"Se suele pensar que una mayor economía y más recursos militares llevan a un mayor poderío de una nación. Pero tener más capacidades no siempre permite salirse con la suya ya que mucho poder provoca una mayor resistencia de otros países", teoriza el autor, el también escritor y profesor de estudios políticos de Swarthmore College.
Tierney recuerda que en la cima de su proeza en los años sesenta y setenta, la URSS fue una auténtica superpotencia que no rehusó usar la fuerza para promover su agenda y sus intereses.
Pero a menudo, la fuerza aplicada generaba resistencia. El poder de la URSS fue el factor clave para la unidad de los países occidentales, primero en el marco de la OTAN y luego, de la Unión Europea.
En EEUU, la rivalidad con la URSS se imponía sobre cualquier discrepancia política interna entre el partido Republicano y el Demócrata, según el autor.
Como ejemplo, la operación militar de Moscú en Afganistán en 1979 resultó en la aparición de una alianza improbable entre los muyahidines, EEUU, la naciente Al Qaeda de Osama bin Laden, Pakistán y China. Esta resistencia convirtió la presencia militar soviética en "un pantano costoso", contribuyendo al fin y al cabo al desmantelamiento de la URSS en 1991, escribe.
Qué cambió tras la disolución
Con el fin de la guerra fría, Moscú se vio "drásticamente debilitada". La retirada de las fuerzas de Europa del Este, la pérdida de la mitad de la población, la llegada de la OTANy la UE en las históricas áreas de influencia del país han sido algunos de los factores por los que Vladímir Putin calificó la caída de la URSS como "la peor catástrofe geopolítica del siglo XX".
"Paradójicamente, el declive del poder abrió para Rusia nuevas oportunidades de obtener influencia", sugiere Tierney.
La 'desaparición' del mayor rival causó toda una crisis existencial en el bloque occidental.
Surgieron desacuerdos acerca de las responsabilidades en el marco de la OTAN, muy prominentes hoy en día, así como discrepancias en las posturas políticas y económicas.
Dentro del propio EEUU, junto con otros factores objetivos como la inmigración y la globalización, la falta de 'un enemigo común' profundizó las grietas en la clase política.
Tierney argumenta que para la Rusia de hoy, la disolución de la URSS resultó en un intercambio: sí, el país se hizo objetivamente más débil, pero también sus rivales quedaron más divididos y enfrentados.
Y mientras una confrontación directa con EEUU o la UE ya está fuera del área de lo posible, "Moscú puede aprovechar las controversias internas en Occidente para seguir sembrando discordia".
Otra consecuencia importante de haber perdido mucho del antiguo poderío es adoptar "un profundo pragmatismo".
"Rusia no va lanzando cruzadas para crear 'un faro de la libertad' en Irak. Ya no puede permitirse este lujo. En cambio, aplica una fuerza moderada pero eficaz, está negociando acuerdos locales y va hablando con todas las partes", destaca el autor.
Putin es quizá la persona más al tanto de las desventajas de la posición global de Rusia tras la caída de la URSS. Pero incluso las mayores catástrofes geopolíticas pueden tener un lado positivo:
"Perder un imperio puede resultar muy liberador", concluyó Tierney.
Reuters
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