El avión de Justin Trudeau se quedó en tierra. Hasta última hora, cuando el reloj ya daba escaso margen, los líderes europeos se negaban a acepar lo evidente y seguían manteniendo en público la posibilidad de que un pacto in extremis con Valonia permitiera al primer ministro canadiense cruzar el Atlántico y estampar su firma en el acuerdo comercial con sus socios europeos en una cumbre prevista para este mismo jueves. Pero las maratonianas negociaciones iniciadas el martes y prolongadas durante todo el miércoles no han sido suficientes para vencer la negativa valona, lo que ha llevado al aplazamiento, de momento indefinido, de la cumbre entre ambas potencias, convocada hace meses.



Las conversaciones se retoman en la mañana de este jueves a partir de las diez de la mañana. Y la solución será belga o no será. En la mesa negociadora se sientan representantes del Gobierno federal cara a cara con los líderes regionales y un único miembro de la Comisión Europea. Todas las miradas se dirigen a Paul Magnette, el presidente valón, que anoche, a la salida del encuentro, se expresó con brevedad: "Lo sentimos, pero no será posible celebrar la cumbre mañana —por este jueves—". Su celebración pendía de un hilo desde hace días, y para algunos, su anulación era inevitable desde antes de empezar el miércoles la enésima ronda de negociaciones. "No creo en Papá Noel", ironizó Rudy Demotte, presidente de la federación Valonia-Bruselas, al ser preguntado sobre la posibilidad de que Trudeau aterrizara finalmente en Bruselas.

La fecha del encuentro UE-Canadá que debía celebrarse ese jueves ha planeado durante las negociaciones de las últimas semanas como límite para llegar a un pacto, pero dado que puede volver a convocarse en caso de acuerdo, el uso de la cuenta atrás se ha demostrado más como un instrumento de presión de Europa sobre el líder socialista Magnette, que como un límite tope. Valonia ha defendido en todo momento que su decisión no está sujeta al calendario comunitario sino a que el tratado se adapte a sus exigencias, y ha amagado con levantarse de la mesa negociadora si Bruselas no cesaba en su asfixiante actitud apremiante. "Hemos recibido tres ultimátums, no aceptaremos un cuarto", advirtió Magnette el martes.

Una vez sobrepasada por los acontecimientos, el cuándo ha pasado a un segundo plano y la prioridad de Bruselas es salvar la credibilidad de su política comercial logrando que las más de 1.600 páginas del acuerdo no acaben reposando en un cajón. "Más allá de la fecha de la firma, lo importante es que Bélgica alcance un acuerdo", aseguró este miércoles el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker. "Confiamos en que en los próximos días veremos un resultado positivo para este acuerdo histórico", ha afirmado el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, ante la Cámara de los Comunes.

La cuestión agrícola y, sobre todo, los mecanismos de arbitraje entre inversores y Estados, son los principales obstáculos. Valonia desconfía de la puesta en marcha de tribunales formados por jueces remunerados por la UE y Canadá que no forman parte del sistema legal de ningún país, y que tendrían en sus manos decidir en los conflictos entre Gobiernos y multinacionales cuando las empresas consideraran que una ley afecta a sus intereses. Magnette exige cambios en este punto alegando que los Estados podrían verse debilitados frente a las multinacionales.

En caso de que Bruselas realice alguna cesión para lograr el beneplácito valón, las novedades en el texto tendrían que remitirse a los embajadores de los Veintiocho, y el parlamento de Valonia celebraría una nueva votación al respecto que en caso de ser favorable al CETA, permitiría la aplicación provisional del acuerdo a la espera de su ratificación definitiva por todos los Estados miembros.

ElPais

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