Einstein que hasta el día de hoy exhibe en sus galerías permanentes.
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