El flanco débil de Júpiter

  16 Octubre 2018    Leído: 1080
El flanco débil de Júpiter

La larga crisis de gobierno en Francia muestra un Macron indeciso y demasiado solo para ejercer su enorme poder.

La Constitución de la V República, que acaba de cumplir 60 años, otorga al presidente francés unos poderes superiores a los de su homólogo en Estados Unidos. El Elíseo no está, ni de lejos, tan constreñido por el Parlamento como la Casa Blanca por el Congreso. Este amplio margen de maniobra no entraña sólo ventajas. Como algunos de quienes le precedieron, Emmanuel Macron experimenta también el síndrome del aislamiento y de la arrogancia.

La prolongada crisis de gobierno, abierta hace dos semanas por la dimisión del ministro del Interior, Gérard Collomb, todavía no estaba cerrada anoche. Quizás ayer hubiera sido el día del desenlace, pero las inundaciones en el sur del país hicieron políticamente imposible plantearlo. La prioridad era otra. El largo impasse ha expuesto los problemas de liderazgo de Macron y la dificultad de gobernar con el apoyo de un movimiento político nuevo, transversal, un cajón de sastre en el que conviven sensibilidades e historias personales heterogéneas.

Al hablar de Macron, los analistas franceses usan a menudo el símil de Júpiter, el dios de los dioses romanos, señor del cielo y de la tierra. Fue el propio presidente quien, ya durante la campaña electoral del 2017, se refirió a su voluntad jupiterina, en el sentido de ser un líder fuerte, resolutivo, a quien no le temblaría el pulso a la hora de conducir al país por la senda reformista, sin miedo a las críticas o a los contratiempos por el camino. Macron pensaba que Francois Hollande, de quien fue ministro de Finanzas, había mostrado demasiada debilidad, dudas, escasa convicción. Por nada del mundo quería caer en su error. Quizás su juventud le obligaba a un plus de fortaleza y determinación.

Macron, en efecto, se ha empeñado en ser Júpiter. Esa estrategia no ha dado siempre buenos resultados. Le ha permitido superar durísimas entrevistas por televisión, haciendo gala de un conocimiento profundo de todos los temas, sin eludir nunca una respuesta. Pero su tendencia al cuerpo a cuerpo, a imponer su autoridad, la ha llevado a veces a un extremo, como cuando reprendió en la calle a un adolescente que le había llamado Manu, o actitudes equivalentes en otros episodios similares. A un joven horticultor desempleado le riñó por no encontrar trabajo cuando éste, según el presidente, sobra en los bares y restaurantes de París. En otro incidente reciente, Macron replicó a una pensionista quejosa, y de paso dijo que los franceses se lamentan por vicio. Estos hechos no han hecho sino acrecentar su fama de hombre autosuficiente, distanciado de la realidad, de un político que va sobrado, siempre tentado a dar lecciones. No es extraño que el desamor se haya instalado entre una parte relevante de la sociedad y un presidente que obtuvo dos tercios de los votos.

La erosión en la popularidad de Macron y el riesgo de fracaso de su presidencia eran ya evidentes antes del verano. Su política fiscal –considerada demasiado generosa con las clases adineradas– había ahondado el foso con la izquierda. Varios acontecimientos contribuyeron a encender las alarmas sobre su gestión. Primero fue el caso Alexandre Benalla, el joven guardaespaldas al que se le concedieron amplios poderes y que se permitió la licencia de reprimir a manifestantes durante el Primero de Mayo, mientras era un “observador” en medio de los antidisturbios. Luego llegó la dimisión –decidida unilateralmente y por sorpresa– del ministro para la Transición Ecológica y Solidaria, Nicolas Hulot, una de las figuras mediáticas del Gobierno, por ser un periodista muy conocido y proceder de la sociedad civil. Más tarde se produjo otra bomba, la renuncia –casi un portazo– del titular de Interior. Collomb, ex socialista, fue uno de los primeros en apostar por Macron. Su alejamiento supuso un golpe doloroso, un seísmo en el planeta macronista.

No dice mucho en favor de Júpiter mantener dos semanas a Francia, principal objetivo del terrorismo yihadista en Europa durante los últimos años, sin un responsable de Interior a tiempo completo. Es cierto que el primer ministro, Édouard Philippe, asumió la cartera él mismo, de modo interino, pero no parece lógico prolongar la situación. Cuesta de entender que sea tan difícil encontrar a alguien idóneo para el puesto.

Con la crisis de gobierno abierta y sin resolver, Macron se ha hecho vulnerable a la especulación periodística y a las filtraciones, pocas veces amables, sobre su estilo. Philippe hubo de salir al paso, en una vehemente intervención en la Asamblea Nacional, a las interpretaciones que atribuían la parálisis a un pulso entre el primer ministro y el presidente. Philippe tuvo que afirmar, con sospechosa solemnidad, que ningún rumor conseguirá meter “ni la punta de un papel de fumar” entre él y Macron. Esa contundencia no acalló sin embargo el runrún sobre una batalla soterrada entre la tendencias de centroderecha, representadas por Philippe, y otros sectores más centristas o de centroizquierda presentes en el partido del presidente, La República en Marcha (LREM).

El diario Le Monde dibujaba el domingo el escenario de un Macron cada vez más aislado, que no escucha a los asesores experimentados, mientras prefiere rodearse del equipo de jóvenes brillantes que sigue con él desde el inicio, los mormones, según la jerga macronista, una especie de guardia pretoriana.

El presidente insiste siempre en que sus planes reformistas no han variado un ápice, que fue elegido para transformar Francia y cumplirá. Tiene por delante reformas difíciles como la de las pensiones o del seguro de desempleo. El resto, para él, son “peripecias” cotidianas sin importancia, propias de la “tiranía de la inmediatez”, una “absurdidad” de nuestro tiempo. Macron cree que Júpiter debe obedecer a otras leyes. Lo exigen Francia y su propia ambición.

lavanguardia.com


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