«¿Terroristas suicidas? ¡Pero si jugábamos al críquet de pequeños!»

  26 Abril 2019    Leído: 791
«¿Terroristas suicidas? ¡Pero si jugábamos al críquet de pequeños!»

Asombro entre los vecinos de los Ibrahim, los «Bin Laden» de Sri Lanka que abandonaron su vida de lujo para perpetrar uno de los atentados yihadistas más mortíferos.

«Kalashnikov» en ristre, la Policía vigila una mansión blanca rodeada por una cinta amarilla en medio de la calle. Junto a su puerta, entreabierta, sigue aparcado un BMW blanco con manchas de ceniza. Arriba, en los balcones, faltan algunos portones y otros tienen varios cristales rotos en las ventanas. Abajo, la puerta metálica de la cochera está algo abombada. Pero, de no ser por estos pequeños detalles, nada indica el violento drama que se vivió aquí el domingo por la tarde.

En Dematagoda, un barrio de chalecitos de Colombo donde conviven budistas, musulmanes y cristianos, esta es la casa de la poderosa familia Ibrahim, enriquecida por el comercio con especias al que se dedica su patriarca, Mohamed Yusuf. A pesar de su fortuna y sus contactos con altos políticos del Gobierno y de la oposición, de esta mansión salieron varios de los terroristas suicidas que el Domingo de Resurrección mataron a más de 350 personas haciéndose estallar en tres iglesias y tres hoteles de lujo en nombre del Estado Islámico (Daesh).

En un caso que recuerda al de Bin Laden, que abandonó una vida de comodidades para abrazar el yihadismo, al menos tres de ellos eran hijos de Mohamed Yusuf. Mientras Imsath Ahmed Ibrahim, de 33 años, se inmolaba en el Cinnamon Grand, su hermano Ilham Ahmed, de 31, atentaba contra el Shangri-La. Cargados con dos mochilas iguales llenas de explosivos, tuercas y tornillos, las detonaban prácticamente a la misma hora en los restaurantes donde se servía el desayuno, asesinando a buena parte de la treintena de extranjeros que han perecido en el ataque. También fue atacado el hotel Kingsbury, donde un tercer miembro del grupo detonó otra mochila bomba. A ellos se sumaban los otros terroristas que se habían inmolado minutos antes en dos iglesias de Colombo y otra de Batticaloa, al este de la isla.

Igual de salvaje fue lo que hizo la esposa de Imsath, Fátima, cuando la Policía se presentó en la casa a primera hora de la tarde. Embarazada, se inmoló junto a sus tres hijos matando a tres agentes. «Todavía no ha aparecido el cuerpo de su hijo de nueve años, pero hay un cuarto de la casa donde no hemos entrado porque estamos esperando a que venga la Interpol», desvelaba este jueves a ABC uno de los agentes encargados de custodiar la vivienda.

Alrededor de la cinta policial, iban y venían curiosos que hacían fotos con sus móviles y periodistas que intentaban entrevistar a los vecinos, a quienes las autoridades han dado orden de que no hablen. Aun así, algunos demostraban la extraordinaria hospitalidad de este país invitando a pasar a su casa para ofrecer una taza de té o una limonada con la que combatir el asfixiante calor.

«¿Terroristas suicidas? ¡Pero si de pequeños jugábamos al críquet con ellos en la calle!», exclamaba asombrado Ramesh Pitumpe, un cineasta de 29 años que vive a unos metros de los Ibrahim. «Estábamos en casa viendo las noticias sobre los atentados cuando, a eso de las dos y veinte de la tarde, oímos una explosión y salimos para ver lo que ocurría. Había mucha gente en la calle y muchos policías, que nos dijeron que volviéramos a nuestros hogares porque había estallado una bomba», recuerda el joven. En medio de la confusión, vio a uno de los adolescentes de la familia Ibrahim, en la que hay más de una decena de chavales, que corría alarmado hacia su casa preguntando qué había pasado.

Aunque los Ibrahim saludaban cortésmente a sus vecinos, sobre todo el patriarca, se mostraban bastante reservados pese a llevar viviendo en el barrio más de tres décadas. «Coincidía con el padre en la mezquita en la primera oración de la mañana y a veces charlábamos, pero no le conocía demasiado», contaba Mohamed Sabri, un taxista de 50 años que también vive en esta zona, llamada Mahavila Garden. Apartada del bullicioso centro de Colombo, sus estrechas calles arboladas y desiertas daban a sus vecinos una tranquilidad y una seguridad que, desde el domingo, se han quebrado en mil pedazos.

«Aquí la relación con los vecinos de otras religiones era buena, pero eso ya ha cambiado y tememos que se abra una brecha aún mayor», se queja Mukshid Muhtav, otro musulmán de la misma calle de 28 años. Su familia, avergonzada por lo que llaman «un crimen atroz», tiene miedo a salir por posibles venganzas y no se atreve a dar el pésame a sus vecinos cristianos porque piensan que no será aceptado. «El islam es paz y no ampara matar a nadie ni suicidarse. Eso es lo que pensamos el 99 por ciento de los musulmanes, pero hay un uno por ciento de radicales que malinterpretan el Corán», se defiende el joven. Muhtav no entiende que «alguien bien educado y con capacidad para ver al mundo, como los Ibrahim, haya cometido estos atentados». Para él, la única explicación es que «les han lavado el cerebro».

Cerradas las empresas de la familia

A pocos kilómetros de la casa de los Ibrahim, en un polígono industrial que se mezcla con campos de cultivo, sus naves industriales están cerradas a cal y canto. Junto a la empresa de especias del patriarca, su hijo Imsath construyó hace tres años una fundición de cobre, Colossus. Con más de cincuenta de trabajadores, algunos venidos desde el también musulmán Bangladés, de dicha fundición pudieron salir los tornillos y tuercas que llevaban los explosivos de los terroristas suicidas. Tanto el director de la planta como ocho de sus empleados han sido detenidos por la Policía, que los está interrogando.

«¡No puedo creérmelo, es increíble!», se asombraba Mahesh Fernando, quien dirige un pequeño taller en la nave contigua a la de Imsath. «Saludaba al pasar, pero no se bajaba del coche ni siquiera cuando teníamos que hablar de algo», recuerda este empresario católico, que no podía imaginarse que su vecino era un yihadista.

Abc


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